(20/04/06 – CyTA- Instituto Leloir. Por Bruno Geller Y Ricardo Gómez Vecchio)-. Alberto Kornblihtt, Licenciado en Ciencias Biológicas y Doctor en Ciencias Químicas, actualmente postulado a Rector de la UBA, realizó su doctorado en la Fundación Campomar y su post-doctorado en la Universidad de Oxford. Es Investigador Principal del CONICET, Prof. Titular Plenario con dedicación exclusiva y Director del Departamento de Fisiología, Biología Molecular y Celular de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Su particular visión de experimentado investigador propone un panorama diferente y más protagónico para la ciencia en Argentina.
¿Que lo motivó a formarse en Biología y Química?
Por la formación de mi padre, mi madre y mi hermana sabía desde chico que mi orientación iba a tener que ver con las ciencias (matemáticas, física o química), pero no tenía idea de lo que era la biología. En mi pasaje por cuarto año del secundario del Colegio Nacional Buenos Aires tuve una profesora de botánica maravillosa que despertó mi pasión por las ciencias biológicas. Era una persona que no enseñaba recetas sino que generaba preguntas para que fuéramos a buscar las respuestas en libros, trabajos y experimentos. Cuando terminé la licenciatura, quise hacer el doctorado, y qué mejor lugar que la entonces Fundación Campomar. Después quise postdoctorarme y si hay un país que me atraía en el mundo para perfeccionarme era Inglaterra, el país de los Beatles, de Newton, de Darwin.
¿Cómo fueron los primeros años de su formación universitaria?
Mi primer año de licenciatura coincidió con el año de la vuelta a la democracia después de Onganía. Los años ´73 y ´74 fueron de muchísima ebullición política. Participaba activamente en la política universitaria, militaba en la juventud comunista y tenía una participación gremial importante, pero al mismo tiempo estudiaba mucho. No me había deslumbrado tanto la Universidad como el colegio durante cuarto año, pero los contenidos eran mucho más avanzados. Después, a partir del ´74, terminamos la carrera dentro de un espíritu oscurantista, un espíritu de persecución, de falta de libertades, de delaciones. Fue la antesala del golpe del ´76. Me recibí en el ´77, los últimos años fueron muy muy oscuros, pero bueno, siempre Exactas genera una manera de razonar, de adquirir un pensamiento crítico.
¿Cuál fue el paso siguiente?
Entré a la Fundación Campomar con una beca de la Bolsa de Comercio para trabajar en el laboratorio del Dr. Héctor Torres y desde el primer día empecé a entregarme mucho a la lógica de la investigación, de la experimentación, fueron años muy intensos. Campomar era una especie de refugio intelectual para mucha gente que en la Universidad hubiera sido imposible que se insertara. Lo más interesante de esos años de formación eran los seminarios de mediodía, que nos permitían a los becarios enterarnos de otros temas. En esa época no había Internet, no había e-mail, las revistas científicas del exterior llegaban meses después de haber sido publicadas. Los seminarios eran un instrumento invalorable, era una aventura encontrar los papers más novedosos para exponerlos a los colegas y a los profesores.
¿Qué temas de investigación abordó en Campomar?
En el laboratorio de Torres trabajaba con la adenilciclasa, en la purificación de esa enzima y en entender su funcionamiento en distintos sistemas. Mi tema de tesis fue sobre esa enzima. Aprendí mucho de enzimología. Simultáneamente, en las sesiones de los seminarios descubríamos la nueva biología molecular a través de la literatura de esa época. Era una época en la que no hacíamos biología molecular en el laboratorio, pero sí comprendíamos y estudiábamos lo que venía de la literatura científica.
¿Y continuó formándose en Oxford?
Fui a Oxford en el año `81 con Tito Baralle, que era un maestro de la ciencia, de la vida, un gran amigo, una persona extremadamente noble, que tiene una sabiduría inmensa. Empecé a trabajar en Biología Molecular, en Ingeniería Genética, guiado por él. El desafío era clonar el gen de la fibronectina, una proteína que se encuentra en el tejido conectivo, en la matriz extracelular. Lo clonamos y descubrimos que este gen era capaz de producir varios polipéptidos, varias proteínas a partir de un proceso que se conocía como splicing alternativo. Mi trabajo durante los tres años en Oxford fue trabajar con ese gen, descubrir los mecanismos de su expresión y el fenómeno de splicing alternativo. Este proceso, si bien aparecía como una rareza, era muy importante porque mostraba que algunos genes, en lugar de producir una única molécula proteica, producían dos, tres, cuatro, ocho, en nuestro caso veinte moléculas distintas. Con el tiempo se descubrió que eso le ocurría al 60 por ciento de los genes de los humanos, y en general de los mamíferos. Esto se sabe con certeza desde el 2001. Ahora hay un renovado interés en el splicing alternativo, porque lejos de ser una rareza es la regla, lo que le pasa a la mayor parte de los genes, y aumenta mucho la capacidad codificante de los genomas.
¿Qué le dejó Oxford en cuanto a la forma de investigar?
El ejemplo de la escuela inglesa en contrapartida con la escuela norteamericana. La escuela inglesa logra, con menor inversión de dinero, cosas tan o más importantes que la americana. La escuela americana es en general una escuela de investigación masiva, con un ejército de 20 postdoctorandos por laboratorio para resolver un mismo problema. Hay millones de dólares detrás de eso y un jefe que es una especie de general de ese ejército. La escuela inglesa es un poco más individual, cada investigador o becario tiene su propio tema y se piensa mucho antes de hacer los experimentos, porque hay que aprovechar el presupuesto.
¿Qué está investigando actualmente?
Sigo trabajando en el splicing alternativo, es decir, cómo hace un gen para producir más de una proteína. Estudiamos la forma en que se regula. El splicing contribuiría a entender algunos de los fenómenos patológicos de ciertas enfermedades. No trabajamos en la resolución de un problema patológico particular, nuestro objetivo central tiene que ver con el mecanismo molecular básico del splicing alternativo. Acabamos de escribir un review para el Journal of Cell Science que investiga la conexión entre splicing y cáncer. ¿Por qué? Porque durante la transformación maligna hay modificaciones de la expresión de proteínas. A veces esas modificaciones son causadas por mutaciones, pero se ha visto últimamente que alteraciones en el splicing alternativo están asociadas a distintos tipos de tumores y de cáncer. Hay muchas otras patologías asociadas, como patologías hereditarias, como porfirias, fibrosis quística, anemias, hemofilias, encefalomielopatías y muchas más. Tenemos varías sublíneas de investigación en el laboratorio.
¿Qué es lo que más le atrae de la investigación?
La experimentación, la observación crítica. La curiosidad es una condición necesaria para hacer ciencia, recorre un camino que esta palpado por formas de pensamiento y por la imaginación también. La creatividad y la imaginación forman parte del diseño de los experimentos, y el rigor es necesario porque forma parte de la interpretación de los experimentos. Todos estos elementos forman un cuerpo epistemológico que me resulta extremadamente fascinante. Tiene que haber curiosidad, creatividad, imaginación y rigor. Cada una de esas patas sola no basta, pero juntas son explosivas.
¿Cómo se interrelacionan la subjetividad y la objetividad en el trabajo de un científico?
La ciencia es una manera de analizar la realidad, no la única. Leí un artículo muy interesante de Marcelino Cereijido, un investigador argentino que vivió en México y que escribe mucho sobre las características de la ciencia, la diferencia entre ser investigador y ser científico, porque no todo investigador es científico. La ciencia es un invento humano, una manera de analizar la realidad, tiene ciertos parámetros que no se conforman con el prejuicio, con las explicaciones religiosas, las explicaciones teleológicas, las explicaciones arbitrarias, las corazonadas. Ese rigor científico que los seres humanos aprendimos a manejar, no está despojado de subjetividad, la subjetividad existe, el problema es cuando el científico no la reconoce, cuando piensa que su abordaje es absolutamente objetivo. Por supuesto que cuando investigamos, todos buscamos despojarnos de los metavalores, los valores subjetivos, pero soy consciente que es imposible despojarse totalmente de ellos. Las preguntas que a uno se le ocurren, la creatividad, la imaginación, no están despojadas de la historia personal, ni de la historia social, ni de la historia de la ciencia. Entonces, hay un balance entre reconocer que existen valores objetivos y metavalores subjetivos que se articulan en la vida cotidiana. Un extremo sería que la subjetividad lleve a un investigador a analizar e interpretar la realidad de acuerdo a su deseo al punto de cambiar los resultados de un experimento, eso sería un fraude. El otro extremo sería desconocer absolutamente lo subjetivo. Muchos somos concientes de esto, pero no todo el mundo reflexiona sobre esta problemática.
¿Difiere mucho la división del trabajo científico en Argentina con respecto a los países desarrollados?
Sí, en los países desarrollados, básicamente en los laboratorios centrales, hay una proporción mayor de postdoctorandos comparada con la de estudiantes de doctorado, mientras que en Argentina es al revés, hay muchos más estudiantes de doctorado que postdoctorandos. Tiene cierta lógica, si nosotros hacemos esfuerzos para que la gente se forme en la Argentina y haga su doctorado aquí, que la experiencia internacional la adquiera en el periodo del postdoctorado.
¿Debería Argentina promover la misma división del trabajo científico que la de los países desarrollados?
Sería bueno que hubiera más postdoctorandos, pero también que los que se formen acá se perfeccionen en el exterior. Argentina debería promover que haya condiciones presupuestarias para que quienes se perfeccionan en el exterior puedan volver al país, formar sus grupos de investigación y aportar los conocimientos que obtuvieron. El problema central es que la gente que hizo su postdoctorado en el exterior y quiere volver tiene entre 30 y 35 años, una familia, hijos pequeños y no pueden vivir con un sueldo de investigador adjunto de 1800 pesos por mes. Deberían crearse mejores condiciones para rejuvenecer la planta de investigadores en todas las instituciones, permitiendo que jóvenes que ocupan posiciones importantes en centros de investigación en Estados Unidos y Europa puedan volver a nuestro país.
¿Cómo fue la época de su regreso a la Argentina y a la Facultad?
Muy excitante, porque regresé unos meses después de la vuelta a la democracia y Argentina estaba viviendo momentos de gran expectativa, de gran entusiasmo con la situación. Formé un grupo de investigación en el INGEBI, gané por concurso un cargo de profesor en la Facultad de Ciencias Exactas y me puse de lleno a dictar clases. Estaba atraído por el enfoque de Daniel Goldstein, quien dictaba una materia llamada Biología General, que se había instaurado cuando empezó la democracia. Se les enseñaba a los alumnos biología molecular y celular en el primer año de la carrera. Esa materia hoy ya lleva 23 años y concentra mucho trabajo, mucho entusiasmo, muchas experiencias lindas en las que tratamos de transmitir la pasión por la ciencia en general. Es una tarea muy ardua, pero vale la pena porque la respuesta de los estudiantes es muy buena. No tienen que esperar hasta cuarto año de la carrera para saber qué es el genoma, un clon y la ingeniería genética, por ejemplo.
¿Cuál es el nivel académico de los ingresantes a Ciencias Exactas y Naturales?
El potencial de la capacidad intelectual que tienen los ingresantes es altísimo, y eso se ve después, en el desarrollo. Probablemente, el promedio no ha recibido del sistema una buena primaria y secundaria como para estar a la altura de lo que la Universidad debería exigirles. Tienen problemas en la expresión escrita, problemas en la expresión en general por fallas en la escuela, pero a mí no me preocupa demasiado porque a la larga, durante el primer año de nuestra carrera universitaria los estudiantes mismos se van decantando, ellos mismos ven si es una carrera para ellos, si no les exige demasiado tiempo, demasiado compromiso, si la forma de estudiar o el tipo de problemas que tienen que resolver es lo que más les gusta. Entonces, lo que seleccionaría un ingreso un poco más riguroso igual lo selecciona el primer año. Por la propia exigencia de las circunstancias van quedando siempre los mejores. Lo importante es que esta selección sea por capacidad y no por disponibilidad de recursos económicos para seguir estudiando.
¿Y qué cosas pueden hacerse para que estudie más gente en estas carreras?
Nuestra Facultad hace mucho esfuerzo para que pueda estudiar la mayor cantidad de gente, hay becas. En mi caso particular, damos turnos de teóricos a la noche y lo sábados por la mañana para que la gente que trabaja pueda cursar, tenemos muchos turnos de trabajos prácticos y de seminarios para ofrecer una variedad muy grande de horarios, hay incentivos para que la mayor cantidad de gente pueda cursar. Es una facultad con varias carreras y debería tener más ingresantes. No hay una buena orientación de la matrícula, porque se sigue viendo que una carrera científica no garantiza una salida laboral, aunque en la práctica deber ser parecido a otras carreras.
¿Y por qué entonces la falta de estudiantes?
Todavía existe en el imaginario social la idea de que se necesitan contadores, abogados, odontólogos, médicos. O sea, tenemos una universidad profesionalista, donde no hay todavía un impulso hacia la investigación científica lo suficientemente grande. Pero es una tendencia mundial, por ejemplo, la carrera de química está perdiendo estudiantes. Es una pena, pero también es una tendencia en los Estados Unidos que mucha menos gente quiere estudiar ciencias. En la mayor parte de los laboratorios en Estados Unidos los estudiantes de doctorados y postdoctorados son latinoamericanos o asiáticos. En nuestro país esta realidad podría cambiar si hubiese otro tipo de desarrollo económico, en la medida que haya empresas que soliciten para su plantel licenciados en química, licenciados en biología, entonces esas carreras van a ser vistas no como un vehículo para hacer sólo investigación, sino también para entrar en el aparato productivo.
¿Que piensa del apoyo que recibe la ciencia del Estado?
Pienso que ha mejorado, hay una diferencia cualitativa, el ministro de Educación se interesa por la ciencia personalmente, cosa que es una rareza, porque en general los ministros de Educación no se interesaban por la ciencia, dejaban eso a otras jerarquías, al secretario de Ciencia y Técnica, al presidente del CONICET, del INTA, etc. Pero me preocupa el hecho de que algunos de los anuncios que se hicieron queden en el terreno de lo mediático y no se concreten en incentivos más fuertes. Aunque tenemos un diálogo fluido y eso es bueno.
Desde su punto de vista, ¿hay un debate entre los científicos para desarrollar un proyecto de ciencia a nivel nacional?
No veo que exista ese debate, sí que hay iniciativas de los organismos de ciencia y técnica y del gobierno tratando de fortalecer proyectos un poco más aplicados, lo cual me parece bien siempre y cuando no sea el discurso único. Yo creo que Argentina tiene que hacer ciencia básica de muy buen nivel. Se debe ser muy riguroso con la ciencia básica, invertir bien, pero controlar que sea de buen nivel. No creo que haya que desproteger a la ciencia básica para hacer proyectos aplicados, creo que hay que estimular las dos cosas. Todavía falta inversión en la Argentina. Y hay que tener en cuenta que la gran inversión en ciencia y técnica en Argentina está mediada por créditos internacionales, como los del BID, en los que el país tiene que poner una contraparte. No son fondos totalmente argentinos, por eso me preocupa, y a mucha otra gente también, que todavía la investigación dependa de los subsidios provenientes del crédito internacional. Y hay otra cosa que me preocupa, en Argentina las empresas privadas no invierten absolutamente nada en ciencia, y no se las obliga a invertir. Las empresas farmaceúticas no hacen investigación, pero venden sus productos manufacturados a precios altísimos. Debería haber un impuesto monodirigido a la ciencia, pagado por las multinacionales farmaceúticas. O hacen investigación acá o pagan el impuesto, pero ninguna de las dos cosas, no.
¿Cómo se refleja en su presente actividad su vinculación con la política?
La opción por trabajar en la Universidad Pública, democrática, abierta, gratuita, laica, es una opción política y soy un ferviente defensor de esa Universidad. Además, creo que esta Universidad ha dado y sigue dando pruebas de excelencia académica. Estoy convencido que las universidades privadas no han hecho otra cosa que producir negocios, funcionan relativamente bien en aquellos ámbitos donde no hay generación de conocimientos. Siempre traté de meterme en la política cuando pude, a veces me decepciono, a veces no me gusta la política universitaria. Soy miembro del Comité de Ética en Ciencia y Tecnología, que no es un comité de Bioética, es un comité de Ética en la investigación científica que dirige Otilia Vainstok, en el cual se reflexiona y se analizan casos sobre aspectos éticos de la ciencia, que pueden abarcar desde la clonación hasta la discriminación ideológica o política que algunos investigadores practicaron sobre colegas en la época de la dictadura. Es un ámbito de pensamiento crítico muy interesante, donde la política, en cierta medida, también se filtra. No participo en ningún partido político, pero sigo creyendo que el capitalismo no es el sistema que da respuesta a los grandes problemas de las sociedades y del mundo y, pese a que la experiencia del socialismo real ha fracasado, no creo que el capitalismo haya triunfado. Creo que debe existir una alternativa mejor. Eso me lleva también a un conflicto cotidiano, observo que mucha gente de mi generación, que tenía ciertas banderas en el pasado, piensa que esas banderas eran sólo un pecado de juventud. Yo no me resigno a eso. No me resigno a pensar que una posición frente al mundo que reivindique cierta lucha, sea un pecado de juventud.