Para el doctor Pablo Alabarces, Secretario de Posgrado a cargo de la Secretaría Investigación de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, las ciencias sociales aportan al debate democrático y deberían ser insumos básicos de las políticas públicas. El investigador del CONICET, dedicado hace 15 años al análisis cultural del fútbol, cuenta cómo en la Argentina estas disciplinas están logrando remontar el prejuicio que cargan para conseguir fondos y publicar los resultados de sus trabajos.
(10/03/06 – Agencia CyTA-Instituto Leloir, por Florencia Mangiapaney Ricardo Gómez Vecchio)
-¿Cuál es la principal diferencia que ve entre investigar en ciencias sociales e investigar en disciplinas como química, física, matemática o biología?
Fundamentalmente, diferencias de legitimidad y visibilidad. Por un lado, influye el aspecto interno de las instituciones científicas argentinas. El último año presidí la comisión de Sociología del CONICET e interactué con colegas de otras disciplinas, y las ciencias duras nos imponían toda una serie de pautas de estructuración de la carrera, de reconocimiento de los avances científicos, que tenían muy poco que ver con la realidad de nuestras disciplinas. Por otro lado, está la visibilidad que se adquiere como comunidad científica frente a la sociedad. Las ciencias duras son más visibles, en especial la medicina, que parece tener una relación más constante y directa con el cuerpo. Un sociólogo, un historiador o un antropólogo no son tan visibles. Uno se da cuenta de la situación desventajosa que experimentan las ciencias sociales respecto de las otras.
-Desde el punto de vista metodológico de la investigación, ¿qué diferencias encuentra?
No tenemos laboratorio, ni tenemos que tenerlo. Emilio De Ípola inventó un chiste que dice que no hay ciencias duras y ciencias blandas, sino ciencias duras y ciencias “al dente”. Las ciencias “al dente” se basan en la conjetura y la interpretación, nada más lejano de la hipótesis, la comprobación y la veridicción. Nuestro método no puede ser hipotético-deductivo, y está muy bien que así sea, porque si no, diríamos cosas espantosas. Metodológicamente hay una diferencia enorme, que también conspira en contra de la “validez” de nuestra investigación.
-¿Cuál sería el criterio de validez de las ciencias sociales?
El rigor metodológico, que consiste en manejar nuestras herramientas de manera muy clara, muy consciente, muy rigurosa, y además siendo creativos. Esto en realidad es una ventaja. Podemos ser desmentidos, y eso está muy bien porque estimula el debate. Si hay conflicto de interpretación en torno a la validez científica de un hallazgo en las ciencias duras, esto genera escándalo. Mientras que si nosotros decimos que nuestra hipótesis es que la sociedad a partir de nuestra investigación camina en la dirección A, y otro dice que camina en la dirección B, generamos un debate democrático.
–¿Considera que el prejuicio respecto de la cientificidad influye en conseguir fondos para investigación en las ciencias sociales?
Influye, aunque más influyen otras dos cosas. Una es que da más prestigio político apoyar la investigación en ciencias duras. Si uno puede exhibir ante la sociedad el avance en nanotecnología, obtiene prestigio político. En cambio, los avances en investigación sociológica sobre el fenómeno de la violencia no generan ningún prestigio político. La otra es que algunos políticos con capacidad de decisión están más atentos al avance en biotecnología o nanotecnología que al avance de la investigación social. Esto tradicionalmente era así, aunque en el último tiempo está cambiando un poco. El Ministro de Trabajo, el Ministro de Educación y el viceministro de Desarrollo Social, lugares clave para nuestros temas de investigación, son profesores de esta facultad. Y eso ha generado vínculos más permanentes. Está empezando a aparecer una demanda por parte del Estado de que la investigación social sirva de insumo para la generación de políticas públicas. Pero igual, las ciencias duras siguen siendo mucho más poderosas en términos del prestigio y de una más clara y visible utilidad del hallazgo.
–¿Tiene que ver también con una utilidad en el sentido económico?
–Sí. Nosotros no creamos patentes ni royalties. Generamos una enorme cantidad de transferencia, pero no en los términos en que el campo científico mide la transferencia. Nuestra transferencia es más “etérea”.
–¿Están trabajando para ver si esa transferencia se podría medir de alguna manera?
–Hay ciertos procesos de debate. Tulio Del Bono, secretario de Ciencia y Técnica, está muy atento a lo que estamos haciendo. Hemos podido empezar a instalar el tema y eso ya es un comienzo. Es un lindo momento de cambio en la Argentina en términos de la producción científica y del crecimiento del presupuesto. Tenemos una enorme cantidad de becarios y en cinco años vamos a multiplicar la cantidad de doctores. En ese movimiento estamos discutiendo la evaluación en el CONICET, los criterios de ingreso y permanencia. Por ejemplo, la tabulación de las disciplinas en el CONICET deja afuera un montón de disciplinas, como Comunicación. Y en el ítem Campo de Aplicación del Descubrimiento, uno no encuentra un descriptor que lo contenga y termina poniendo “promoción general del conocimiento”, cuando en realidad hacemos algo más concreto.
–¿Por qué no se le encuentra aplicación al descubrimiento de las ciencias sociales?
–En realidad, se podrían inventar descriptores mucho más útiles. Yo hago un trabajo de transferencia muy intensivo, que es la difusión: mi trabajo periodístico y el haber escrito un libro de divulgación. Para mí la divulgación es una forma de transferencia y en el campo muy concreto en el que investigo me ha implicado una llegada con cierta masividad. Pero no lo puedo poner en ningún informe, porque no es cuantificable.
–¿Cómo ve la situación de la investigación social en la Argentina con respecto a otros países?
–Sigue siendo milagrosa, de una calidad excelente. El problema es el tipo de indicadores que nos exigen para demostrarlo, como la participación en revistas indexadas. Ahí aparecemos más abajo, porque todas las publicaciones están hegemonizadas por la industria cultural anglosajona, que exige publicar en ese idioma y además es muy etnocéntrica.
–¿Eso influye en la selección de los trabajos?
–Por supuesto. Sin embargo, en el campo de publicaciones latinoamericanas, estamos creciendo mucho. En disciplinas como comunicación, sociología, trabajo social, ciencia política y antropología, la calidad de los trabajos de investigación argentinos es de punta. Si bien la producción está concentrada en Buenos Aires, Rosario, Córdoba y Mendoza, está absolutamente actualizada. A pesar de todos los problemas económicos y de acceso a la bibliografía, siempre salimos adelante.
–¿Las carreras de grado forman investigadores o esa es una tarea del posgrado?
–Es una tarea del posgrado. En el grado no se trabaja bien la investigación, esta actividad surge después que el estudiante se recibe y puede insertarse en un equipo. Lo bueno es que ahora hay muchos más equipos, porque en los últimos dos años creció el financiamiento. Esta facultad tiene 123 proyectos de investigación propios y en este momento es la tercera de la UBA en cantidad de proyectos. A pesar de que la UBA está muy limitada de financiamiento, a nosotros nos asignan para los proyectos más importantes 15 mil pesos al año, que usamos para comprar libros, hacer fotocopias y mandar a los becarios a los congresos. Ese dinero ayuda a generar más producción.
–¿Dónde se publican los resultados de estos trabajos?
–Se publica menos de lo que se debiera. Están empezando a aparecer publicaciones y nosotros mismos desde la Facultad estamos lanzando un journal nacional. Pero se publica bastante en Brasil y en México. Sólo los top ten tienen acceso a las publicaciones europeas. Yo empecé a publicar en España, cosa que en toda mi carrera no había podido realizar. En seis meses me publicaron tres artículos en tres revistas españolas.
—¿A qué se debe que ahora pueda publicar en España y antes no?
–En mi caso particular, a una cuestión temática. El fútbol es un tema muy marginal para la academia argentina, latinoamericana e internacional, aunque ahora está teniendo más visibilidad y pertinencia. En los últimos cinco años he publicado más que en toda mi carrera. Además, después de la devaluación ha crecido mucho la publicación de libros en nuestro país. Para las ciencias sociales, en términos de control de calidad, un buen libro de un investigador vale mucho más que un artículo en un journal indexado.
–¿Por qué cree que encontró en el fútbol un lugar interesante para hacer análisis cultural?
— Después de 15 años de trabajar en este tema, la pregunta que me hago es cómo nadie se había dado cuenta antes de su importancia. Parte del éxito de mi trabajo se debe no tanto a que sea muy bueno, sino a que encontró un lugar de vacancia. Eduardo Archetti, gran amigo y maestro, había querido desarrollar esto en la Argentina, y lo tuvo que hacer desde Noruega, porque acá no le prestaron atención. Recién hace tres años la academia argentina se dio cuenta de que uno de los mejores antropólogos del mundo era un argentino llamado Eduardo Archetti. Él me decía: “Vos vas a conseguir lo que yo no pude, que se den cuenta de que acá tenemos un tema”. Para mí es un tema fantástico, espectacular para poder entender la cultura argentina en su conjunto, no solamente la cultura futbolística.
–¿El fútbol sigue siendo el gran anclaje de la nacionalidad en la Argentina?
–No, creo que eso ha cambiado mucho. En algún momento muy particular de la historia argentina se volvió el gran anclaje de la nacionalidad, con la figura de Maradona en el estrellato. Pero la crisis que arranca en el fútbol argentino con la salida de Maradona en el ’94 coincide también con una crisis creciente en Argentina, que ha generado otras cosas. El cierre de mi libro Fútbol y Patria decía: “Hoy, más que nunca la sociedad argentina es consciente de que el futuro de la patria no se discute en un estadio. Posiblemente se discuta en la calle”. Y el próximo mundial nos va a permitir verificarlo.