La doctora María Martina Casullo, ex Secretaria Académica de la Facultad de Psicología de la UBA e investigadora del CONICET, propone que la psicología deje de ver sólo las carencias del sujeto y se ocupe también de sus fortalezas. De la epidemiología a la Psicología Positiva, la historia de una investigadora que apuesta por la prevención.
(12/04/06 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Florencia Mangiapane y Ricardo Gómez Vecchio)
-¿Cómo se orientó a la Psicología?
Yo quería estudiar Historia, pero cuando fui a anotarme a la facultad, estaba anunciado que se abría por primera vez la carrera de Psicología. Entonces pensé que era un desafío interesante dedicarse al estudio de la historia personal, centrada en el sujeto y no en los fenómenos sociales, así que en el ‘58 empecé y me gustó. Pero siempre me interesó más la enseñanza y la investigación.
-Y en investigación, ¿qué fue lo primero que hizo?
Me convocó Pagés Larraya a fines del año ‘64 para el Programa de Epidemiología Psiquiátrica (PEPSI). Necesitaba un psicólogo que no estuviera centrado en el psicoanálisis, así que empezamos a trabajar en el primer estudio epidemiológico.
-¿Qué estudiaban?
Epidemiología de las psicopatologías, prevalencias. Pagés inicia en la Argentina la etnopsiquiatría, un programa que estudia la enfermedad que se produce en un contexto social y que debe ser interpretada según valores culturales. En aquel momento era el primer estudio de ese tipo. Más adelante me incorporé como Técnica Principal del CONICET, en el ´84 entré a la carrera de investigadora, y ahora soy investigadora principal.
Cuando empezó, ¿qué camino seguía la investigación en psicología?
En la Argentina, la investigación era de corte experimental. A mí siempre me interesó más el proyecto de vida del sujeto. Apenas terminé la carrera me fui a Estados Unidos a cursar el doctorado en la línea del counseling rogeriano.
¿Cuál fue el tema de su tesis?
Adolescentes en riesgo. La idea central era estudiar los factores neuro-bio-intrapsíquicos, psicológicos, culturales y sociales que determinan que un adolescente puede estar en riesgo. Los capítulos tratan temas como depresión, suicidio, soledad, aislamiento, y en el último me refiero a los adolescentes talentosos, porque considero que en una sociedad tan mediocre el sujeto talentoso está en riesgo.
-¿Por qué?
Dentro de los valores de una cosmovisión judeocristiana siempre está mejor visto ayudar al que le falta, y no tanto al que tiene. El sujeto talentoso, sobre todo en la adolescencia, llega a tener problemas de conducta. A un sujeto con potencialidades excepcionales –Maradona podría ser un ejemplo– hay que ayudarlo para su crecimiento personal, para que no se transforme en un caso clínico. El sujeto muy capaz necesita un tipo de abordaje educativo que lo ayude a insertarse a partir del talento. Imagínense a Bruno Gelberg en la clase de música de la escuela secundaria.
¿En el programa de Epidemiología comenzó a trabajar con los tests?
Sí. Para hacer epidemiología hay que diseñar técnicas, que son un medio, no un fin. No creo que el diagnóstico se pueda hacer sólo desde lo transferencial. La detección de un tumor o de determinadas posibilidades concretas, también hablando de los talentosos, no se logra solamente a partir de una entrevista. La evaluación a lo mejor confirma una hipótesis que el psicólogo se planteó a través de dos o tres entrevistas. Sin la entrevista y la observación, la psicología no puede constituirse como ciencia, ni llevarse a la práctica. Lo que pasa es que se confunden tests con técnicas.
¿Cuál sería la diferencia?
El test supone normas: comparar a un sujeto con un promedio. El problema es el mal uso de los tests. Por ejemplo, toman los estadios piagetianos sin tener en cuenta la realidad sociocultural. ¿Dónde estudió Piaget y dónde encontró que un chico llega al lógico conceptual entre los doce y los trece años? No en Ensenada, ni en la Puna de Atacama. La validación sociocultural de la técnica es un tema muy importante.
-¿Cómo surgió su interés por la Psicología Positiva?
La epidemiología, de alguna manera, intenta vincularse con actividades de prevención, y en el siglo XXI el campo disciplinar que más se ocupa de lo preventivo es esencialmente la Psicología Positiva o Salugénica.
-¿Qué es la Psicología Positiva?
Es un campo nuevo, que empieza a sistematizarse a comienzos de los ’90 en la Universidad de Pensilvania, con Martin Seligman a la cabeza. Lo interesante del enfoque es que, en vez de ver lo que le falta al sujeto, analiza qué capacidades tiene e introduce temas como la capacidad de perdonar o la sabiduría. Por ejemplo, no podemos seguir viendo a la tercera edad sólo en función de la demencia y el deterioro, porque también en la tercera edad se consigue la sabiduría. La propuesta es hablar de fortalezas yoicas, en vez de hablar de síntomas, sin negar la existencia de los síntomas. Porque el sujeto es al mismo tiempo sus síntomas y sus fortalezas.
-¿Hay antecedentes de este enfoque?
Sí, en realidad es un revival de una postura de los años ’50 y ’60. En Psicología Positiva no partieron de cero, sino que han ido tomando temas desarrollados anteriormente por otros psicólogos, como el proyecto de vida y el desarrollo personal. En sus orígenes, retoman las ideas de Maslow, de Rogers y las de un investigador israelí muy interesante, Aaron Antonovsky, un psicólogo social, ya fallecido, que estaba trabajando en Israel con víctimas de campos de concentración. Cuando analizó por qué sobrevivieron los que sobrevivieron empezó a hablar del sentido de coherencia.
-¿Qué países se están orientando actualmente a la Psicología Positiva?
Estados Unidos, Canadá, algunos grupos en Inglaterra, Alemania y, a su manera, muchos países latinoamericanos, que lo están haciendo desde la participación comunitaria, desde el trabajo con el sujeto como actor. Hay toda una línea latinoamericana que trabaja mucho en este enfoque. En nuestra realidad también hay muchos trabajos sobre resiliencia: cómo a pesar de la pobreza y de las guerras, el sujeto no se achica sino que utiliza lo que esa situación dolorosa o traumática le deja para luchar por sus derechos.
-¿En la Argentina no se conocía este enfoque?
En Iberoamérica recién estamos en los comienzos. Y en la Argentina a nivel de las universidades somos el primer grupo que lo plantea como proyecto de investigación. Cuando hay un pensamiento hegemónico, el tratar de abrir un espacio para un pensamiento alternativo es un atrevimiento. En el plan de estudios de la carrera de Psicología en la Universidad de Palermo se ha incorporado el enfoque salugénico o positivo dentro de las asignaturas obligatorias.
-¿Qué aplicación tiene la Psicología Positiva en la clínica?
El siglo XXI es el siglo de integración de modelos en psicoterapia. Los psicólogos nos tenemos que preguntar qué aportan el psicoanálisis, la psicología cognitiva, la teoría sistémica, y también qué tiene para aportar la psicología positiva. Nuestro gran desafío es integrar, porque ningún modelo por sí mismo tiene la respuesta para todos los problemas.
-¿Sería irracional trabajar en psicología basándose sólo en algún modelo?
Considero que un psicólogo puede dedicarse solamente al psicoanálisis, por ejemplo, pero primero hay que hacer una evaluación diagnóstica para ver si el sujeto es analizable y lo que padece puede ser tratado desde el psicoanálisis. El diagnóstico es un paso indispensable en la clínica y también en educación, aunque en este campo habría que hablar más de evaluación que de diagnóstico, porque si no metemos a todos los chicos en un mismo programa. Yo tuve una gran discusión en su momento con el mal llamado método didáctico de Emilia Ferreiro. La idea de que no hay que corregir errores, que las cosas se construyen y se descubren, es válida si el chico tiene las necesidades básicas satisfechas y suficiente contención familiar. Si no, no construye nada. Hay realidades donde ese método no opera. Para hacer una sugerencia pedagógica, se requiere evaluar previamente si los sujetos están en condiciones para esa experiencia, porque si no, en nombre de lo nuevo somos muy reaccionarios y los que quedan marginados son siempre los mismos.
-Entonces la Psicología Positiva tiene aplicaciones más allá de la clínica.
Por supuesto. Tiene enormes aplicaciones, no sólo en la práctica clínica, en psicoterapias de pareja y de familia, sino también en la práctica social, educativa y forense. En las cárceles se pueden hacer trabajos de rehabilitación planteándose esa posibilidad, desde lo que el sujeto tiene, desde su capital psíquico, y no sólo desde las ideas iluminadas de nosotros los psicólogos.
-¿Qué sería el capital psíquico?
Es un concepto que esboza Seligman y a mí me interesó mucho. Así como hay capital económico y capital cultural, también existiría el conjunto de fortalezas yoicas o capacidades que el sujeto tiene para desarrollarse y vivir “a pesar de”. Incluye la resiliencia, los valores, las creencias.
-¿Cómo se formaría el capital psíquico en una persona?
Siempre a partir de las experiencias y en un contexto sociocultural específico. Supondría la inteligencia emocional, aunque yo prefiero hablar de un uso inteligente de las emociones, que es otra forma de decirlo. La capacidad de perdonar, por ejemplo, se ve mucho en violaciones, conflictos de pareja y abuso de menores. Estoy hablando siempre del nivel psicológico. Hay muchas situaciones en la vida de un sujeto en las que es imprescindible perdonarse para lograr desde la mirada clínica un tratamiento eficaz. Otras fortalezas del capital psíquico son la gratitud, la perseverancia, el liderazgo, la participación y el amor. Yo he dirigido un proyecto UBACyT sobre amor, pareja y celos. Aunque cueste creerlo, la psicología científica nunca abordó de manera sistemática estos temas. Eran tradicionalmente temas de la literatura, de la filosofía.
Usted trabajó con adolescentes de distintas regiones del país. ¿Qué diferencias encontró?
En la Argentina hay un mapa muy interesante de regiones culturales diferentes. En el amor, los porteñocéntricos se muestran más progresistas y más desvinculados de redes sociales, mientras que, en el adolescente del interior, el peso de la familia y de los amigos todavía es un poco más fuerte. Otro tema es la tercera edad: los geriátricos son un invento de la gran ciudad. Un sujeto de una comunidad del interior no manda a la abuela a un geriátrico, porque todavía subsiste el patrón de la unidad familiar. En el pequeño pueblo pesa también la falta de anonimato… El primer trabajo con Pagés Larraya recuerdo que lo hicimos en Carmen de Patagones.
-Ahí en 2004 se produjo la masacre donde Junior mató a tres compañeros de colegio…
Sí. Hacía tiempo que los psicopedagogos decían que el chico tenía problemas. Pero los argentinos somos poscromagnón….No hemos desarrollado una actitud preventiva. Tuvieron que morir 194 personas para que tomáramos conciencia de que se trataba de un lugar de riesgo. La ciudad de la Patagonia con una alta tasa de prevalencia de suicidios adolescentes es Las Heras, en Santa Cruz. Han surgido conflictos laborales, sindicales, violencia. ¿Qué se está haciendo por la prevención del suicidio? Leila Guerriero ha publicado un libro sobre el tema. Hay soledad y aislamiento geográfico, que llevan a consumir alcohol, entre otras cosas. Otro tema de nuestra época es el tiempo libre.
¿Por qué se descuida la prevención?
Pareciera que la prevención no da rédito político inmediato. En la provisión de servicios estatales, hay que ir a la descentralización, es vital para la prevención efectiva. Cuanto más se descentralice, mejor se van a llevar adelante las acciones de prevención. Creo que cuanto más chica es una comunidad, más fácil es trabajar en acciones preventivas. Lo importante es capacitar a los actores sociales interesados.