Un reciente estudio publicado en la revista Nature sugiere que el rendimiento de los adolescentes en las pruebas de Coeficiente Intelectual está asociado con cambios cerebrales de la etapa y no con causas estables como el tamaño del cerebro. Otros especialistas recuerdan que influyen muchos otros factores, incluido el estado emocional de los chicos.
(26/05/06 – CyTA – Instituto Leloir. Por Florencia Mangiapane) – Los estudiosos del intelecto comparten, desde hace algunos años, la idea de que las capacidades cognitivas están moldeadas por factores ambientales y genéticos. Ahora, un equipo del Instituto Nacional de Salud Mental de Maryland, Estados Unidos, pudo observar que los resultados de las pruebas cognitivas de los adolescentes muestran una correlación con cambios que atraviesa su corteza cerebral mientras se desarrollan.
El equipo de investigadores, encabezado por Philip Shaw, tomó pruebas de Coeficiente Intelectual (CI) a más de 300 chicos desde los 6 años hasta que cumplieron 19. Además, midió cada dos años el tamaño de las estructuras cerebrales de los chicos mediante imágenes obtenidas por resonancia magnética.
“No es que los niños son más listos porque tienen más o menos materia gris a determinada edad”, explican Shaw y sus colegas en el trabajo, publicado a fines de marzo en la revista Nature. “La inteligencia está relacionada con la forma en que va madurando la corteza cerebral a lo largo del tiempo.”
Cuando los investigadores dividieron a los chicos en tres grupos, según el CI inicial de cada uno, observaron un patrón singular de cambios entre los que tenían un CI más alto. El espesor de la corteza cerebral ?la capa exterior del cerebro que controla funciones complejas, como la memoria? al principio era más reducido que el de los demás grupos, pero enseguida adquiría profundidad hasta que a los 11 años la corteza se hacía más gruesa de lo normal. Hacia los 19, los tres grupos se equilibraron: todos los chicos presentaban cortezas de similar espesor.
Hasta ahora, distintos estudios tenían en cuenta datos como el volumen del cerebro para inferir el desarrollo de la inteligencia en los chicos y adolescentes. El trabajo de Shaw es el primero de esta magnitud que asocia la inteligencia general —manifestada en actividades como la lectura, la escritura y la artimética— con cambios en el desarrollo cerebral. “Los chicos más inteligentes tienen una corteza particularmente plástica. Nuestro estudio indica que la expresión neuroanatómica de la inteligencia en los niños es dinámica”, explican los autores.
El equipo de Shaw todavía no pudo determinar cuál es la causa de los cambios en el grosor de la corteza. Piensa que pueden deberse a una serie de mecanismos, como la formación y eliminación de conexiones entre las neuronas. También se desconoce en qué medida la genética y el ambiente contribuyen a generarlos.
Además, los expertos aclaran que la tendencia detectada sólo es significativa cuando se combinan los resultados de todos los sujetos y no permitiría hacer predicciones individuales (por ejemplo, cómo se va a desempeñar un chico en la escuela). El equipo observó que factores como el sexo, o si los chicos eran zurdos o diestros, no tenían una relación significativa con el nivel de inteligencia, aunque sí pudo establecer una relación entre el rendimiento intelectual y el nivel socioeconómico.
Para los investigadores, lo más importante es que las neurociencias deben tomar nota del CI. “Los estudios por imágenes muestran que las tareas muy demandantes activan la corteza prefrontal (encargada de controlar la planificación y el razonamiento), y que esta actividad tiene correlación con el CI”, afirma Shaw.
Para otros científicos, sin embargo, la idea de asociar el CI con el intelecto es socialmente peligrosa. El especialista en neurociencias Steven Rose, en la Universidad Abierta de Milton Keynes, Reino Unido, manifestó a Nature que el rendimiento cognitivo depende de un amplio rango de factores, desde el estado emocional hasta la capacidad de recordación, aspectos que “el enfoque del CI ignora por completo”.