La exposición a ruidos crónicos aumenta el riesgo de padecer infartos, de acuerdo con los resultados de una investigación realizada en Alemania. El estudio incluyó a 4 mil pacientes de 32 hospitales de Berlín, donde los niveles de contaminación acústica son sensiblemente inferiores que en Buenos Aires. Según un especialista local, el 90 por ciento de los porteños estaría expuesto a trastornos de salud por este motivo.
(28-07-06- Agencia CyTA –Instituto Leloir. Por Bruno Geller) – Investigadores del Centro Médico de la Universidad Charité en Berlín y del Departamento de Estadísticas Médicas de la Universidad de Hamburgo, Alemania, realizaron un estudio que demuestra que la exposición a ruidos crónicos contribuye a la progresión de las enfermedades cardiovasculares.
Esta investigación se suma a una lista de trabajos que están orientados a determinar el modo en que la contaminación, en este caso acústica, afecta a la salud humana.
“La contaminación acústica es un serio y preocupante problema en los países desarrollados de occidente. Argentina, y sobre todo Buenos Aires, tiene la característica de absorber los defectos de estos países sin incorporar la forma de estudiarlos ni controlarlos”, advierte el Doctor José Luis Barisani, Secretario de la Sociedad Argentina de Cardiología y Coordinador del Área de Insuficiencia Cardíaca del Hospital Presidente Perón, de Avellaneda.
A principios de 2005, la Legislatura porteña sancionó la Ley 1.540 de Control de Contaminación Acústica, que obliga a la Comuna a medir el grado de contaminación ocasionado por los ruidos.
“Los resultados seguramente nos informarán que el 90 por ciento de la población está expuesta a trastornos de la salud por ruidos excesivos en nuestra ciudad, donde los niveles son ampliamente superiores a los de Berlín”, afirma Barisani.
El trabajo realizado en Alemania estuvo orientado específicamente a determinar cómo influyen los ruidos en la incidencia de los infartos de miocardio, también llamados ataques cardíacos, que se producen cuando un área de músculo cardíaco muere o se lesiona en forma permanente debido a una provisión inadecuada de oxígeno.
Los resultados del trabajo, publicados en la edición de noviembre de 2005 de la revista científica European Heart Journal, se obtuvieron a partir del estudio de alrededor de 4000 pacientes, hombres y mujeres, admitidos en los 32 hospitales principales de Berlín entre 1998 y 2001. Sus edades oscilaban entre 49 y 67 años.
La información, que permitió a los investigadores establecer el modo en que los ruidos crónicos afectaron a los pacientes cardíacos, se obtuvo a partir de entrevistas estandarizadas para determinar los niveles de molestia que causaban en las personas los ruidos generados en el ámbito laboral y los ruidos ambientales asociados al tránsito, al tráfico aéreo, a los trenes, a los comercios, a la construcción, a las industrias y a los producidos dentro de la casa o provenientes del exterior.
Los investigadores también determinaron los niveles de los ruidos medidos en decibeles mediante mapas de contaminación acústica que incluían ruidos ambientales y también ruidos a los que los pacientes estuvieron expuestos en sus lugares de trabajo en los diez años previos a su admisión en los hospitales. Así, consiguieron saber el nivel total de contaminación acústica al que estos pacientes habían estado sometidos.
El estudio tuvo en cuenta, entre otros aspectos, la ubicación de la vivienda, un dato relevante si se tiene en cuenta que el 36 por ciento de la población adulta en Alemania está expuesta a ruidos que provienen del exterior de sus casas. En ese país, de acuerdo con los estándares oficiales referidos al tránsito, las calles son ruidosas cuando pasan más de seis mil vehículos frente a una casa por día.
Con respecto al ámbito laboral, cerca de un tercio de los trabajadores alemanes experimentan altos niveles de ruidos, al menos durante un 25 por ciento de la jornada laboral.
Los resultados de la investigación realizada por los doctores Stefan N. Willich, Kart Wegscheider, Martina Stallmann y Thomas Keil, indicaron que las mujeres eran más susceptibles a los ruidos ambientales. Según los autores, probablemente porque un porcentaje mayor de mujeres no estaba empleada, sufriendo de esta manera los ruidos irritantes del tránsito u otros no relacionados con el ámbito laboral.
Según los investigadores, los hombres y las mujeres darían respuestas fisiológicas distintas frente a los ruidos crónicos. Sin embargo, desde la perspectiva de Barisani no existirían “tales diferencias en la percepción de los sonidos ni en la forma de reacción del aparato cardiovascular ante ellos”.
Los autores del estudio sostienen que la diferencia entre hombres y mujeres debería ser investigada y concluyen que los resultados demuestran que las personas que están expuestas a alto niveles de ruidos tienen mayor riesgo de sufrir un infarto.
El factor clave que daría lugar a un infarto sería el estrés generado por la exposición al ruido crónico, lo que produciría un aumento de la tensión arterial y un incremento de colesterol en la sangre.
“Es lógico pensar que la carga de ruido que afecta crónicamente al individuo durante largos años, produzca estrés psicológico y descargas de catecolaminas que son un tipo de hormonas que pueden terminar favoreciendo la aterosclerosis, es decir, un bloqueo de las arterias coronarias y consecuentemente la aparición de infarto de miocardio”, asegura Barisani.
El especialista señala que varias investigaciones han comprobado que los niveles elevados de sonidos favorecen el desarrollo de hipertensión arterial, arritmias cardíacas, zumbidos en los oídos, disminución auditiva, fatiga, alteración del sueño y reducción del rendimiento laboral.
“Pero este estudio realizado en Berlín demuestra que la exposición crónica durante años, a sonidos superiores a los 60 decibeles, se asocia a una mayor incidencia de infarto de miocardio. Y esta es una de las principales causas de muerte en nuestro país, por lo que su prevención puede tener una implicancia importantísima”, afirma Barisani.
Para entender los niveles de ruido que son molestos y que se miden en decibeles, los expertos suelen estar de acuerdo en que por debajo de los 45 decibeles, en un clima de ruido normal, nadie se siente molesto, pero cuando se alcanzan los 85 el malestar es notable: por eso entre 60 y 65 decibeles se suele situar el umbral donde comienza la molestia.
Willich, Wegscheider, Stallmann y Keil enfatizan la necesidad de adecuar los umbrales de sonido para el uso de los protectores auditivos en los lugares de trabajo. Consideran que el uso de dichos protectores para ruidos que alcanzan o superan los 85 decibeles puede evitar daños al oído, pero no constituye una medida eficaz para prevenir el riesgo cardiovascular. Desde su perspectiva, los resultados de la investigación pueden contribuir a la mejora de estrategias de prevención, en particular en personas con tendencias a desarrollar enfermedades cardiovasculares.
Barisani señala que sería importante explorar en qué magnitud la contaminación acústica y tal vez la polución del aire, podrían constituir un factor exógeno de riesgo cardiovascular.
“Aunque aún no se ha demostrado, no sería de extrañar que puedan llegar a equipararse al colesterol, la hipertensión, la diabetes, la obesidad, el sedentarismo, el tabaquismo y el estrés. Todos estos son factores concurrentes, con mayor incidencia en las poblaciones urbanas de las grandes ciudades”, destaca.
“El volumen y desorden del tránsito, el estado del parque automotor y de las calles, las construcciones, colectivos, trenes y subtes, colaboran con la polución acústica. La prevención, en este sentido, exigirá un esfuerzo de planificación e infraestructura que debería tener como objetivo la calidad de vida de los ciudadanos”, concluye Barisani.