Un artículo aparecido en Science el 4 de agosto refleja cómo en el austero mundo de las revistas científicas, con sus controles y estrictas normas de publicación, cada tanto se descubre algún caso que despierta sospechas sobre las reales fronteras entre la difusión desinteresada de los conocimientos y el puro interés económico.
(4/08/06 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Ricardo Gómez Vecchio)– El mes pasado, un grupo de científicos publicó un artículo de revisión (review por su nombre en inglés) sobre la investigación acerca de la estimulación del nervio vago (VNS), un tratamiento bastante controvertido que se usa para la depresión.
El nervio vago es el par craneal de mayor longitud, esencial para el habla, la deglución y las sensibilidades y funciones de numerosas partes del cuerpo. Se comunica a través de trece ramas principales que conectan con cuatro áreas del cerebro.
El artículo, que especula sobre los mecanismos de acción de esta estimulación, que aún son poco claros, lo publicó el journal Neuropsychopharmacology omitiendo un pequeño detalle: todos los autores del trabajo son consejeros pagos de una compañía que fabrica un dispositivo de VNS, aprobado el año pasado por la Food and Drug Administration, de los Estados Unidos.
El dispositivo consiste en un implante que se coloca en el cuello, envía pulsos a través de un cable al nervio vago e incita así al cerebro a que libere ciertas sustancias químicas. Lo fabrica la empresa Cyberonics, en Houston, Texas, donde trabaja una persona autora del artículo. Los otros autores son Charles Nemeroff, el autor principal, que además es casualmente editor jefe del journal, y otros siete firmantes, quienes también son consejeros en Cyberonics.
El episodio causó agitación entre quienes publican el journal, el American College of Neuropsychopharmacology (ACNP), que prometió una investigación para cuando Nemeroff vuelva de sus vacaciones en Sudáfrica. Nemeroff, quien trabaja en el departamento de psiquiatría de la Universidad de Emory, en Atlanta, Georgia, dice que sus coautores informaron al journal acerca de sus lazos con Cyberonics y que la falla en comunicarlo, como requieren las políticas editoriales, fue un simple “descuido”.
Algunos observadores encuentran este episodio particularmente problemático, porque no sólo Nemeroff es editor jefe de Neuropsychopharmacology, sino también porque el primer borrador del artículo lo preparó un escritor profesional, que no figuraba entre los autores y fue contratado por la empresa fabricante del dispositivo, hecho bastante inusual.
La controversia, por denominarla de algún modo, recibió bastante cobertura de la prensa estadounidense en julio pasado, en buena parte gracias a Bernard Carroll, ex titular de la cátedra de psiquiatría en la Universidad de Duke, actualmente en la Pacific Behavioral Research Foundation, en Carmel, California.
Según cuenta Constance Holden, la firmante del artículo de Science en el que se cuentan los vericuetos de esta trama, el mes pasado Carroll envió un e-mail a sus colegas y a la prensa acusando a Nemeroff de realizar una lograda campaña de relaciones públicas de desinformación, contratar un escritor fantasma, y ubicar incestuosamente el artículo en su propio journal.
En un principio, la ACNP reconoció una “seria omisión” y dijo que la acusación de que el paper estuviera escrito por un escritor fantasma no le parecía valida, pero la semana pasada su Director Ejecutivo Ronnie Wilkins dijo que el consejo de la ACNP planea una minuciosa investigación del asunto, incluyendo una comparación de los borradores de los manuscritos original y final.
Las aguas entre los que defienden y atacan a Nemeroff y los cofirmantes del artículo están agitadas y divididas. Algunos, como Alan Schatzberg, titular de la cátedra de psiquiatría y ciencias del comportamiento de la Universidad de Stanford, dicen que la acusación de Carroll es estrafalaria. Otros, como Irwin Feinberg de la Universidad de California y Drummond Rennie, editor del journal de la American Medical Association, son muchos más severos en sus juicios, hablan de acciones inexcusables y cuestionan la ética.
Lo cierto es que, cualesquiera sean las conclusiones de la investigación de la ACNP sobre esta historia, las consecuencias parecen devastadoras, tanto para esa institución como para el journal que publican. Y podríamos agregar, también para quienes quieren defender la idea de que la ciencia y los científicos están por encima de las cuestiones materiales y los intereses típicamente humanos, a lo que los políticos nos tienen tan acostumbrados.