(31/08/06 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Florencia Mangiapane y Ricardo Gómez Vecchio)-. Carolina Mera se doctoró en Antropología Social y Etnología Urbana en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París con un trabajo sobre la migración coreana en Argentina, tema que la apasiona desde que se recibió de socióloga en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en 1991. Allí dirige desde el año pasado el legendario Instituto de Investigaciones Gino Germani, donde encarna un “cambio generacional”. Dice que fue elegida por su capacidad de gestión e innovación, ya que logró insertar dentro del programa de Ciencia Política la materia “China, Corea y Japón”, en una trayectoria que la llevó de ser tildada “exótica” a considerársela “adelantada”.
En 1998 viajó a Corea por un año gracias a una beca de investigación otorgada por Seoul Peace Prize Cultural Foundation y el año pasado publicó en coautoría el libro Coreanos en Argentina: 40 años de historia. Actualmente coordina diversos proyectos de investigación sobre los países del Este Asiático y asesora sobre minorías al INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo). En esta charla con la Agencia CyTA-Instituto Leloir, habla sobre el potencial de la investigación en la Argentina y explica cómo hizo Corea para librarse por completo del analfabetismo y la pobreza en pocas décadas.
¿Cuánta gente trabaja en investigación dentro del Instituto?
Actualmente hay 120 investigadores, 215 becarios y unos 100 auxiliares de investigación. Contando el personal administrativo, somos en total 500 personas. Muchos de los investigadores y los becarios tienen dedicación exclusiva por el CONICET. Los demás son profesores concursados de la Facultad de Ciencias Sociales, que dirigen investigaciones en este ámbito. La idea inicial con la que se creó el Instituto fue promover la investigación en las carreras de grado, que la investigación funcione como insumo para actualizar constantemente la formación de los profesores y de los estudiantes.
¿Cuáles son las principales áreas de trabajo?
En principio las áreas generales son Salud, Estudios Culturales, Conflicto, Estudios Laborales, Estratificación Social, Teoría Política, Sociología Histórica, Educación y Sociedad, Género, Metodología, Estudios Urbanos y Migración. Dentro de cada una de esas áreas hay una multiplicidad de proyectos, programas y grupos de estudio.
¿Cuántos proyectos están vigentes?
Alrededor de 200, porque muchos investigadores participan en varios proyectos. También tenemos unos 200 becarios de maestría y doctorado con proyectos propios que estamos tratando de relevar para ver qué problemáticas trabajan y con qué enfoques.
¿Hay áreas más importantes que otras?
Las áreas, en un principio, respondieron a las características de los investigadores que ya estaban trabajando cuando se creó el Instituto, por eso son muy clásicas: Salud, Cultura, Estudios Rurales, Estudios Urbanos, etcétera. Desde el punto de vista cuantitativo, hoy Estudios Culturales y Teoría Política son las que aparecen como más relevantes porque tienen más proyectos, investigadores, becarios y auxiliares que otras. La división es temática, entonces en cualquiera de las áreas, incluso en Teoría Política, puede haber investigadores formados en Trabajo Social, por ejemplo. Las cinco carreras que conforman la Facultad están totalmente dispersas en las distintas áreas.
Publicar, un desafío para los jóvenes
¿Cuántas publicaciones por año en revistas con referato se derivan de los trabajos de investigación?
No lo tenemos relevado. El Instituto tiene varias revistas electrónicas. También tenemos muchas coediciones con los proyectos UBACyT. Cada equipo produce libros como resultado de las investigaciones. En la mayoría de los casos tratamos de que figure el Instituto Gino Germani con la editorial que lo haga, para dar cuenta de que tienen una inserción institucional. Es todo un trabajo, porque si bien el Instituto tiene una identidad fuerte y en general los investigadores se reconocen en él, no es tan evidente a la hora de las producciones.
¿Tienen dificultades para publicar en journals internacionales?
En realidad, no hay cultura de publicar en journals internacionales. Creo que la Facultad de Ciencias Sociales y la Universidad de Buenos Aires en general han tenido una política muy “ombliguista”. No hubo muchos trabajos con el exterior. Recién en estos últimos años se observa un cambio concordante con la política científica en el mundo, que se orienta a construir redes científicas o de producción de conocimiento. Ese movimiento nos está insertando, pero no sé si es una política expresa nuestra.
¿Considera que es una deficiencia no publicar en revistas internacionales?
Tiene sus desventajas, desde ya, porque cuando uno se presenta para ganar algún tipo de financiamiento o de concurso en el CONICET o en UBACyT, cuenta. A la hora de la evaluación no es lo mismo una revista indexada internacional que una revista nacional, aunque sea con referato. A su vez, eso redunda en un nivel académico no tan competitivo como nación en comparación con otras comunidades científicas. Uno a veces se encuentra con un libro de un profesor de Estados Unidos que cree haber descubierto la pólvora por un tema, cuando acá tenemos cinco investigadores trabajando sobre lo mismo en UBACyT en investigaciones de cátedra, pero no se dio a conocer. De todas maneras, más allá de la publicación, en el trabajo de campo o con organismos se generan canales de difusión del proyecto que no son medibles. Cuando uno da a conocer su trabajo en el propio proceso de investigación, al contactar organismos, entrevistar profesores o personas, se va generando toda una ola. No es que el investigador está en la biblioteca y después produce. Producimos en un contexto, en una sociedad, y eso también es crear conocimiento.
¿Cuál es la modalidad de trabajo de la revista Argumentos?
Argumentos, que es la revista del Instituto, hasta ahora estaba basada en diálogos. Se convocaba a ciertos investigadores, seniors y juniors, y planteábamos un eje temático para la discusión. Tratábamos de que también viniera gente de otras facultades, y se hacía una ronda de discusión con un coordinador. Las recepciones que tuvimos fueron muy buenas, sobre todo del último número, que salió a fines del año pasado y abordó el tema de la universidad. Este año cambiamos el formato: agregamos una parte de papers con referato. Para noviembre vamos a abocarnos a recursos naturales, medio ambiente y política. Se va a priorizar lo que están haciendo aquí los jóvenes, que son los que más problemas tienen para publicar.
¿Hay muchos investigadores jóvenes?
En las últimas jornadas de jóvenes investigadores que organiza el Instituto hubo más de 200 trabajos presentados, la mayoría de tesistas y becarios, de un nivel altísimo. Estamos hablando de 200 jóvenes que estudian, producen y piensan problemas que van desde los movimientos sociales hasta las identidades sexuales, todo un potencial.
Usted es una de las directoras más jóvenes que ha tenido el Instituto.
Sí, aunque estoy en el instituto desde hace mucho tiempo. Soy graduada de la Facultad y desde que era estudiante me incorporé a la docencia. Fui ayudante de segunda, después de primera, jefa de trabajos prácticos, adjunta y ahora soy titular. Paralelamente fui haciendo toda la carrera de investigación, como auxiliar de investigador, investigador en formación, investigador. Los períodos de los directores son de dos años, renovables por dos años más. En ese sentido, el Instituto es un ejemplo de democracia y pluralismo. Los directores están a lo sumo cuatro años, aun cuando hagan gestiones excelentes.
¿Cuántos directores han tenido en el Instituto?
Desde que se normalizó, fueron directores Enrique Oteiza, Federico Schuster, Pedro Krotsch y ahora yo. Los tres claustros, investigadores, becarios y auxiliares, eligen un comité académico que a su vez elige al director. En 2005 me eligieron a mí. Hubo una decisión en el instituto de hacer un cambio generacional, también de perspectiva. Yo tenía bastante experiencia en gestión. Creé la materia “China, Corea y Japón”, también el grupo de estudios sobre el Este Asiático y ahora abrimos el Centro de Corea. Además, trabajé en programas de promoción de inmigrantes de la Secretaría de Cultura y soy asesora de minorías del INADI (el Instituto Nacional contra la Discriminación). Me parece que se privilegió la capacidad de gestión y de innovación en ciertas áreas.
Corea y América Latina estrechan vínculos
¿Cómo funciona el Centro de Corea?
El Centro de Corea depende directamente del Rectorado, porque la idea es que participen distintas facultades, no sólo Ciencias Sociales. Lo conforman Agronomía, Exactas, Filosofía, Sociales, y de a poco estamos integrando distintas facultades, con el objetivo de detectar áreas de complementariedad o áreas de trabajo similares en universidades de Corea y de Argentina, promover el intercambio, la producción y la investigación conjunta. Tenemos apoyo de varias fundaciones de Corea para invitar profesores y organizar eventos. También empezamos a dar clases de coreano el año pasado en el Centro Cultural Rojas.
¿Por qué Corea, y no China o Japón?
Desde que me recibí, trabajé sobre la migración coreana para mi tesis de maestría y doctorado. Después me fui a Corea un año con una beca, y tengo mucho contacto con ese país. Además, para instalar el Centro recibimos financiamiento de una fundación académica coreana. Coincidió nuestro trabajo y el interés de ellos. Sin embargo, la materia que dicto en la Facultad de Ciencias Sociales es “China, Corea y Japón”. Creo que hay que trabajar sobre la región, que hoy es eje, porque los países adquieren sentido unos en relación con otros. No se puede pensar Corea sin China y Japón. El interés mayor en Argentina es China. Tenemos doscientos alumnos por año y la mayoría se inscribe para conocer qué está pasando con China.
¿Es una materia optativa?
Sí, es una materia de la orientación en Relaciones Internacionales de la carrera de Ciencia Política. En general, los estudiantes se anotan por China, porque es la que está en los diarios, nos compra soja, es el gran monstruo que está compitiendo hoy por el poder internacional. Corea es un caso más cercano al nuestro. Fue de hecho uno de los países más pobres del mundo y hoy es la onceava economía mundial. Vivió procesos de industrialización, urbanización y democratización parecidos a los nuestros. Se desarrolló bajo dictaduras militares autoritarias, pero su proceso de democratización fue más exitoso que el nuestro, porque no tuvo hiperinflación, ni corralito, ni corralón, ni renuncias de presidentes, aunque sí obstáculos en su institucionalidad.
Es decir que se genera todo un entusiasmo por Corea…
Cuando termina la materia hay muchísimos que quieren seguir trabajando sobre Corea o Japón, porque tuvieron procesos que nos presentan elementos interesantes para la reflexión y la discusión. Vemos cómo podemos aprender de esas experiencias. En la materia, intentamos dar una base cultural fuerte, aun si después los alumnos van a hacer un proyecto en economía o en política internacional. Estudiar un país, sobre todo cuando es tan “lejano”, requiere una inmersión en su religión, sus procesos ideológicos, culturales e identitarios. China es inabarcable, aunque por eso también seductora.
¿Cuál es el interés de Corea en Argentina o en Latinoamérica?
Corea tiene un interés por abrirse al mundo desde fines de los ’90. Se abrió a Estados Unidos, a Europa y a América Latina en menor medida. Tiene políticas de Estado, no sólo académicas, sino también culturales, orientadas a promover su imagen, por eso el mundial de fútbol, las compañías de baile tradicional que traen o los concursos de comida. En los últimos años comenzó un interés particular por América Latina. Se ve en todo el apoyo institucional, académico y cultural que brindan. Por ejemplo, se va a abrir un centro cultural coreano en Recoleta. Su interés por nosotros tiene que ver con el mundo actual: hay toda una serie de pujas hoy por los recursos naturales. Por esa misma razón es que Estados Unidos y Europa compran las represas de agua y vienen a la triple frontera.
Corea trajo sus empresas productoras.
Hay algunas que explotan productos mineros, pero no somos un gran mercado consumidor, y hoy casi todos producen en China, pero es cierto que hay más presencia de empresas. Las grandes empresas coreanas, Samsung, Daewo, LG, Hundai, ya están acá. Corea prácticamente no tiene recursos naturales. Compra materias primas, porque no se autoabastece con alimentos. Sin embargo, nuestro intercambio con ellos es prácticamente nulo. En América Latina, Corea tiene un interés a largo plazo, por eso va estableciendo relaciones. Es un país que tuvo una continuidad institucional, política y económica a lo largo de los últimos cuarenta años, un país que se proyecta, y esto tiene que ver con una forma de pensar y ver el mundo, no sólo con una estrategia política.
¿Cómo está el nivel de inmigración de Corea en América Latina?
No hay inmigración actualmente. Hay muy pocos. Ya en el ’99 se produjo una primera ola de salida. A fines de los ’90 dejaron de venir y se empezaron a ir los que ya estaban, y para la crisis de 2001 la colectividad coreana se redujo a la mitad. Pasó de tener 40.000 personas a 17.000 ó 18.000 en Argentina.
¿Y ahora?
Ahora está entre 20 y 22.000 personas. Muchos volvieron después de la crisis, por ejemplo familias que se habían ido a México o a Guatemala volvieron a la Argentina cuando la situación se estabilizó. Se fueron porque ya hablaban el idioma, tenían una inversión cultural que creían poder capitalizar allá, pero la realidad es que después llegaron a México o a Guatemala y vieron que es otro mundo.
Es decir que los que están viniendo actualmente a Argentina no lo hacen de Corea, sino de otros países adonde se habían ido.
Es una migración que tiene mucha movilidad, que presenta una multiplicidad de caminos. Hay muchas familias que de entrada van a Par
guay y después vienen a Argentina, o después se van a Brasil, o los hijos se van a Estados Unidos y ellos se quedan acá, otros se vuelven a Corea, etcétera.
Si están en desarrollo hace bastantes años, ¿por qué migran?
En los ’70 había varios elementos de expulsión en Corea. Todavía la gente vivía mal, además había un gobierno militar autoritario represivo y una serie de incidentes con Corea del Norte. En aquel momento estaba mucho más cerca la experiencia de la guerra y la división, entonces cualquier incidente se veía como el inicio de una nueva guerra. Ya en la década del ’80 Corea mejoró muchísimo sus indicadores de calidad de vida. Hoy es un país de clase media, tiene cero analfabetismo, cien por ciento de educación primaria y secundaria, y una de las tasas universitarias más altas del mundo. Los índices de redistribución de la riqueza también son equiparables a los de países nórdicos de Europa. Los ricos son muy ricos y se pueden tomar un vino de 10.000 dólares y los más pobres tienen casa, comida, trabajo y demás. Pero no hay que idealizar, porque hubo represión, lo que facilitó la aplicación de ciertas políticas. Lamentablemente nosotros tuvimos además corruptos y ladrones de gallinas. En Corea los militares tenían un sentido nacionalista: a lo largo de los años mantuvieron los planes quinquenales progresivos, que incorporaban industria liviana, pesada, tecnología, acero, etcétera, hasta la redistribución de la riqueza.
Es decir, es un país que atraviesa un proceso más similar al que tuvo Chile en Latinoamérica.
Sí. En el ’87 inauguró un proyecto democrático de gobiernos cada vez más progresistas. Dos años después, Alfonsín firmó un acuerdo con Corea por el cual Argentina se comprometía a recibir inmigrantes en calidad de inversores, que debían traer treinta mil dólares por grupo familiar. Después esa suma se incrementó a cien mil, pero era una cifra muy posible para una familia de clase media de allá. En ese momento vinieron muchos protestantes evangélicos: la religión fue un fenómeno que promovió la salida. Otro fue la educación de los hijos, porque estudiar en Corea es carísimo, como en Estados Unidos. Entonces, hay gente que empiezó a quedar afuera, frustraciones, distintas expectativas. Y los que se instalaron acá ya no vuelven a Corea, porque algunos en Argentina todavía viven bien y les resultaría muy difícil volver a insertarse en su país. Muchos de los que vinieron y tienen negocio en el Once o en la Avenida Avellaneda (Flores) son profesionales. Lo que ocurre es que no hablaban el idioma, no revalidaron el título y tenían que sacar el proceso migratorio adelante, es decir que sacrificaron su profesión y se pusieron a trabajar para alimentar a la familia. Cuando hoy van a Corea se encuentran con que sus compañeros de estudios ya son gerentes de empresa, gerentes de banco, directores en una universidad, y ellos acá son comerciantes. Además, los que vinieron en los ’60 y ’70 son muy conservadores, porque todavía piensan en la Corea que dejaron. Hoy Corea es un país muy occidentalizado, muy moderno y lo ven un poco como la perdición. Vuelven acá y no quieren que sus hijos vayan a Corea, porque acá pueden mantener todavía cierta imagen de Corea que allá ya no existe.
¿Qué grado de integración logró la comunidad coreana?
Tienen un nivel de integración alto, pero la diferencia es tal, en apariencia, que no nos damos cuenta de los cambios que se vivieron. Yo lo percibí cuando volví de Corea. Los universitarios ya están a años luz de lo que son los coreanos de Corea. Es un proceso de negociación, de tensión, hay muchas transformaciones en los comportamientos y la subjetividad de las personas que no nos resultan fáciles de percibir. Desde el sentido común parecería que no se integran, pero los jóvenes tienen un nivel de inserción educativo y económico exitoso en Argentina, incluso los profesionales, a pesar de las desventajas con las que corren por ser coreanos, nuevos y de primera generación, en un país con un mercado laboral tan cerrado. Es una comunidad que le plantea a la Argentina un desafío nuevo en cuanto a las relaciones interculturales.
¿Pero tratan de mantener su cultura?
Sí, orgullosamente ellos se proponen mantener sus pautas culturales, su idioma. Hacen un esfuerzo enorme para que los jóvenes no pierdan el coreano y las comidas. A su vez, los jóvenes ya hablan castellano, se insertan. En Argentina, tradicionalmente las comunidades inmigrantes se asimilaron sin intercambio. Con la diversidad que tuvimos en este país, es llamativo que se hablen tan pocos idiomas. La diferencia estaba en el hogar, en la abuela o el abuelo, y no en el espacio público, porque no se reconocía como un capital cultural. Por eso la coreana es una migración conflictiva, que provoca amor y odio, porque ellos tienen claro que no quieren perder sus valores. Hoy estamos en un mundo globalizado que se pretende multicultural, donde los derechos culturales son reconocidos como parte de los derechos humanos. Entonces la ideología global acompaña. Antes, los estados nacionales pretendían la homogeneización: mandaban al inmigrante a la escuela obligatoria a hablar castellano, a la milicia a hacerse hombre argentino, y eso no sólo era así en la Argentina, sino en el mundo entero.
Además, económicamente los países del este asiático están muy adelantados, y eso despierta interés local por su idioma, por ejemplo.
Sí, pero todavía estamos lejos. Hay una ignorancia cultural, histórica. Chile ya hace unos años aplicó un programa de enseñanza bilingüe español-chino. En un par de generaciones de formación van a tener chilenos bilingües chinos. China está disputando el poder económico, pero también el poder político y ya no hay ninguna duda de que va a ser la potencia en un par de décadas. Hace poco decía un especialista brasilero, hablando de la soja, que el problema es que no les vendemos, sino que nos compran. Hoy China necesita soja y está toda América Latina “tirando la chancleta” por plantar, pero no hay ninguna inversión a largo plazo. Si hay un reordenamiento internacional, nuevamente América Latina va a quedar atrás. Pensemos que el año pasado vino el presidente de China, el de Corea y el de Vietnam.
¿Qué dicen cuando ven un país poco poblado y con recursos tan subutilizados como el nuestro?
No lo pueden creer. En Corea, el 70 por ciento del territorio son montañas de granito donde no se puede construir ni cultivar. No tienen riquezas naturales y hasta hace algunas décadas casi toda la población era analfabeta. Ellos están muy orgullosos de su agro. Tendrán vacas flaquitas, pero no tienen pobreza ni gente durmiendo en la calle. Lo hicieron todo invirtiendo en educación, ciencia y tecnología, con ventajas, como el mercado de Estados Unidos y de Japón abierto a sus productos, pero con un proyecto y una continuidad.