En la actualidad, buena parte de la información circula en formato digital a través de Internet. Las bibliotecas digitales no tienen paredes, ni estanterías, ni salas de lectura. Pero sí enormes desafíos por delante que dependen sólo del ingenio humano. ¿Cómo guardar los datos y preservar el conocimiento para que sea accesible a las futuras generaciones? “Por muchos años más, a los bibliotecarios nos van a seguir necesitando”, planteó la doctora Mónica Pérez, responsable de la biblioteca Cardini, del Instituto Leloir, en la última jornada de puertas abiertas que organizó la Fundación, donde expuso al público general su mirada sobre el futuro de los templos del libro.
(13/09/06 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Florencia Mangiapane)– “Desde siempre, el espíritu de las bibliotecas fue dar servicio y contribuir al mundo de la información, la comunicación y la creación, que están en la base del crecimiento de las sociedades”, explicó la doctora Mónica Pérez, directora de la Biblioteca Carlos E. Cardini, de la Fundación Instituto Leloir, en la 19ª Jornada de Puertas Abiertas que celebró la institución el viernes 8 de septiembre pasado.
A lo largo de la charla, a la que asistieron estudiantes de escuelas medias, alumnos de la carrera de Bibliotecología y vecinos del Instituto, la doctora Pérez explicó que el mundo de la información asiste hoy a dos desafíos fundamentales: la pérdida de vigencia del concepto de propiedad intelectual tradicional y la preservación de los documentos digitales.
“Actualmente las bibliotecas están cambiando al modelo de biblioteca híbrido o digital, convirtiéndose en verdaderos repositorios del conocimiento. Ya no es tan claro el límite entre un archivo y una biblioteca. El paradigma a seguir de todas las bibliotecas en la actualidad es que la información que tiene cada institución se haga accesible en formato digital a través de Internet”, señaló la doctora Pérez, que lleva adelante desde 2003 el proyecto de modernización tecnológica de la biblioteca Cardini y también es responsable del área de Procesos Técnicos de la colección Memoria y MERCOSUR en la biblioteca del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES).
“Están caducando las viejas leyes de propiedad intelectual, que datan de la Inglaterra del siglo XVIII. Estamos virando hacia un nuevo concepto de creación de la obra en el ciberespacio. Por eso aparecen figuras como copyleft, Creative Commons y Science Commons, estas últimas ideadas por un asesor letrado de la Universidad de Stanford, que dice que la creación es común cuando hablamos de Internet”, agregó la doctora, que encarna la tendencia interdisciplinaria de la época por su doble formación de médica dermatóloga y bibliotecóloga, carreras que estudió en la UBA.
Pérez llamó la atención sobre las dificultades que plantean los nuevos soportes. Un disquete, un CD-ROM o un DVD tienen una vida útil limitada. “¿Cómo podemos preservar un archivo grabado hace cinco años en un CD si a lo mejor dentro de quince no tenemos ni dónde ponerlo? ?disparó?. En realidad, el problema viene de antes. Los papiros se destruían si se mojaban o pasaban mucho tiempo al sol. El papel se conserva mejor o peor según sea ácido o alcalino y además está expuesto a los hongos. Conservar el soporte es un desafío tecnológico histórico, que sigue preocupándonos hoy.”
La especialista destacó que en el ámbito de la comunicación-información la humanidad siempre tuvo que ingeniárselas para transmitir los datos a través del espacio y el tiempo, y preservarlos para que sigan pasándose fidedignamente de generación en generación, a través de los siglos.
“Hoy los bibliotecarios tenemos la misión de garantizar la integridad intelectual de la información que se produce en esta época. Antes se encargaban de esa tarea los escribas, que estaban muy bien pagos y hasta eran tomados como botín de guerra”, explicó la doctora Pérez, con una réplica de piedra negra de Rossetta en la mano. La piedra original, que fue encontrada en el Delta del Nilo por las tropas de Napoleón, portaba un mensaje en tres lenguas antiguas (jeroglíficos, demótico y griego) y su desciframiento dio lugar al inicio de la egiptología. “Con ese hallazgo se abre todo un mundo de información sobre la antigüedad”, reflexionó Pérez.
La especialista contó que la escritura nace en realidad por una necesidad administrativa. “Los primeros materiales escriptorios que formaban libros fueron las tablas de arcilla. En la Mesopotamia Asiática abundaba el barro. Hace cinco mil años, se cortaban cuadrantes, se los dejaba secar al sol y ahí se apuntaba la contabilidad del ganado y los calendarios para cultivar y cosechar. Las tablas no se guardaban en bibliotecas, sino en templos muy altos, sin puertas, a los que se accedía por escaleras externas. Esto se hacía para preservar la información del agua, porque era una zona que se inundaba mucho”.
Pérez comentó que se trataba de información muy valiosa: las tablas de arcilla ya tenían el famoso “colofón”, donde figuraba el título, el nombre del escriba, los datos del dueño de la información, recomendaciones para su preservación y maldiciones para quien deteriorara las tablas.
La médica bibliotecaria destacó que el libro siempre fue un producto tecnológico e implicó acumulación de conocimiento, más allá de los diferentes soportes que tuvo a través del tiempo. Fue de arcilla, de pergamino, también de cuero y más adelante de papel. Pero la verdadera incidencia sobre la cultura de la población se logró con la imprenta. “Cuando se generaliza la prensa de tipos móviles que inventó Gutenberg llega la verdadera revolución. La apetencia por participar del conocimiento fue tal que se empezaron a aprovechar las posibilidades de velocidad y número que proporcionaban las nuevas técnicas”, señaló Pérez.
¿Con el libro digital estamos ante una nueva revolución? “Sin dudas. Hoy asistimos a una revolución conceptual. En el caso de los libros digitales o electrónicos, podemos ver la misma estructura del libro, con diferente paginación y en formatos pdf, entre muchos otros. Pero lo que es revolucionario no es el medio electrónico, sino el hecho de que detrás de las letras que vemos hay una enorme cantidad de información que las crea, expresable en bits”, explicó Pérez.
“Son los metadatos, datos sobre datos ?agregó?. Por ejemplo, si yo tengo una imagen en Internet y quiero ver su código fuente, me encuentro con un mundo de información sobre su proceso de creación: título, autor, fecha y mucho más. Hay datos que aparecen directamente importados desde el hardware y otros son puestos por los propios bibliotecarios, documentalistas o archivistas, y entre otras cualidades permiten registrar la autenticidad de cada versión de un archivo”.
Con atractivas imágenes, Pérez dio vuelta las páginas de la historia del libro. Ante la vista del auditorio pasaron escribas, bibliotecas románticas con aroma a incienso, edificios atestados de libros, y el contraste entre el estereotipo de la vieja bibliotecaria con rodete que pedía silencio y no dejaba que el visitante sacara ni guardara los libros y la desacartonada bibliotecaria moderna, que estuvo a punto de convertirse en Barbie, aunque le ganó de mano la arquitecta…
“Pienso que en la próxima vamos a salir”, se rió Pérez. “Lo cierto es que la tarea de catalogar y clasificar está vigente y se seguirá haciendo por unos cuantos años más. Mientras haya creación, nos van a seguir necesitando”, destacó.
Las bibliotecas digitales de hoy no tienen paredes, ni estanterías, tampoco salas de lectura. Se las puede consultar todo el tiempo y desde cualquier lugar. “Uno puede acceder a través de Internet a una biblioteca de Alemania, de Nueva Zelanda o de Argentina. Todas tienen programas con protocolos y estándares compatibles. En la Biblioteca Cardini, por ejemplo, que es híbrida, porque combina material impreso y digital, estamos evaluando qué software utilizar para la colección digital. Posiblemente nos decidamos por uno neocelandés”, adelantó Pérez.
“Si las bibliotecas van a seguir existiendo es una pregunta que nos hacemos los propios bibliotecarios. En los próximos cincuenta años seguramente sí. Después, no me pregunten. Ya se ocuparán otras generaciones”, concluyó entre risas, confiada en que la llama que enciende el espíritu de los escribas seguirá viva hasta el fin de los tiempos.
La biblioteca de la Fundación Instituto Leloir (recuadro)
La Biblioteca Cardini, que funciona dentro del Instituto Leloir, en Av. Patricias Argentinas 435, barrio de Almagro, tiene como objetivo asistir a los doscientos investigadores del instituto en la obtención de documentos bibliográficos y de referencia.
Cuenta con una interesante colección de series monográficas, libros y una destacada hemeroteca, con colecciones abiertas de revistas científicas y retrospectivas de primer nivel.
Su sala se encuentra equipada con terminales de computadoras, áreas de lectura generales e individuales, una colección en línea e impresa en estantería abierta.
Colabora con catálogos colectivos, como el de la Sociedad Argentina de Información (SAI) y desde hace un año coordina la red de información oncológica REDIO, junto con las bibliotecas del IAF-FUCA y Productos Roche.
Está abierta para consultas externas de lunes a viernes de 10 a 17. También se puede solicitar pedidos bibliográficos por correo electrónico a: biblioteca@leloir.org.ar