(23/02/07 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Florencia Mangiapane)-. El presidente de la Fundación ALMA, una organización que lleva atención pediátrica gratuita al norte del país desde 1980 a bordo de un tren-hospital modelo único en el mundo, reflexiona sobre la realidad sanitaria que se vive en algunas de las localidades más pobres de la región. El tradicional tren solidario, que funciona mediante donaciones privadas, volverá a emprender viaje en abril, con dos objetivos básicos: curar enfermedades y educar para la salud.
-¿Cómo surgió la idea del tren-hospital pediátrico?
-En 1976, el doctor Martín Urtasun, un cirujano pediatra ahora retirado, creó la Fundación con la idea de ayudar a los hospitales públicos a instalar salas de cirugía pediátrica, que hasta ese momento no existían, porque la cirugía pediátrica, como especialidad, recién empezó a desarrollarse en esa época en la Argentina. Martín trabajaba en el Hospital Pedro De Elizalde, y siempre dice que se angustiaba mucho porque venían a atenderse los chicos de la capital o el conurbano, pero raramente los del interior. Y cuando lo hacían, la mayor parte de las veces venían con patologías tan avanzadas que no quedaba nada por hacer.
-Así se le ocurrió trabajar para estos chicos.
-Sí, con un grupo de médicos empezó a pensar en cómo hacer para llevar por lo menos medicina básica a los lugares más alejados del país. En ese momento, los lugares más pobres de la Argentina eran los del norte: Santa Fe, Chaco, Formosa, Misiones y también Salta, Tucumán y Jujuy. Como muchos de los caminos no estaban pavimentados, se llegó a la conclusión de que para mandar médicos y aparatología lo más apto era el tren. Además, en esa época la red ferroviaria todavía estaba bien mantenida y cubría todo el país. Entonces se pidió tres vagones a Ferrocarriles Argentinos para el ramal hoy cubierto por el Belgrano Cargas, que es de trocha angosta y abarca la zona donde está concentrada la mayor pobreza, incluyendo asentamientos indígenas. El Ferrocarril finalmente aceptó el pedido y accedió a entregarnos tres vagones en desuso.
-¿En qué condiciones estaban esos vagones?
-Eran esqueletos, estructuras vacías de contenido. En Tafí Viejo, Tucumán, estaba localizado un taller ferroviario, aún existente, donde trabajaban 5.000 personas y se hacían coches para pasajeros, vagones de carga y se reparaban locomotoras. En el “cementerio” de ese taller, donde normalmente va a parar los equipos que no tienen arreglo, aparecieron tres coches de trocha angosta con el tren de ruedas intacto. Entonces la Fundación tomó esos vagones, y con ayuda de Ferrocarriles Argentinos se reconstruyeron. Luego se los equipó con todo lo que se necesita para tener un hospital completo, porque hay consultorios para la atención de los pediatras, sala de rayos X, sala de laboratorios, enfermería y cirugía menor, además de camarotes para todo el personal que viaja. Son tres vagones enormes.
-¿Cuánto miden?
Aproximadamente treinta metros de largo cada uno. Son impresionantes. Uno es el tren- hospital propiamente dicho, donde se hace la atención. En el vagón del medio están los camarotes donde duermen los profesionales y la sala comedor, que además sirve de ateneo, un lugar donde se juntan los médicos para discutir los casos, y después hay un tercer vagón, donde están la cocina y la sala de máquinas. El tren lleva dos motores generadores Mercedes Benz. Siempre vamos a pueblos que no tienen hospital, ni sanatorio, pero tampoco salita, ni médico. El tren se posiciona en las vías secundarias de las estaciones de cada pueblo visitado. Es un espacio donde no hay agua ni luz eléctrica. Muchas veces en el pueblo tampoco hay electricidad y menos agua corriente. Por eso es que se llevan equipos electrógenos o generadores para proveer luz, agua y aire a presión, permitiendo que los equipos de odontología y rayos, por ejemplo, puedan funcionar.
-¿El primer viaje se hizo en 1980?
-Sí, y desde entonces llevamos realizados 154 viajes, de 15 días de duración cada uno. Va una dotación de entre 13 y 15 personas: dos o tres médicos pediatras clínicos, dos o tres odontólogos, dos asistentes sociales, un técnico de rayos, un técnico de laboratorio, una enfermera, una cocinera, una mucama de hospital y dos mecánicos que mantienen los motores. Cuando el chico sube al tren, la asistente social releva su situación actual. Si no es la primera vez que se atiende, ya tiene una ficha hecha que se actualiza; si no, se elabora una ficha nueva. Luego pasa al médico clínico, que hace su diagnóstico y pide los estudios, análisis o radiografías que hagan falta, y después pasa a odontología. De cada diez chicos atendidos, seis tienen algún tipo de patología, enfermedad o lesión, pero todos tienen problemas odontológicos.
-¿El 100% de los chicos tiene problemas odontológicos?
-Sí, entre serios y muy serios: muelas y dientes rotos, pérdida de piezas e infecciones en la boca, todo lo cual revierte desfavorablemente en su estado general y genera dificultades nutricionales.
-¿Por qué viajan entre abril y noviembre?
-Nuestros viajes coinciden con el período escolar porque nos permite tener a los chicos reunidos y coordinados por las maestras, que son nuestras grandes aliadas. Quince días antes de salir les avisamos por teléfono. Ellas comunican nuestra próxima llegada a los chicos, a los padres, y además a los medios y radios locales, que aunque son de bajo alcance, cumplen una gran función social y anuncian la llegada del tren. Entonces las maestras ya nos esperan con el grupo formado, no solamente con los chicos del colegio, sino también de los alrededores. Hay veces que atendemos entre 400 y 600 chicos por viaje. Las maestras son además las principales receptoras y transmisoras de la educación sanitaria que realiza el tren.
-¿Estamos hablando de pueblos de qué cantidad de habitantes?
-Vamos a pueblos de menos de 2.000 habitantes incluyendo los alrededores. Son pueblos chicos de aproximadamente 1.000 ó 1.500 pobladores, a los que se les suman los asentamientos próximos. Los chicos vienen de hasta 20 kilómetros a la redonda.
-Pueblos donde no hay servicios pediátricos ni hospitales.
-No, en absoluto. Justamente buscamos visitar solo pueblos carentes de servicios médicos. En algunos casos aislados hay sistemas de médicos itinerantes, que van recorriendo la provincia. Son médicos generalistas que cumplen una función muy importante con escasos recursos.
-¿Cómo se incorporó usted a la Fundación ALMA?
-Empecé hace cinco años como tesorero, porque soy economista. Como no entendía ni de trenes, ni de medicina, y quería ayudar, empecé trabajando desde la tarea más afín a mi profesión. Ahora somos seis personas en la Fundación; todos trabajamos en la comisión directiva y nadie cobra sueldo ni honorarios. Tampoco los profesionales de la salud que viajan cada vez.
-¿Ninguno de los pediatras que viajaron estos años se quedó a vivir en las zonas que visitan?
-Bueno, simplificando las cosas, los médicos que viajan en el tren se dividen en dos grandes clases: los muy jóvenes, recién egresados, que van a probarse, a vivir una aventura, pero también a conocer la Argentina, y los más grandes, que son profesionales de entre 45 y 60 años que no van por un espíritu idealista, sino a devolver lo que han recibido. A los jóvenes les explota la cabeza, por la dureza de la realidad que se vive: chicos con malformaciones o problemas permanentes que podrían haberse evitado si hubieran sido tratados a tiempo. Los más grandes, en general formados en la UBA y que tuvieron la suerte de estudiar y construir una vida alrededor de su profesión, van a devolverle a la sociedad lo que les permitió tener. La conducta de unos y otros es distinta: los jóvenes regresan queriendo patear escritorios y se quieren ir a vivir allá. Después, pasan los días y van volviendo a la realidad, pero a todos se les mueve mucho el piso, aun a los más grandes, porque algunos no se dan cuenta lo que significa vivir en un lugar donde uno aprieta un botón y tiene luz o abre la canilla y tiene agua. Ahí no hay ni agua, ni luz, ni nada. Viven en un estado de pobreza aceptado generación tras generación. Cuando alguien les habla de otra cosa, miran como diciendo “acá siempre fue así”.
-¿Cómo evolucionó la situación sanitaria en el norte desde 1980 hasta ahora?
-Empeoró, no porque las patologías sean más graves, sino porque hay mucha más gente que vive en estado de miseria, sin los cuidados básicos. Encontramos parásitos, piojos, infecciones y problemas pulmonares. Lo urgente es curar la enfermedad, pero lo más importante es la educación sanitaria. Entonces, después de trabajar, los médicos se van a tomar mate a los colegios y junto con las maestras, algunos padres y líderes naturales del lugar, dan charlas sobre temas básicos, cosas simples pero importantes: primeros auxilios, cómo hacer agua potable y la importancia de la higiene bucal. Armamos un programa que se llama “Cepilleros”. En todos los viajes llevamos a los colegios cepillos y pastas para cada chico. Las maestras enseñan el hábito de la limpieza. Los chicos van al colegio en parte a estudiar, pero en buena medida a comer, porque el potaje del colegio es la única comida fuerte que tienen en el día. De esta forma se van acostumbrando a lavarse los dientes. Es muy importante insistir en la cuestión odontológica porque incluso una limpieza precaria hace que en 10 años la boca de esa persona sea otra.
-¿Qué otro trastorno preocupa?
-Hay muchas infecciones de piel, especialmente en los pies. Hay enormes problemas de calzado. Los que vivimos en las ciudades estamos acostumbrados a donar guardapolvos. Pero en las zonas más pobres lo que faltan son zapatos y zapatillas. Hay familias que tienen un par de zapatillas y se lo van rotando. Siempre tienen que andar mucho por caminos pedregosos, y se lastiman los pies. También se hacen unos zapatos cortando botellas de gaseosas por la mitad y atándolas con sogas para poder caminar. Por eso, es muchísimo más importante mandar cualquier calzado, incluso ojotas, que mandar guardapolvos.
-¿Llevan ropa, calzado y medicamentos?
-Medicamentos desde ya, porque cuando se le hace un diagnóstico a alguien, tenemos que dejar medicamentos para todo el tratamiento. Pero es tal la pobreza que desde hace algunos años llevamos también un poco de ropa y todo el calzado que podemos, sobre todo zapatos para chicos de entre 6 y 14 años.
-¿Cómo se manejan con las donaciones?
-Se ve caso por caso. Hay gente que las acerca en el momento de la salida del tren; otros las llevan a la sede de la Fundación (Billinghurst 1444 7° A) y en otros casos las vamos a buscar. Pueden escribirnos a fundacionalma@hotmail.com
-¿Cuándo será la próxima partida y hacia adónde?
-Saldremos la primera quincena de abril, una vez que hayan empezado las clases. En todo este asunto tenemos otro socio, el Ferrocarril Belgrano Cargas, que está pasando un mal momento financiero y le faltan locomotoras. Nuestro tren no tiene máquina propia; se engancha a un tren carguero, así que el destino de cada viaje queda sujeto a la disponibilidad que tenga el Belgrano en ese momento. Normalmente salimos los viernes. Tardamos dos días en llegar y dos en volver. De los 15 días de viaje, en el mejor de los casos cuatro se pierden entre ida y vuelta, siempre que la máquina no se rompa.
¿Cuánto cuesta cada viaje?
-Alrededor de 8.000 pesos. Se nos va mucha plata en medicamentos, en comida para el personal que viaja y en insumos de odontología, que son carísimos. Como nadie cobra nada, no hay otro gasto. La sede de la Fundación es un departamento de un ambiente que nos donó una señora colaboradora que murió.
-¿Los aportes que reciben son todas donaciones privadas?
-Son todas donaciones privadas de gente individual y de dos o tres fundaciones solidarias que nos ayudan mucho.
-¿En ningún momento se articuló la iniciativa de ALMA con algún programa del Estado?
-No. En realidad hace dos años tuvimos un problema muy serio debido a la falta de mantenimiento apropiado que debía realizar el ferrocarril Belgrano Cargas. La Fundación se apoyó entonces en los medios de difusión para contar su situación y pedir ayuda. Gracias a ello, la ministra de Desarrollo, Alicia Kirchner, nos llamó, se ocupó del arreglo y de que nos dieran un subsidio para recomenzar.
-¿Existe alguna iniciativa parecida a la de ustedes en otros países?
-Por lo que sabemos, no existe otro tren pediátrico en el mundo. Trenes-hospitales hay algunos, ninguno en América Latina, pero trenes pediátricos, no. A través de nuestra página, www.fundacionalma.org.ar, hemos recibido muchas comunicaciones de gente del exterior interesada por lo que se está haciendo acá. Hay un montón de ONG que ayudan, incluso desde el punto de vista médico, a gente de bajos recursos, pero ninguna con esta estructura de tren-hospital que sale y atiende chicos gratuitamente desde hace más de 25 años.
-Y para los lugareños ya se convirtió en una expectativa año tras año.
-Sí, cuando comienza el período de clases empiezan a llamar para preguntar cuándo va el trencito, porque en la mayoría de los casos es el único contacto anual que tienen con médicos y aparatología. Cuando encontramos patologías graves mandamos al chico al hospital provincial más cercano y en casos extremos los traemos a Buenos Aires a costo de la Fundación. Traemos al menor y a un adulto, y les pagamos la estadía hasta su vuelta.
-¿Cuántos chicos llevan atendidos en todos estos años?
-Llevamos atendidos más de 77.000 chicos. Hoy estamos atendiendo a los nietos de los chiquitos que atendimos a partir del año 80, porque el embarazo adolescente es muy común. A veces vienen cuatro generaciones juntas: el bebé, la chica de 17, su mamá de 40, y la abuela de 60. Es así, 27 años es mucho tiempo.