(6/3/07 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Juan Manuel Bussola)-. Martín Becerra es Dr. en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Barcelona y docente de posgrado en las universidades nacionales de Quilmes, Buenos Aires y La Plata, FLACSO (Argentina) y en la Universidad Diego Portales, de Chile. Es Secretario Académico de la Universidad Nacional de Quilmes desde octubre de 2003 y fue director de la licenciatura en comunicación social de esa universidad. Autor de publicaciones sobre la Sociedad de la Información y la educación superior en entornos virtuales, hace poco publicó, junto a Guillermo Mastrini, “Periodistas y Magnates”, una ardua y exhaustiva investigación sobre la estructura y concentración de las industrias culturales en América Latina.
– En tu libro “Sociedad de la Información” mencionas que Daniel Bell advertía sobre las limitaciones del modelo de sociedad postindustrial. Hoy, cuando hablamos de Sociedad de la Información ¿conviene tener en cuenta aquella advertencia de Bell?
El modelo de Sociedad de la Información (SI), tal como esta definido por los documentos fundacionales que comenzaron a hablar de ese modelo a principios de la década de 1990, se refiere a una cantidad de países limitada, los países desarrollados que tenían un problema de crecimiento basado en la expansión del patrón industrial y, a su vez, un desarrollo de las nuevas tecnologías convergentes que les permitía aspirar a un nuevo modelo. Por lo tanto, diría que esa prevención que tuvo Bell en su momento habría que tenerla en cuenta. Lo que hay que observar es para quién ha sido definido ese modelo. Los teóricos clásicos del capitalismo también lo habían pensado sólo para una docena de países, sin embargo, el capitalismo como modelo económico se ha expandido por todo el mundo. De igual manera, las TICS (tecnologías de la información y la comunicación) se han expandido por gran cantidad de países desde África a Sudamérica, a pesar de que el modelo de la sociedad informacional no fue diseñado con la mira puesta en nuestros países periféricos.
-Bell dice que “la actitud hacia el conocimiento científico define al sistema de valores de una sociedad”.
La frase de Bell es un tanto calvinista, no estoy muy de acuerdo con ella. Todo estamento, científico, militar, universitario, académico, de los periodistas (como demostrara Weber) efectivamente expresa cierto resumen de estado de conciencia y de valores que tiene una sociedad en un momento histórico determinado. En ese sentido sí me parece correcta la frase de Bell, pero incluyendo al ejercicio de todas las actividades, no solamente la actividad científica.
-¿Es posible una via latinoamericana hacia la SI con este sistema científico?
Aclarando que mi conocimiento del sistema científico latinoamericano deviene de la práctica en la gestión universitaria y de la experencia personal como investigador, podría afirmar que en realidad en la Argentina, teniendo en cuenta por ejemplo los indicadores producidos por los equipos que dirige Mario Albornoz, del Centro Redes-Red Iberoamericana de Indicadores en Ciencia y Tecnología, existen matices de apreciable valor en relación con otros países de América Latina. No obstante, obviamente se registra un atraso considerable de casi toda la región en términos comparativos con el capitalismo avanzado.
-¿Pero no te parece que a veces los indicadores no tienen en cuenta los “contextos”?
Si, es cierto. Sin embargo, creo que la principal dificultad es que, hablando de política científica no hay una continuidad, no hay una política de Estado. En Francia desde la fundación del CNRS hay cinco o seis décadas de continuidad. En nuestro país no hay ni una década. Sí observamos gestos espasmódicos. Por ejemplo, hay apuestas muy recientes como se ha hecho con la biotecnología. Se ha revalorizado al CONICET en el último bienio, pero eso no es una política aún. Uno no sabe si eso se debe sólo a la buena intención del que esta en el cargo o si tendrá continuidad más allá del funcionario de turno. De todas maneras, no advierto que haya una política científica en la Argentina de los últimos cuarenta años.
-Vos decís que el desmantelamiento del Estado de Bienestar es una de las condiciones de éxito del modelo de crecimiento que se impone con la SI, donde los principios de la política Keynesiana van siendo dinamitados. ¿Los beneficios de la SI han reemplazado a las pérdidas de los beneficios sociales del Estado de Bienestar?
Absolutamente no. Eso depende fundamentalmente de los actores sociales, de los sujetos colectivos. El Estado de Bienestar nos hablaba de un modelo de distribución de los beneficios de la economía a partir de los avances que habían logrado colectivos sociales, grupos, clases, sectores, definiendo positivamente el reconocimiento de los derechos que ellos tenían para participar en condiciones más igualitarias en la distribución y el usufructo de lo que se obtenía con el esfuerzo conjunto. Hasta el Banco Mundial reconoce que la distribución de los beneficios que genera la economía se ha hecho progresivamente más injusta, y eso coincide con el salto que le permite a la economía reeditar una fase de crecimiento. La economía crece más, pero los beneficios se distribuyen menos equitativamente. La SI se construye en base al desdibujamiento y desmoronamiento de los beneficios del Estado de Bienestar.
– Es decir que no puede hablarse de la SI sin tener en cuenta otros aspectos.
Hablar de la SI en abstracto sería incorrecto, porque en Suecia, Noruega, Finlandia, no se han minado completamente los beneficios obtenidos en la etapa de Estado de Bienestar y, curiosamente, esas son las SI más avanzadas en la aplicación, uso, diseminación y apropiación social de las nuevas tecnologías. Las tecnologías prototipo, arquetípicas o modelo de la SI se distribuyen más equitativamente en aquellos países que conservan todavía como rasgo distintivo el ser sociedades más equitativas, como lo son las sociedades escandinavas. Por supuesto, si fuéramos suecos, noruegos o fineses también señalaríamos con preocupación que aquel Estado de Bienestar que se había consolidado en las décadas de 1960 y 1970 se ha desmoronado en sus países. Pero si lo comparamos con América Latina, es un paraíso.
– Hoy se habla de pobres y ricos en el sentido de acceso a redes de información ¿Mediante qué políticas crees que puede reducirse esa brecha?
Aunque parezca pesimista, no hay modo de reducir la brecha infocomunicacional si no se achican las otras brechas, porque ésta no es un accidente sino que acompaña en la Argentina a la brecha de la precarización laboral, a la de la distribución de la riqueza, a la brecha cultural. Es una especie de manifestación más de sociedades profundamente fragmentadas. Por eso digo que las sociedades escandinavas, que tienen la cohesión social como uno de sus principales valores, también hacen punta en la difusión y apropiación social de las nuevas tecnologías. Allí no hay tan ricos ni tan pobres. Tampoco hay una brecha infocomunicacional tan marcada como en nuestros países. A raíz de otra investigación recorro mucho los países latinoamericanos, y si uno va a países más injustos que el nuestro, más inequitativos, te das cuenta de eso. La brecha infocomunicacional en Ecuador, Bolivia o Perú acompaña a la brecha económica. Por lo tanto, una política dirigida a paliar la brecha infocomunicacional en abstracto, es una especie de ejercicio de idealismo.
-Como consultor especialista en educación a distancia, qué opinión tenes del programa “una Laptop por chico”. ¿Cuál es el impacto que puede tener la utilización de las tecnologías de la información y la comunicación en niños y adolescentes en la escuela?
Este tipo de proyectos, presuntamente bienintencionados, filantrópicos, de “beneficencia”, están sustentados por una mirada hiperoptimista respecto de la utilización de las nuevas tecnologías. Es como si estuviéramos en 1960 y me preguntaran que va a pasar cuando todos los argentinos tengan televisión. Porque hay una empresa que querría regalarle televisores a todos los argentinos o venderselos por poco dinero. Respondería que los problemas que tiene la Argentina van a seguir siendo los mismos problemas con o sin televisión. Por supuesto, la televisión o en este caso las computadoras, reproducen la realidad, multiplican la realidad. Los chicos argentinos ven televisión y no es que tengamos la brecha cultural o la brecha simbólica saldada. Al revés. En la argentina del año 2007, las competencias y capacidades de nuestros chicos son mucho más precarias que las competencias y capacidades que tenían los chicos en 1970, y en ese año tenían mucho menor acceso a las tecnologías de la información y la comunicación.
– O sea que las tecnologías por sí solas no son útiles.
Con esto no quiero decir que sean malas. Una de las muletillas de quienes tienen intereses materiales concretos en las industrias de las TICs es que si vos elaborás un pensamiento que reflexione sobre las condiciones sociales reales de diseminación de esas tecnologías te convertís en un “pesimista tecnológico”. Quisiera aclararlo: uso esas tecnologías, que para los investigadores sociales son importantes por el acceso a redes de intercambio, a revistas especializadas, a fuentes de documentación. Pero la Argentina no está compuesta, mayoritariamente, por el estamento de investigadores y la prioridad para los chicos argentinos es acceder a la comida y a los libros. Si a los niños se les garantiza una infancia sin carencias alimentarias, se les inculca el cariño por la lectura y se les despierta el sentido de la curiosidad, entonces con o sin computadora sus competencias y sus capacidades van a incrementarse. Por supuesto, esos pibes con computadoras van a potenciar su capacidad, porque es una herramienta más. En resumen, no es que vea mal el proyecto, simplemente la política educativa no pasa por ahí, ni por asomo.
-Quienes impulsan el proyecto sostienen que el formato digital es más “amigable” y que además las máquinas pueden almacenar una cantidad de libros que no entrarían en toda la biblioteca de la escuela.
Por lo menos con mis hijos no sucede lo mismo, les encantan los libros. Pero el principal problema es que no hay currículum. Las maestras ¿Que van a hacer con esa computadora? ¿Qué contenidos van a pasar por esa computadora? ¿Quién va a producir esos contenidos? Se supone que es patrimonio del Estado, al menos desde la avanzadísima (para entonces y para hoy) Ley 1420, planificar y garantizar contenidos en la educación básica de los argentinos. Desde el punto de vista de las políticas estatales, entendería los dos acuerdos distintos que el Ministerio de Educación firmo tanto con Microsoft como con Negroponte, si le impusieran a esos proveedores que el manejor del currículum lo hace el Estado Argentino. Los contenidos los van a desarrollar los especialistas curriculares, no “Encarta”. Porque resulta que vos ingresas en un buscador Hipólito Irigoyen y no hay casi nada, como bien señala Aníbal Ford. En cambio, hallás datos, incluso supérfluos de la política estadounidense. No es que tenga una mirada hiperpesimista, por el contrario, digo que podríamos hacerlo. El contenido debería ponerlo el Ministerio de Educación de la Argentina, pero para ello hace falta una dimensión de política pública que hace décadas está ausente.
-Te acordás cuando el ex Canciller Dante Caputo (durante su gestión como Secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación productiva en la presidencia de De La Rúa) quiso impulsar aquel proyecto de Sociedad de la Información basado principalmente en la “compra de computadoras” y el desarrollo de la informática ¿Es común encontrar en los políticos este tipo de distorsiones del concepto SI?
No es un problema individual del funcionario. Esto ocurre cuando no hay una política, una línea de continuidad. Y, finalmente, hay que “inventar algo” para justificar estar ahí. El problema es que se carece de política de fondo. Es lo que decía antes. En cambio, si me preguntaras que te parece lo que se está haciendo en el Instituto del Cine yo diría que desde 1994 (año en el que paradójicamente el gobierno de Menem sancionó la ley del cine) en adelante hay una política, insuficiente, que se puede criticar, pero el Estado Argentino tiene una política de apoyo y aliento al cine nacional. En 1992, antes de esta ley, la Argentina producía menos de diez películas por año y hoy produce setenta. En cambio, en materia de TICs la política hoy es ceder todo a las fuerzas del mercado que intervienen en ese sector, más allá del nombre del funcionario que contingentemente ocupa el lugar del Estado.
En “Periodistas y Magnates” concluyen que los bajos niveles de acceso a productos de la industria cultural en América Latina se complementan con una estructura del sector altamente concentrada, en la cual las cuatro primeras firmas de cada mercado dominan (promedio regional) más del setenta por ciento de la facturación y de la audiencia. El libro sintetiza los resultados de la primera investigación sobre la estructura y sobre los indicadores de concentración de las industrias culturales y las telecomunicaciones en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Perú, Uruguay y Venezuela. ¿Cuáles son los países donde hay mayor concentración?
Nosotros trabajamos sobre América Latina, donde los grupos económicos más fuertes están en México, Brasil, Argentina y Venezuela. Los índices de mayor concentración se encuentran en Uruguay. Porque el tamaño de ese país, su población o masa crítica, hace que no haya un tamaño de mercado que permita el desarrollo de muchas industrias. Los uruguayos están invadidos por la industria cultural de la Argentina y Brasil. Pero si tomás países del tamaño medio, de Chile en adelante, con 10 millones de habitantes para arriba, la Argentina es uno de los países con mayor nivel de concentración.
-Además de haber concentración hay, digamos, “convergencia” en los contenidos.
Un mismo grupo tiende a tener una misma línea editorial. Por ejemplo, el grupo Newscorp del Magnate Rupert Murdoch que apoya las políticas del presidente George Bush. Ninguno de sus más de 200 periódicos brindó una información imparcial acerca de la invasión estadounidense a Irak. Es un ejemplo de cómo un mismo grupo tiene una misma línea editorial: Televisa en México, O Globo en Brasil, Clarín en Argentina, El Mercurio en Chile, el grupo Caracol en Colombia, y así sucesivamente. Ahora bien, en el estudio de la concentración también hay que añadir que a pesar de las sinergias internas no deja de ser curioso que a veces ocurra que internamente un
productora de un mismo grupo compita con otra. No es “el gran hermano”, no es un solo ojo que mira todo.
-En el curso de empresa informativa dictada por la profesora Charo de Mateo de la Universidad Autónoma de Barcelona, explicaban hace algunos años que en España podía accederse sin problemas a los balances de las empresas de comunicación y que acá en Argentina eso era imposible ¿ese es el tipo de obstáculos que tuvieron?
Sí. En Argentina es muy difícil, pero no imposible como en Bolivia, Ecuador o Paraguay. En general se le puede solicitar la información a la Inspección General de Justicia. Puede conseguirse información por vías indirectas de las economías más grandes, que son México, Brasil y Argentina.
– Hay una anomalía muy notable en América Latina que es “la piratería” o el comercio informal. ¿Cómo ponderan este dato teniendo en cuenta la facturación millonaria que a diario circula por el “mercado negro”?
En industria de la información y comunicación el tema es serio. Se calcula que la mitad o más del mercado está en negro, por cada CD legal hay un CD trucho o más. Estaríamos hablando de un tercio. Hay países donde todo es ilegal y los sellos tienen muy baja recaudación. Efectivamente es un problema, pero en la televisión abierta, la televisión de pago, la prensa escrita, que por lejos son las industrias culturales que más facturan, prácticamente no hay economía en negro. Si hay balances “truchos” no es responsabilidad de los individuos sino de las corporaciones. Pero eso no me consta.
-¿Qué tipo de integración tenemos en Argentina?
Conglomeral, en nuestro país un mismo grupo aspira a estar en todos los eslabones de la cadena productiva, de la propia industria. Si vos tenés una productora cinematográfica vas a querer tener una exhibidora, y en el resto de los eslabones de la producción de contenidos: música, actores, guión, etc. Pero además vas a aspirar también a estar en otras industrias culturales, es decir, si tenés un canal de televisión, querrás tener una radio, una revista o un diario, y así sucesivamente. Pero hay excepciones, por ejemplo, La Nación fue dueña de Radio Del Plata, la vendió y decidieron expandirse en el ámbito de la prensa escrita, en sociedad con Clarín.
-¿Cómo describirías el rol del Estado Nacional en materia de telecomunicaciones en la actualidad: ausente, paternalista, regulador?
En materia de telecomunicaciones el Estado Argentino tiene una misma línea de conducta desde el año 1989 hasta ahora. Todos continuaron con la misma política de Menem. Han logrado empeorar el carácter neoliberal de las telecomunicaciones.
-Por ejemplo…
Hay una carta de intención firmada por este gobierno por la cual el Estado Argentino (bajo la administración del entonces Secretario de comunicaciones Guillermo Moreno) se compromete a cederle a Telefónica de España la propiedad de la red de telefonía. La carta está en Internet y puede consultarse. Sin embargo, lo único que salió en los diarios es que iban a reducir de 8 a 9 el horario de tarifa reducida de telefonía básica. Lo que dije anteriormente es que lo que se quiere es transferir un activo del Estado. Lo que hicieron Menem y María Julia, es decir, que se consesionó la red de telefonía. Mas grave aún es que se haya cedido la red de telefonía.
-Es interesante que hayan rescatado parte de la obra de autores clásicos de la disciplina, como Alcira Argumedo, Heriberto Muraro, Fox de Cardona y el mismo Armand Mattelart que escribe el prólogo de “Periodistas y Magnates”.
Si, eso modestamente quisimos hacer. Esa es una generación o dos de gente que tuvo biografías muy interrumpidas por procesos políticos. Mi generación trabaja en condiciones, si se quiere, mucho más cómodas. Y naturalmente creo que todo lo que podemos decir rinde tributo a toda esa gente. Por eso nos interesa establecer un diálogo crítico con su obra. Revisamos algunas de sus contribuciones o aportes, en algunos casos críticamente. Considero que en América Latina falta eso, el diálogo. Se ha instalado, sobretodo desde los ochenta un cierto ejercicio de ninguneo hacia los fundadores de la disciplina de la comunicación. En realidad nosotros no hemos aportado nada original, sino que estamos haciendo el “trabajo empírico” que aquellos autores no pudieron realizar por haber padecido, llamémosles con cierto eufemismo, interrupciones en sus biografías. Y con relación a cómo se instala esto, es un proceso muy lento, nuestra función es producir conocimiento. Para eso estamos.
Periodistas y magnates: Sobre de la estructura de la concentración de medios
Cada año un ciudadano latinoamericano, en promedio, compra menos de un libro, asiste menos de una vez a una sala cinematográfica, adquiere medio disco compacto por el circuito legal y compra un diario sólo en diez ocasiones. La conexión a Internet en la región no alcanza a diez por ciento de la población. En cambio, el ciudadano latinoamericano accede cotidianamente a los servicios de la televisión abierta y la radio. El libro de Guillermo Mastrini y Martin Becerra sintetiza los resultados de la primera investigación sobre la estructura y sobre los indicadores de concentración de las industrias culturales y las telecomunicaciones en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Perú, Uruguay y Venezuela. El desarrollo de este estudio, que organizó el Instituto Prensa y Sociedad (IPyS), ha contado con la participación de un destacado grupo de periodistas y académicos en la recopilación de datos y en la discusión de los informes parciales de cada país. Estos resultados contribuyen al necesario debate sobre el pluralismo y la diversidad de opiniones en los países latinoamericanos en un contexto inédito de diseminación de infraestructuras de información y comunicación.