La actual crisis económica mundial y los serios problemas de salud que afectan a la población y que derivan del deterioro ambiental exigen que se produzca un cambio profundo de enfoque y de accionar a escala global que ponga a la salud, y no a la economía, en el centro de la agenda mundial, indica -en su reciente análisis- el doctor Gordon McGranahan, investigador del Instituto Internacional para el Ambiente y el Desarrollo.
(13/05/09 -Agencia CyTA-Instituto Leloir) – Desde la pandemia de cólera hasta la polución del aire, el desarrollo urbano conducido por intereses económicos estrechos ha demostrado ser una amenaza para la salud y el bienestar humano. Revoluciones pasadas realizadas en el área de servicios sanitarios y en el control de la contaminación demuestran que los movimientos sociales y las reformas de los gobiernos pueden potenciar la búsqueda de soluciones efectivas en el área de salud, pero muchos problemas ambientales han sido desplazados en el tiempo y en el espacio y nunca fueron realmente resueltos, afirma el doctor Gordon McGranahan, director del Grupo de Asentamientos Humanos del Instituto Internacional para el Ambiente y el Desarrollo de Londres (IIED, según sus siglas en inglés), en un análisis dado a conocer en mayo por ese centro de investigación.
Para el experto, los temas de salud deben ser reubicados en la agenda ambiental., “pero esta vez (la acción) debe ser sostenible a lo largo del tiempo, y equitativa a nivel global. Con la crisis económica mundial en aumento, lo que se necesita no es menos que una revolución en el ámbito de la justicia ambiental, que ponga a la salud, y no a la economía, en el centro de sus valores”.
Revoluciones en la salud pública
De acuerdo con el especialista, a lo largo del siglo XIX, el deterioro de las condiciones ambientales acompañó el crecimiento económico y urbano. En Inglaterra, donde el crecimiento económico fue más rápido, hay evidencia de que las tasas de mortalidad urbana aumentaron, hasta que la gente actuó de forma coordinada para mejorar las condiciones urbanas y laborales”.
Esos cambios, afirma McGranahan, constituyeron una “revolución sanitaria”, sin embargo se hizo poco para prevenir la contaminación ambiental. Prueba de ello es la polución de los cuerpos de agua (ríos, mares y lagos, entre otros) con aguas residuales como cloacas, así como también el empleo de chimeneas que si bien mejoraban el ambiente dentro de las casas, contaminaban el aire.
En el siglo XX, ocurrió “la revolución de la polución”. Según explica McGranahan, “el gran smog de Londres” en 1952, marcó el comienzo de episodios de altos niveles de smog que terminaron con la vida de 12 mil personas en una de las ciudades más ricas del mundo. Este hecho “estimuló el nacimiento de la epidemiología moderna. La salud pasó así a ser un punto central en la legislación sobre ambiente, y en varios países sucede lo mismo en la actualidad”, indica el investigador.
“Desafortunadamente, así como la ‘revolución sanitaria’ falló a la hora de abordar la contaminación del ambiente, la ’revolución de la polución’ no se ocupó de los problemas ambientales a nivel global derivados del crecimiento económico y la urbanización”, subraya McGranahan. Y agrega: “El cambio climático, articulado con la reciente volatilidad del precio de los alimentos y del petróleo anuncian una nueva crisis mundial, lo que hace necesaria una revolución enfocada en el desarrollo sostenible”.
Entre el optimismo y el pesimismo
De acuerdo con el análisis de McGranahan, puede haber optimistas que vean el éxito de las revoluciones pasadas como evidencia de que la revolución sostenible no será muy problemática, y que incluso sea tal vez resultado natural del crecimiento económico. “Para los pesimistas, sin embargo, las revoluciones del pasado son ilusorias: el control de los servicios de saneamiento y de contaminación simplemente ayudó a desplazar los problemas ambientales a lo largo del tiempo y del espacio”, asegura el experto.
En este sentido, el investigador inglés considera que probablemente la verdad está entre el punto de vista de los optimistas y de los pesimistas. “Necesitamos una nueva revolución en la justicia ambiental. Si bien se puede aprender de las lecciones del pasado, más de lo mismo no va a ser suficiente para generar un verdadero cambio mundial en tal sentido, opina.
Salud y justicia ambiental
Dada la predominancia del pensamiento económico sobre la política moderna, es tentador determinar la sostenibilidad y la justicia ambiental en términos económicos, señala McGranahan, quien agrega que a los investigadores del campo de la política, se los tienta a traducir en pesos las cuestiones ambientales, con el objeto de ser escuchados por las autoridades gubernamentales.
“En primer lugar la valoración económica es un modo equivocado de determinar las injusticias ambientales. En segundo lugar, mientras que las injusticias de la salud podrían, con dificultad, ser determinadas con precisión, la salud misma ha demostrado por sí misma ser una fuerza potente a la hora de motivar una acción social constructiva a diferencia de las evaluaciones basadas en tasas de costos-beneficios”, indica McGranahan.
La valoración económica se apoya en los precios establecidos por el mercado, señala el documento de la IIED. Los desafíos ambientales se apoyan en aquellas áreas, donde los precios del mercado, “son erróneos”. De acuerdo con el análisis de McGranahan, las injusticias ambientales, así como los precios del mercado, reflejan el hecho de que éste distribuye el bienestar de modo muy desparejo, descarta el futuro e ignora los impactos ambientales implicados en las negociaciones.
La publicación ejemplifica el modo en que la lógica del mercado no tiene en cuenta el cuidado del ambiente: “Un memo del Banco Mundial de comienzos de la década del 90 informaba que ‘la lógica económica detrás de la descarga de desperdicios tóxicos en países de ingresos bajos es impecable’”.
Este tipo de declaraciones que figuran en ese memo son una “representación del pensamiento económico convencional. La lógica es esencialmente de que la salud y la seguridad de la gente de bajos ingresos vale menos porque el mercado los valora menos, así como el mercado valora menos su trabajo y sus pertenencias. La mayoría de la gente, incluyendo economistas, encuentran que esta noción es inmoral, pero la lógica está implícita en gran parte de las evaluaciones económicas, y guía importantes decisiones políticas”, dice McGranahan quien sostiene que desde el punto de vista de la salud, tirar desechos tóxicos en países de bajos ingresos es difícil de justificar, pero en los informes económicos esa decisión se defiende argumentando que los países pobres obtienen ganancias al recibir ese tipo sustancias.
“Así como los problemas ambientales están siendo cada vez mayores, también estamos experimentando la primera y verdadera crisis económica global. Es poco probable que esto sea una coincidencia y posiblemente en el futuro se produzcan más crisis mundiales como resultado de la escasez y de los problemas ambientales. En la actualidad, las crisis económicas crean algunos serios obstáculos para el desarrollo de un nuevo movimiento de salud pública, pero también dan lugar a oportunidades vitales”, afirma el experto.
Este es un momento absolutamente crítico para poner a la salud en el centro del debate global, tomando medidas que mejoren realmente la salud de la población mundial, ahora y en el futuro, concluye McGranahan.