En el Laboratorio de Investigaciones Sensoriales del Instituto de Neurociencias del Hospital de Clínicas de la Universidad de Buenos Aires ensayan métodos de diagnóstico para obtener una mayor precisión en casos de trastornos olfativos. El estudio que apunta a alcanzar este objetivo se realizó en 94 pacientes. “Hay más gente con problema de olfato de lo que se cree”, asegura la doctora Miguelina Guirao, responsable de esta investigación.
(01/07/09 -Agencia CyTA-Instituto Leloir – Constanza Dorbez) – Ensayan nuevas pruebas para detectar trastornos de olfato en el Laboratorio de Investigaciones Sensoriales (LIS) del CONICET. La idea es diseñar ensayos que permitan obtener una mayor precisión acerca del grado de deterioro del afectado. El estudio que apunta a alcanzar este objetivo fue llevado a cabo en 94 pacientes con problemas en la percepción del olor, por parte de la doctora Miguelina Guirao y Ezequiel Greco Drianó del LIS y del Instituto de Neurociencias del Hospital de Clínicas de la Universidad de Buenos Aires.
“En la actualidad existen técnicas muy desarrolladas para estudiar los trastornos de la audición o de la visión. Pero para el gusto y el olfato hay mucho menos, aunque algunas se implementan con éxito en importantes centros internacionales como los de Alemania”, indica la doctora Guirao. En el LIS se desarrolla un proyecto cuyo principal objetivo es estudiar la posibilidad de introducir nuevos procedimientos tanto para la experimentación científica como para la investigación clínica.
“Con respecto a la aplicación clínica se aspira a dar pautas para desarrollar nuevas pruebas que permitan obtener una mayor precisión acerca del grado de deterioro y de la etiología de los trastornos olfatorios”, subrayan Guirao y Greco Drianó en el trabajo científico publicado en el último número de la revista FASO de la Federación Argentina de Sociedades de Otorrinolaringología.
Un total de 94 pacientes diagnosticados con trastornos del olfato, en su mayoría mujeres y de edades comprendidas entre los 51 y 60 años olieron y probaron una serie de sustancias. Dos horas antes de concurrir al Laboratorio, ellos debieron abstenerse de ingerir alimentos, fumar o usar perfumes o cosméticos. Los primeros exámenes consistieron en presentarles soluciones con ocho olores (café, humo, durazno, vinagre, rosa, ananá, vainilla y coco) contenidas en pequeños envases cerrados con forma de disquetes. El paciente debía abrirlos, inhalarlos y hacer una elección forzada entre tres olores que se les presentaban por escrito.
En este caso, se evaluaba el grado de la capacidad para percibir olores. Pero más allá de poner frente a sus narices estos productos con aromas característicos, también les hicieron probar otras sustancias para detectar posibles pérdidas del gusto. “El gusto y el olfato por lo general van de la mano. Es muy difícil perder uno sin que el otro se vea afectado”, indica la especialista, y a renglón seguido explica: “El olfato, el gusto y todas las demás sensaciones de la cavidad oral intervienen en el sabor, que integra todo”.
Sorbo de sensaciones
¿Qué ocurre cuando uno sorbe una bebida? “En condiciones normales la cavidad oral detecta las sensaciones trigeminales como irritación, frescor, astringencia, picazón, pungencia, ardor, burbujeo y, además otras que modifican la cualidad, la intensidad y la duración de las sensaciones gustativas y olfatorias. Cuando uno se lleva una gaseosa a la boca, todo ese conjunto de sistemas se ponen en marcha para enviar señales al cerebro que permitan distinguir el sabor propio de la bebida con un componente principal como el burbujeo”, ejemplifica.
También evaluaron el modo de presentación de un olor según la vía de ingreso. Una es externa, la ortonasal o por la nariz; y la otra, interna retronasal, que es la que entra por la boca se combina con el sentido del gusto. “Por vía retronasal se usaron vasos graduados con soluciones de vainilla, durazno, limón y menta. Con las narinas tapadas se introducían en la boca¨, respiraban un par de veces, las expectoraban y las identificaban en una lista que contenía el nombre de la sustancia”, indica el trabajo de Guirao y Greco Drianó. Por ejemplo, en el caso del aroma a vainilla que es comúnmente fácil de reconocer, no fue identificada si era colocada por vía ortonasal, es decir frente a las narices de los pacientes, en cambio la mayoría la detectó cuando se la colocó en la boca. “Cerca de un 30% identificó la vainilla y la mitad la percibió solo como un olor dulce”, precisa el trabajo.
En este sentido, la doctora Guirao en entrevista a la Agencia CyTA, destacó: “En este estudio se pone en evidencia que las pruebas retronasales son muy importantes. Esto permitiría detectar más tempranamente los tipos de trastornos”.
Tras las pruebas, el equipo de trabajo precisó que “cuanto más severo es el deterioro olfatorio menos se identifican los gustos y el amargo se pierde más que el dulce”. La especialista agrega: “En las pacientes mayores, por ejemplo, el amargo es el primer gusto que se pierde. Esto hay que tenerlo en cuenta cuando se examinan deterioros por envejecimiento”.
En líneas generales, el dulzor perdura más y siempre deleita. “Desde chiquitos, a la mayoría, nos gusta el dulce pero no el amargo. Es innato. El amargo tiene una finalidad de alerta, de advertir de posibles tóxicos. Culturalmente, se aprende con los años que un poquito de amargor es agradable al paladar. Basta ver la aceptación de la cerveza, el vino con la astringencia del tanino, el café o mate amargo. La cultura es un elemento de peso, por ejemplo, -señala- las comidas asiáticas que llevan condimentos pungentes que producen sensaciones de irritación y ardor no son aceptadas por la mayoría de los occidentales pero ellos las disfrutan”.
Con estas pruebas realizadas en el Laboratorio LIS, “no buscamos demostrar una hipótesis sobre la teoría de olfacción ni del gusto sino proponer técnicas para detectar alteraciones. Es una propuesta a los especialistas, sean de neurociencias o de otorrinolaringología, de técnicas que podrían desarrollarse en nuestro medio para facilitar la evaluación de los diferentes tipos de anomalías”. La implementación de estos procedimientos permitiría llenar un vacío. “Hay más gente con problema de olfato de lo que se cree. El olfato es muy importante no sólo para la ingesta sino para la defensa del organismo. Pensemos si no percibimos que algo se quema o la pérdida de gas. Se debería poner más atención a los trastornos del olfato y están dadas las condiciones en nuestro medio para desarrollar pruebas adecuadas, modernizadas que sirvan tanto para la investigación como también para la aplicación clínica”, concluye.