El biólogo Jonás Eriksson, hijo de misioneros baptistas suecos, decidió abandonar la seguridad del laboratorio y empuñar las armas para defender a la especie que estaba estudiando, los bonobos, en la tierra donde transcurrió su infancia, el Parque Nacional Salonga, en la República Democrática del Congo. Los bonobos, nuestros parientes más cercanos junto con los chimpancés, están siendo eliminados por cazadores furtivos.
(6/7/07 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Bruno Geller) – La violencia y la dominación masculina en las sociedades humanas han tratado de ser muchas veces naturalizadas por biólogos y antropólogos. Un argumento en este sentido consiste en explicar la violencia en los humanos apelando, por ejemplo, a los comportamientos violentos que se registran en comunidades de chimpancés (Pan troglodytes), que son nuestros parientes cercanos.
Dichas argumentaciones fueron demolidas en la última década, a partir del redescubrimiento de los bonobos (Pan paniscus), otra especie del género Pan que habita en las selvas húmedas de la República Democrática del Congo, cuya cercanía genética con el Homo sapiens es la misma que hay con los chimpancés. A diferencia de lo que ocurre entre los chimpancés, entre los bonobos existe dominancia femenina, sostenida por las fuertes alianzas que se observan entre las hembras de cada manada.
Otra importante diferencia entre los bonobos y los chimpancés es que los primeros no resuelven los conflictos predominantemente por el enfrentamiento físico o la amenaza, como sucede en las manadas de chimpancés, sino a través del contacto sexual entre hembras, entre machos y hembras y, también entre machos. El infanticidio, práctica común entre los chimpancés, está ausente entre los bonobos.
Para armar el rompecabezas de nuestro pasado evolutivo, es esencial comprender el por qué de las diferencias de comportamiento entre las especies del género Pan.
Durante ocho años, en la provincia congoleña de Lomako, los investigadores Gottfried Hohmann y Barbara Fruth del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, Alemania, investigaron por qué las hembras de las bonobas son tan cooperativas entre sí.
Un día de 1998, la unión de las hembras se tornó evidente para los investigadores. Hohmann y Fruth observaban a un grupo de bonobos alimentándose, cuando un macho se volvió agresivo con una hembra y su cría. Las bonobas se unieron y golpearon a ese bonobo por más de media hora. El resto de los machos se marchó, y el malherido desapareció y no se lo volvió a ver.
Jonas Eriksson se une al equipo
Al equipo de investigadores alemanes, se sumó posteriormente, Jonas Eriksson, un biólogo de la Universidad de Uppsala, Suecia, según cuenta un artículo publicado en la revista Nature de junio. Este biólogo tenía la particularidad de hablar el idioma local y de conocer la región, dado que había pasado su infancia en la selva del Parque Nacional Salonga, situado en la cuenca central del Congo, acompañando a sus padres, una pareja de misioneros baptistas suecos.
Poco tiempo después, Hohmann, Fruth y Eriksson abandonaron la zona de estudio a causa de una guerra que enfrentó al gobierno local con un grupo de rebeldes apoyados por Ruanda y Uganda. Parte del conflicto se basaba en el control de las principales reservas mundiales de coltan, aleación de columbita y tantalita, material superconductor que se utiliza en la fabricación de chips para telefonía celular, entre otros productos. Dicha guerra, que comenzó en 1998 y terminó formalmente en 2003, acabó con la vida de aproximadamente cuatro millones de personas.
Regreso a la selva
Pese a lo peligros que corrían, en el año 2000, Hohmann y Eriksson decidieron reemprender sus investigaciones. Recorrieron las zonas selváticas de la cuenca del Congo y finalmente se instalaron en el Parque Nacional de Salonga.
El conocimiento que tenía Eriksson del lenguaje y la cultura local permitió a los investigadores obtener el permiso de los pobladores para trabajar en ese lugar. “Él tiene un vínculo emocional muy fuerte con el Congo y la gente del Congo”, afirma Hohmann.
Hohmann y Eriksson pretendían investigar las relaciones de parentesco en diferentes manadas de bonobos para saber si la cooperación que une a las hembras tiene una base genética.
En los recorridos que hacían por la selva, los científicos recogían las heces de los bonobos, las ponían en bolsas y las mandaban a Leipzig para secuenciar el ADN encontrado en células del tracto digestivo.
El análisis de 34 machos del mismo sitio demostró mayores similitudes en el ADN del cromosoma “Y” (proveniente siempre del padre) que en el ADN mitocondrial (heredado siempre de la madre). Esto confirmaba que los machos emparentados tienden a permanecer juntos mientras que las hembras se dispersan.
El poder de las hembras
Además, las observaciones comportamentales muestran que las hembras abandonan el grupo en el que crecieron y se integran a otras manadas de bonobos. Por lo tanto, las fuertes alianzas entre hembras no pueden explicarse con la limitada “teoría de parentesco”, según la cual si un animal protege a otro es para preservar sus propios genes. La teoría afirma que el altruismo entre dos especímenes se intensifica cuando el parentesco es más cercano y éste, precisamente, no sería el caso.
Desde el punto de vista de la genética de poblaciones, la emigración de las jóvenes hembras a otras manadas permite un mayor flujo de genes en las poblaciones y reduce la posibilidad de endogamia.
De acuerdo con los investigadores, la cooperación que se da entre las hembras tiene como efecto mantener a raya a los machos, impidiendo el infanticidio.
Las bonobas también suelen unirse para acumular recursos. Las presas son cazadas por las hembras y raramente comparten la carne con los machos. “Ellos están sentados ahí, suplicando por carne, o incluso cuidando a las crías para quedar bien con las hembras”, afirma Furth, colega de Hohmann y Eriksson.
Si bien la carne es principalmente consumida por las hembras, probablemente la agresión de los hombres es aplacada, no sólo por la presión de las hembras, sino también por la abundante fruta de la zona y el continuo contacto sexual, que reducen la necesidad de competencia, aseguran los expertos.
Bonobos en peligro
En 2005, mientras Eriksson estaba en Leipzig realizando estudios genéticos de los bonobos, cazadores furtivos intensificaron la cacería de bonobos en el Parque Nacional Salonga para comerciar con su carne, hasta hace poco considerada tabú por las tradiciones locales.
Aquel año, Eriksson recibió informes de sus amigos del Congo de que los cazadores estaban acercándose, cada vez más, al lugar donde había crecido.
Por más de dos años, los cazadores tuvieron como blanco a los monos rojos colobo. “Los recogían como si se tratara de frutas”, señala Eriksson.
Como la cantidad de monos rojos empezó a disminuir dramáticamente, los bonobos comenzaron a convertirse en el blanco principal.
Fusil al hombro
Eriksson abandonó la investigación, fue al Congo, se armó con un fusil ruso AK- 47 y organizó a los guardabosques y pobladores locales para rechazar, provistos de armas automáticas, a los cazadores furtivos. “Creo que la combinación de ser blanco y el hablarles a ellos en una forma que penetra su cultura y su idioma ha sido la clave”, dice Eriksson, cuya iniciativa lo ha expuesto a amenazas de muerte.
Hasta el momento el primatólogo y su equipo han logrado mantener a los cazadores fuera de la zona de protección donde viven los pacíficos bonobos. Sin embargo, el Parque Nacional Salonga está amenazado, dado que los cazadores toman cada vez más riesgos para lograr su objetivo.
“No estudié durante años para recorrer la selva con el dedo en el gatillo de un kalashnikov, pero emocionalmente es muy fácil convencerme de que estos pasos son necesarios. Tengo que hacer algo al respecto”, concluye este biólogo, comprometido con la suerte de los bonobos, los pobladores locales y la preservación de las claves de nuestro pasado evolutivo.