Médicos, periodistas y nutricionistas subrayan la necesidad de distinguir las bases científicas de investigaciones y artículos que las difunden.
(29/07/2013 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Bruno Geller)-. No son pocos los artículos periodísticos que mencionan estudios que prueban la supuesta eficacia de un tipo de alimento en la prevención de alguna enfermedad como cáncer o infartos cardíacos. También circulan notas, basadas en trabajos publicados en revistas científicas, que se refieren a resultados preliminares de fármacos que prometen la pronta cura de una patología.
Para Ivan Oransky, médico, periodista, ex editor ejecutivo de Reuters Salud en Nueva York y vicepresidente y director editorial de MedPage Today, en Estados Unidos, es preciso que los editores, los periodistas y también los lectores estén entrenados para distinguir si un estudio científico está basado en pruebas rigurosas y si fue diseñado e implementado en forma cuidadosa. “Es fundamental que los comunicadores tengan una formación para saber interpretar las investigaciones. También es importante que tengan el compromiso ético de difundir trabajos basados en evidencias sólidas”, afirmó.
Irina Kovalskys, docente de la carrera de Nutrición de la Universidad Favaloro, coincide con Oransky. “Cuando se analiza un estudio es importante que los autores detallen el diseño del trabajo para que el lector pueda evaluar la metodología y calidad de los resultados obtenidos y, por supuesto, si la investigación está en una fase intermedia y si tendrá una duración mayor a largo plazo”, destacó la también coordinadora del comité de nutrición del Instituto Internacional de Ciencias de la Vida (ILSI).
En esa misma línea, Diego Golombek, investigador en neurociencias de la Universidad Nacional de Quilmes y divulgador científico, subrayó que es común confundir causa con correlación en cualquier tipo de estudios, y esto se hace particularmente acuciante en las investigaciones clínicas. “Esto solo se soluciona revisando si el diseño experimental es riguroso y adecuado, lo que no siempre se describe en su totalidad en las crónicas periodísticas o en los informes académicos de difusión institucional”, puntualizó Golombek, autor, entre otros libros, de “Demoliendo papers. La trastienda de las publicaciones científicas” (Siglo XXI).
Kovalskys explicó que si un estudio transversal encuentra que las niñas tienen más sobrepeso y que las mismas niñas hacen menos actividad física que los varones, no se puede concluir que tienen exceso de peso porque realizan menos ejercicio. “Esta conclusión sería errónea, a menos que dicha correlación se analice por sí misma y de manera prospectiva (a largo plazo)”, afirmó la especialista.
Especialmente en temas de nutrición, añadió, no es infrecuente encontrar estudios que “convierten” una mayor frecuencia de determinada conducta en un factor causal de enfermedad o de prevención de otra, cuando quizás se trata de una simple correlación. “Quizás, es por eso, que son tantos los alimentos y nutrientes que supuestamente causan o previenen determinadas enfermedades”, aseguró.
Uno de los principales aspectos a considerar en un trabajo de investigación es la muestra que ha sido tomada para la realización del estudio. Por ejemplo: si un estudio concluye que los argentinos reciben una alimentación inadecuada en hierro, el estudio debería basarse en una muestra adecuada que represente a toda la población argentina, indicó Kovalskys. “Pero como ese tipo de estudios es muy costoso, muestras pequeñas y no representativas pueden arrojar resultados sesgados”, destacó.
La rigurosidad de una investigación está determinada por muchos factores, que van desde un diseño correcto hasta la expresión adecuada de sus resultados. Por ejemplo, en los estudios donde se prueba la efectividad de una determinada intervención, la “aleatorización” o distribución al azar de los participantes es una medida de fiabilidad. “De esa forma, se evita que sea el investigador quien consciente o inconscientemente ‘elige’ a quien darle la intervención y se pierde la igualdad de la muestra”, explicó Kovalskys.
En ese sentido, Golombek, que también es investigador del CONICET, mencionó la técnica del “doble ciego”: además de los investigadores, es preciso que el grupo placebo y el que recibe el tratamiento no sepan a cuál de ellos pertenecen, así se elimina el sesgo subjetivo involucrado. “Solo así se obtienen datos rigurosos y comparables con otros estudios”, puntualizó.
Por otra parte, Golombek afirmó que siempre es importante considerar las fuentes de los artículos periodísticos de ciencia: si son trabajos publicados en revistas internacionales con revisión por pares o si se basan en informes preliminares.
“Asimismo, importa el prestigio académico de los autores del estudio, y en algunos casos considerar su afiliación si el trabajo responde claramente a una línea relacionada con un estudio clínico apoyado por la industria farmacéutica. No es obligatorio desconfiar, pero siempre será útil contar con una investigación independiente que valide los resultados”, destacó.
También puede suceder, añadió Golombek, que los resultados, aun preliminares o de correlación, sean muy atractivos en el sentido periodístico, por lo que la tentación de informarlos antes de tiempo o de manera errónea sea muy alta.
De acuerdo a Oransky, un periodista debe cerciorarse sobre los conflictos de interés que puedan girar en torno a un estudio. “Es preciso averiguar si la información, la revista o los trabajos que publica (un grupo de investigadores) están influenciados por la financiación y por los intereses de determinadas fuentes privadas”, concluyó.