Ciertos compuestos orgánicos sintéticos, como el PCB y el DDT, se acumulan en sus tejidos, lo cual puede servir para monitorear su concentración en el ambiente.
(19/11/2014 – Agencia CyTA-Instituto Leloir)-. Los peces de la Antártida acumulan en su organismo distintos compuestos sintéticos de uso agroquímico, industrial o farmacéutico, por lo cual se han usado como “sensores” para registrar la contaminación ambiental. Ahora, científicos argentinos sugieren una estrategia para mejorar la precisión de las mediciones.
Los científicos, liderados por la doctora Jorgelina Altamirano, del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA), en Mendoza, se enfocaron al estudio de ciertas familias de los llamados “contaminantes orgánicos persistentes”, tales como PCB, PBDE, HCH y DDT, en tres especies de peces.
Si bien la bibliografía reporta que los niveles más altos de estos se registran principalmente en los tejidos hepático y muscular de los peces, los resultados del trabajo científico muestran que los niveles más altos de PCB, DDT y HCH se hallaron en los órganos reproductivos (gónadas), mientras que los PBDE predominaron en las branquias. Las tres especies de peces analizadas correspondieron a la familia de los nototénidos o Nototheniidae.
El hallazgo, publicado en la revista “Science of the Total Environment”, sugiere tener en cuenta estas diferencias en la acumulación “para obtener información representativa del problema a abordar”, señaló Altamirano, quien es investigadora del CONICET y profesora de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de Cuyo (FCEyN-UNCuyo), en Mendoza.
El Convenio de Estocolmo, firmado en 2001 y en vigor desde 2004, exige a las partes signatarias, entre ellas la Argentina, a tomar medidas para eliminar o reducir la liberación de estos contaminantes orgánicos en el medio ambiente. Esto obliga, entre otras medidas, a monitorear sus niveles con la metodología más precisa posible.
El equipo multidisciplinario de investigación estuvo compuesto por cuatro grupos nacionales y uno extranjero, incluyendo el de la doctora Altamirano integrado por las doctoras y becarias postdoctorales Nerina Lana y Paula Berton (IANIGLA-CONICET y FCEyN-UNcuyo); el grupo del doctor Néstor Ciocco (Instituto Argentino de Zonas Áridas (IADIZA)-CONICET y FCEyN-UNcuyo); el grupo del doctor Esteban Barrera Oro (CONICET, Instituto Antártico Argentino-MACN), y el del doctor Adrian Covaci (Universidad de Amberes, en Bélgica), además del técnico en Biología Adrian Atencio (IAA en IANIGLA-CONICET). El trabajo fue subsidiado por la Agencia de Promoción Científica y Tecnológica, el CONICET, la UNCuyo y la Dirección Nacional del Antártico.
Notothenia coriiceps, una de las especies de la Antártida que fueron analizadas en el estudio.
Atardecer en la Base argentina Carlini, a orillas de Caleta Potter, en la Isla 25 de Mayo, Islas Shetland del Sur, uno de los sitios donde se realizó parte del estudio.