El doctor Jorge Medina, investigador superior del Conicet y jefe del Laboratorio de Memoria del Instituto de Biología Celular y Neurociencias “Prof. E. de Robertis”, indaga en la maquinaria biológica que fija y evoca experiencias. Confirma que la memoria es “modulable”. Y plantea algunas estrategias que podrían atenuar el impacto futuro de vivencias traumáticas.
(01/06/2016-Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Bruno Geller)-. El avance de la neurociencia centrada en el estudio de la memoria abre un panorama de posibles cambios de nuestra existencia. Así lo reflejan las investigaciones y reflexiones del doctor Jorge Medina, jefe del Laboratorio de Memoria del Instituto de Biología Celular y Neurociencias “Prof. E. de Robertis” (IBCN) que depende de la Facultad de Medicina de la UBA y del Conicet, quien, entre otros aportes, reunió evidencias de que las memorias “son modulables: se pueden cambiar, agrandar, achicar o dar vuelta, muchas horas después de que se tiene una experiencia”.
Graduado como médico en la UBA en 1976 y doctorado en neurociencias en la UBA en 1982, Medina fue discípulo del eximio científico Eduardo de Robertis (1913-1988) y publicó más de 330 trabajos en revistas internacionales, incluyendo Nature, Science, PNAS, Neuron y The Lancet. Extracto de una entrevista con la Agencia CyTA-Leloir, después de participar de los seminarios Cardini 2016 en el Instituto Leloir.
¿Por qué la memoria es un fenómeno difícil de estudiar?
Medina: Porque tiene que ver con uno mismo, con el pasado y el presente. Cada uno de nosotros es un ser único: somos los genes que traemos y la memoria de lo que nos pasó hasta ahora.
¿Qué tipo de preguntas quieren responder en su laboratorio?
Primero, cómo se forman las memorias, o sea, cuál es el mecanismo químico-eléctrico cerebral para que uno guarde información. Después estudiamos cómo esa información puede ser expresada o evocada. Queremos conocer los procesos biomoleculares que expliquen por qué me acuerdo de algo que me pasó hace un año atrás y no de otros eventos que sucedieron en ese mismo período. Sabemos desde la psicología que la respuesta está en la importancia que uno le da a esa experiencia. Estudiamos qué le pasa al cerebro, cómo responde y cómo controla que una memoria dure años, meses, semanas, días o minutos.
Usted y sus colegas sepultaron la idea de que la memoria de largo plazo era una fijación y prolongación en el tiempo de la memoria de corto plazo.
Así es. En un estudio publicado en la revista científica “Nature”, basado en experimentos con roedores, demostramos que si bien ambas memorias comparten algunos mecanismos están reguladas por vías moleculares independientes. Se puede bloquear la capacidad de memoria de corto plazo y, sin embargo, es posible la formación de memorias de largo plazo.
¿Cuál podría ser una derivación concreta de este descubrimiento?
Si uno conoce cuáles son los mecanismos para que una memoria dure más o menos, puede servir para hacer durar memorias que nos dan recompensa o nos gratifican. O, por el contrario, acortar o atenuar aquellas memorias dolorosas.
¿Podría dar un ejemplo de cómo logran modular o bloquear la memoria?
En un estudio, enseñamos a un grupo de ratas a evitar un estímulo displacentero. Luego, bloqueamos señales químicas muy importantes para la retención y evocación de los recuerdos, entre ellas, una proteína que se llama factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF, según sus siglas en inglés). Los animales olvidaban esas experiencias y volvían a exponerse a esa situación desagradable.
¿Qué tan lejos estamos de pasar del laboratorio a la clínica?
Nosotros patentamos una droga que serviría para atenuar memorias displacenteras. Logramos demostrar sus efectos en roedores, pero faltaría que un laboratorio se interese para transferirlo al ámbito médico. Es un proceso largo.
De todos modos, usted dijo alguna vez que es más partidario de no usar psicofármacos sino herramientas conductuales que intervengan y produzcan cambios en esa maquinaria biológica de la memoria.
Así es. Por ejemplo, una experiencia dolorosa que ocurrió 12 horas antes podría atenuarse dándole a esa persona una tarea positiva, agradable y novedosa en el periodo crítico de la formación de la memoria. Tenemos evidencias que sugieren eso y que abren el camino para diseñar en el futuro medidas terapéuticas.
¿En qué otras patologías sería beneficioso intervenir sobre la evocación de memorias?
Existen trastornos de la ansiedad, ataques de pánico u otras condiciones del estado de ánimo en los que cursan memorias muy fuertes, persistentes e intrusivas, que irrumpen todo el tiempo en la conciencia. Por otro lado, en la adicción a drogas participa una memoria interna de recompensa. En ambos casos, se podría pensar en estrategias terapéuticas para intervenir sobre esos mecanismos y beneficiar a los pacientes.
El doctor Jorge Medina, investigador superior del Conicet y jefe del Laboratorio de Memoria del Instituto de Biología Celular y Neurociencias “Prof. E. de Robertis”.