Así lo sostuvo una científica de la Fundación Instituto Leloir, la doctora Vanesa Gottifredi, durante una sesión en el Summit Argentina 2017 que organizó la revista The Economist.
(10/03/2017 – Agencia CyTA-Leloir. Por Matías Loewy)-.Quizás haya una tercera vía en la controvertida distinción entre ciencia básica y ciencia aplicada. En el marco de una jornada organizada en Buenos Aires por la revista inglesa The Economist, una científica de la Fundación Instituto Leloir (FIL) rescató la importancia de impulsar la inversión en la llamada investigación precompetitiva: aquella que se ubica en el punto medio entre la básica que se desarrolla en la academia y la orientada a productos específicos que tiene lugar en compañías privadas.
“Sería extraordinario que haya más programas que financien investigaciones precompetitivas. Muchos investigadores argentinos que trabajan en ciencia básica estarían aportando al sistema productivo mucho más rápidamente”, sostuvo Vanesa Gottifredi, jefa del Laboratorio de Ciclo Celular y Estabilidad Genómica de la FIL, en el Argentina Summit 2017. De la sesión también participaron otros destacados expositores, incluyendo al Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao.
Gottifredi explicó que investiga desde hace 25 años en un tema muy puntual y alejado de una aplicación concreta inmediata (aspectos moleculares de la biología del cáncer). Sin embargo, es una de las científicas que integra un consorcio beneficiado con los aportes del programa “Trust in Science” de la compañía farmacéutica GSK, el cual, desarrollado en conjunto con el Ministerio de Ciencia de la Nación, ha financiado desde 2012 más de 25 proyectos con la participación de más de un centenar de investigadores argentinos.
La investigadora del CONICET señaló que aprendió mucho de la interacción con la empresa. “Empezamos a trabajar para pasar de generar conocimiento a un conocimiento inminentemente útil”, señaló.
“¿Por qué se supone que una empresa como GSK financia este tipo de investigación? Porque considera que es más barato seguir desde el conocimiento básico hasta la terminación del producto. No se va a encontrar con sorpresas. Y espero que ese modelo funcione, porque va a ser un éxito para los científicos de Argentina, para la compañía y fundamentalmente para la sociedad”, agregó.
Un mayor apoyo a la investigación precompetitiva podría tentar o convocar al investigador básico para traducir ese conocimiento en bienes concretos, insistió Gottifredi: “una cosa es financiar un producto que tiene una salida al mercado inminente, y que involucra personas que ya tienen esa capacidad, y otra distinta es invitar al investigador para que proponga una estrategia que permita lograr algo útil. Si sale algo útil, ganan todos [la compañía y el científico]”.
De todos modos, Gottifredi reivindicó el valor de la investigación básica y las publicaciones asociadas a esa tarea. “Son los cimientos de una casa. Si un país no puede mostrar una masa de investigadores respetables, ¿quién va a comprar un anticuerpo generado por alguien que empezó ayer?”, enfatizó.
En tanto, Barañao resaltó la importancia de articular las ideas de los científicos argentinos con compañías no sólo locales sino también extranjeras. “Muchas veces vemos que la capacidad de invención o de encontrar cosas nuevas del sistema académico supera la capacidad de absorción de las empresas argentinas”, dijo. “En Israel, la mitad de las inversiones de ciencia y tecnología proviene de EE.UU. y Europa. Creo que es un modelo que puede ser exitoso también en Argentina”.
Otro de los expositores, el doctor Isro Groger, director del programa Trust in Science de GSK, marcó que el científico argentino es tan bueno como el estadounidense, belga o francés. “Lo que hay que tratar de facilitar, y con nuestro pequeño granito de arena lo hacemos, es canalizar o llevar a la práctica esa investigación”, dijo.
La bioquímica Silvia Gold, presidenta del Grupo Insud, graficó por su parte de qué manera la colaboración de la industria con el sector académico puede traer réditos directos para la economía del país. Se refirió al desarrollo del primer biosimilar aprobado en la Argentina, rituximab, en 2014. “El subsidio que nos dio el Ministerio de Ciencia fue de US$ 7 millones [a través del Fondo Argentino Sectorial]. Pero solamente en 2016 la venta del producto le produjo un ahorro al país de divisas de US$ 25 millones. Y un ahorro para el sistema de salud de US$ 7 millones”, ejemplificó.