Según un nuevo estudio, los vapores de los cigarrillos electrónicos pueden afectar a quienes no los usan y exponerlos a sustancias cancerígenas o irritantes del sistema respiratorio. Sin embargo, el riesgo parece ser mayor en bares (o lugares con alta concentración de usuarios) que en hogares donde sólo los utiliza una persona.
(25/08/2017 – Agencia CyTA-Instituto Leloir)-. Aunque el vapor emitido por cigarrillos electrónicos es mucho menos tóxico que el humo derivado de la combustión del tabaco, en determinadas circunstancias puede poner en riesgo la salud de los usuarios y, también, de quienes se exponen a él de segunda mano. Así lo comprobaron científicos argentinos, quienes aportan así una prueba de que no se puede despreciar la existencia de los “vapeadores” pasivos.
“Si se compara con las condiciones menos extremas de uso de los cigarrillos electrónicos, el impacto [sobre la salud] resulta ser de dos a tres órdenes de magnitud menor que el de los cigarrillos convencionales. Pero no por eso pueden considerarse inocuos”, advirtió a la Agencia CyTA-Leloir el líder del equipo, Hugo Destaillats, doctor en química por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA e investigador del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley de la Universidad de California, en Estados Unidos.
Para arribar a estas conclusiones, Destaillats y colegas del CONICET se basaron en un estudio previo de 2016 (también firmado por el químico argentino) que identificó 30 compuestos en los aerosoles de los cigarrillos electrónicos empleando técnicas de cromatografía. Algunos de ellos son potencialmente dañinos, explicó Destaillats, porque irritan el sistema respiratorio (acroleína, formaldehído y diacetilo) y/o son carcinogénicos (formaldehído y benceno). Sin embargo, faltaba documentar los niveles de exposición en función de las condiciones de uso.
En el nuevo estudio, publicado en la revista internacional Environmental Science & Technology, los científicos simularon la inhalación de los “vapeadores” y determinaron los niveles de compuestos presentes en el vapor. Así, comprobaron que, en el caso de una persona que consuma grandes cantidades de cigarrillos electrónicos (250 pitadas por día), puede exceder los niveles máximos recomendados por agencias de protección laboral y organismos de salud para formaldehído, acroleína y diacetilo. “En otras palabras, ponen en riesgo su salud”, resumió Destaillats.
Pero, en lo que resulta incluso más inquietante, el estudio comprobó que aquellos que no son usuarios de estos cigarrillos también pueden exponerse a niveles riesgosos de toxinas. En particular, cuando los investigadores simularon un escenario en el que una persona se expone a los vapores exhalados en un bar (o lugares con alta concentración de usuarios) donde confluyen muchos “vapeadores” a la vez. “Observamos que tanto el formaldehído como la acroleína excedían los niveles máximos recomendados después de ocho horas de exposición y, en algunos casos, después de sólo una hora”, destacó Destaillats, para quien esas concentraciones pueden causar (como mínimo) irritación respiratoria.
En cambio, a diferencia de lo que ocurre con los cigarrillos convencionales, los autores constataron que (salvo casos extremos) no se alcanzan esos umbrales de peligro para compuestos nocivos al recrear la situación de un hogar donde un “vapeador” convive con un no-usuario.
En cualquiera de los casos, el trabajo estableció que existe un amplio rango de valores de los compuestos tóxicos según las condiciones usadas al emplear los cigarrillos electrónicos. Y que el usuario informado podría minimizar los efectos negativos eligiendo vaporizadores y voltajes apropiados.
En un número de países, entre ellos el Reino Unido, las autoridades consideran al cigarrillo electrónico como otra forma más de asistencia para la cesación de tabaquismo, equivalente a los chicles y parches transdérmicos que también contienen nicotina. Pero en Estados Unidos y en la Unión Europea, los gobiernos ponen énfasis en la protección de los menores de edad y en las restricciones a la venta y publicidad, comparables a las que existen desde hace años para cigarrillos convencionales. En Argentina, el ANMAT prohíbe desde 2011 la importación, distribución, comercialización y la publicidad del cigarrillo electrónico en todo el territorio nacional.
Los otros autores del nuevo estudio son dos investigadores del CONICET en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA): los doctores Nahuel Montesinos y Marta Litter, quien también integra el Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). El trabajo fue financiado por la Universidad de California y el Tobacco Related Diseases Research Program (TRDRP), que se financia con los impuestos a los cigarrillos en California, y contó también con el apoyo de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de Argentina.