En estudios genómicos sobre la población actual, los científicos constataron que la distancia a Buenos Aires guarda una relación directa con la proporción de linaje nativo americano. El hallazgo desmiente el precepto de que “los argentinos bajaron de los barcos”.

(06/07/2018 – Agencia CyTA-Fundación Leloir. Por Soledad LLarrull)-. A medida que uno se aleja de Buenos Aires, mayor es la proporción de la población argentina que tiene antepasados nativos americanos. Los científicos sospechaban esa “regla”, pero solo ahora la pudieron confirmar mediante un estudio que acaba de salir publicado en la revista PLoS ONE.

“Estos resultados contribuyen a conocer nuestra historia y qué orígenes tenemos”, destacó a la Agencia CyTA-Leloir Marina Muzzio, investigadora del CONICET en el Instituto Multidisciplinario de Biología Celular (IMBICE), que también depende de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires.

El estudio se basó en el análisis genético de 391 muestras de sangre provenientes de habitantes de 12 ciudades. Y los resultados obtenidos reflejan el aflujo de la gran ola inmigratoria europea que, entre 1856 y 1930, se integró a la población local en un contexto de baja densidad demográfica. Según describió el doctor Daniel Corach en un artículo de la revista Encrucijadas, de la UBA, en 2010, “los nuevos colonos se distribuyeron en las regiones centrales del país, más aptas para el desarrollo agropecuario, una vez que los habitantes originarios fueron eliminados o desplazados, durante las dos Campañas al Desierto bajo las órdenes de Rosas (1826) y de Roca (1877)”.

Según el censo de 1914, tres de cada diez pobladores no habían nacido en el país, y ese grupo se distribuía de forma heterogénea: el 50% en la ciudad de Buenos Aires, el 30% en las provincias de Buenos Aires y Mendoza, y solo el 2% en las provincias de Catamarca y La Rioja. Las huellas de esa dinámica migratoria se muestran ahora en los análisis de ADN. En Gualeguachú, a 230 kilómetros de la Capital Federal, el componente nativo americano es cercano al 20%. Esta proporción se duplica, aproximadamente, en La Rioja, a unos 1100 kilómetros del Río de la Plata. Pero, en ciudades como Maimará y Purmamarca, esa cifra supera el 80%.

El análisis también desmitificó el viejo dicho de que “los argentinos bajamos de los barcos”: en todas las poblaciones estudiadas se encontraron mezclas en diferente proporción de pueblos originarios, europeos y africanos.

Muzzio y sus colegas pudieron distinguir dos componentes dentro del linaje nativo americano: uno distribuido a lo largo y ancho del país, y otro específicamente andino. A diferencia de América del Norte y del Caribe, donde el principal componente africano proviene de poblaciones del oeste, en el territorio nacional predomina el linaje bantú. Esto es esperable, ya que la mayoría de los barcos que traían esclavos al Río de la Plata procedían de Mozambique, del Reino de Loango y de Angola. Respecto al linaje europeo, el componente principal se relacionó con poblaciones del sur.

Así, la historia se refleja en estos hallazgos: el noroeste del país era una de las regiones más pobladas en épocas precolombinas. Durante el dominio español, era considerablemente baja la densidad de habitantes, en gran proporción mestizos, en el actual territorio nacional. Hacia el siglo XX, los inmigrantes ocuparon las regiones centrales, de donde los pueblos originarios habían sido eliminados o desplazados.

Muzzio, quien también trabaja en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP, subraya otro aporte de esta investigación: mejorar el diseño de ciertos estudios médicos. Esto se debe a que las diferencias en la estructura genética de las personas puede conducir a resultados erróneos. “Los investigadores pueden corregirlos o compensarlos teniendo en cuenta la información de nuestro trabajo”, resalta la antropóloga.

Del estudio participaron también científicos argentinos de La Plata, Quequén, Puerto Madryn y San Salvador de Jujuy, así como colegas estadounidenses de la Universidad de Stanford, California, y de la Escuela de Medicina Icahn en el Monte Sinaí, en Nueva York.

 

Marina Muzzio, investigadora del CONICET en el Instituto Multidisciplinario de Biología Celular (IMBICE) y primera autora del trabajo.
Créditos: CONICET