Investigadores del Instituto Leloir revelaron que una intrigante pieza del genoma viral hace lo contrario de lo que se hubiera esperado: detiene la replicación del patógeno.
(Agencia CyTA-Fundación Leloir)-. En un reciente descubrimiento, científicos de la Fundación Instituto Leloir (FIL) comprobaron que el virus del dengue alberga en su maquinaria interna un fragmento genético que no favorece su replicación en el mosquito vector, como se pensaba, sino que la frena. El hallazgo podría favorecer en el futuro estrategias de control de ese patógeno viral y otros relacionados, como los agentes causales del zika y la fiebre amarilla.
Si se “rompe” o anula ese freno, “la multiplicación del virus aumenta diez veces”, señaló la doctora Andrea Gamarnik, jefa del Laboratorio de Virología Molecular de la FIL.
Cuando el virus infecta a una célula de mosquito o humana, se garantiza su propagación: le introduce una molécula de ARN que contiene su propia información genética. A través de un proceso complejo en el que participan engranajes moleculares de la célula hospedadora, se copia ese material genético del patógeno y a partir de ahí se forman nuevos virus.
Para facilitar ese proceso, los científicos pensaban que dos regiones del genoma viral, DB1 y DB2, cumplían un rol similar: aumentar la capacidad de replicación del patógeno. Gamarnik dijo que se creía que, si por algún motivo, DB1 no “funcionaba”, DB2 podía “tomar la posta” manteniendo la replicación viral. Y viceversa: si una mutación hacía que DB2 no fuera operativo, entonces DB1 “asumiría” el trabajo.
Pero, ahora, un estudio realizado en colaboración con colegas de Francia y de Estados Unidos tuvo un resultado inesperado: en el interior de las células de los mosquitos que transmiten el dengue, Aedes aegypti y Aedes albopictus, DB1 y DB2 cumplen funciones antagónicas. Mientras DB1 se encarga de que el genoma viral del dengue adopte una forma circular, que desde un estudio realizado en la FIL en el año 2006 se sabe que es un requisito para que se ponga en marcha su multiplicación, “DB2 intenta romper con esa disposición espacial para detener la replicación. Actúa como si fuera un freno”, señaló Gamarnik, quien ganó el Premio Internacional L’Oréal-UNESCO “Por las Mujeres en la Ciencia” en 2016.
Curiosamente, la “alianza” entre DB1 y DB2 se restaura cuando el virus del dengue infecta células humanas. En ese caso, “ambas estructuras potencian la multiplicación viral”, subrayó la doctora Luana de Borba, primera autora del trabajo e integrante del laboratorio de Gamarnik.
“Conocer las diferencias que ocurren a nivel molecular dentro del virus del dengue, cuando está en células de mosquito o humanas, puede contribuir al diseño de estrategias antivirales”, indicó de Borba.
El nuevo mecanismo fue descrito en la revista “mBio”. Y según los investigadores, es relevante porque también podría operar en otros patógenos humanos que pertenecen al género flavivirus, como los virus de Zika, de la fiebre amarilla, de la encefalitis de San Luis y del Nilo occidental, que afectan a millones de personas a nivel mundial.
“Nuestro estudio también puede servir para diseñar estrategias de control para otros patógenos relevantes para la salud humana”, destacó Gamarnik.
El dengue es una de las 10 amenazas a la salud mundial para el año 2019 de acuerdo a lo declarado por la OMS. Se estiman 390 millones de casos de dengue por año en el mundo. Los síntomas que produce incluyen fiebre elevada (que puede llegar a 40Cº), dolores de cabeza, musculares y articulares, náuseas, vómitos, y sarpullido. En casos graves el dengue causa hemorragias internas que pueden llevar a la muerte.
Debido a que aún no hay formas eficientes de controlar las infecciones es muy importante eliminar los criaderos de mosquitos. “Ahora que estamos en pleno verano, es imperioso tomar conciencia sobre este problema. Es responsabilidad de todos no dejar recipientes con agua a la intemperie, lavar bebederos de animales, floreros y otros reservorios. Ya sabemos que sin mosquito no hay dengue”, afirmaron Gamarnik y de Borba.
Del estudio también participaron Sergio Villordo, Franco Marsico, Juan Carballeda, Leopoldo Gebhard, Horacio Pallarés y Claudia Filomatori, del grupo de Gamarnik, así como investigadores de la Universidad de Colorado, en Estados Unidos y del Instituto Pasteur, en París, Francia.