La Dra. Bibiana Vilá es la primera científica en Argentina que estudió a estos camélidos desde el punto de vista de la ecología del comportamiento. Y ahora impulsa programas en el altiplano para integrarlas a un esquema sustentable de manejo productivo, incluyendo la recuperación de una técnica andina para lograr ese objetivo.
(Agencia CyTA-Fundación Leloir)-. La primera vez que Bibiana Vilá vio vicuñas fue a los 19 años, durante un “viaje iniciático” de mochilera al norte. A los 23 años, poco después de recibirse de bióloga en la UBA, Vilá escribió un proyecto y obtuvo una beca de CONICET para estudiarlas en la Puna, viviendo en casas de adobe de pobladores y descubriendo una cultura que la marcó para siempre.
“Con el tiempo, me di cuenta de que, además de realizar estudios de biología y ecología, era fundamental trabajar junto con las comunidades locales del altiplano y proponer políticas encaminadas a la conservación de las vicuñas y al desarrollo sostenido”, dice la profesora de la Universidad Nacional de Luján, investigadora principal del CONICET y responsable del Proyecto VICAM (“Vicuñas, camélidos y ambiente”), integrante de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES). Además es referente internacional en el conocimiento de las vicuñas que llegaron a estar en peligro de extinción por el valor de su fibra, “la segunda más cara del mundo”.
Vilá habló con la Agencia CyTA-Leloir sobre sus descubrimientos, logros, proyectos y desafíos, después de dictar un Seminario Cardini en el Instituto Leloir.
¿Usted fue la primera investigadora en estudiar las vicuñas?
En realidad, fui la primera que estudió detalladamente las vicuñas desde el marco de la etoecología (ciencia que estudia la relación evolutiva entre el comportamiento y los factores ambientales como presiones de selección). Mi tesis doctoral fue la primera en esta especie, en Argentina. Nadie había estudiado a este animal desde el punto de vista del comportamiento, de la biología y de la evolución. Lo cual era una ventaja, porque cualquier dato sistemático bien tomado se convertía en un descubrimiento.
¿Y qué pudo descubrir?
Muchas particularidades. Es muy raro, por ejemplo, ver mamíferos cuyos machos defienden el territorio, tienen muchas hembras durante todo el año y, sin embargo, no presentan dimorfismo sexual o sea variaciones corporales para la competencia, como cuernos para pelear y eso las convertía en un modelo biológico muy interesante. Por otra parte, nuestras vicuñas, la subespecie del sur o Vicugna vicugna vicugna, viven en un ambiente mucho más seco y semidesértico que las del Perú, más descriptas en trabajos publicados. Sus estrategias de vida son diferentes, su territorialidad no es tan marcada y el sistema de apareamiento es variable.
A mediados del siglo XX, las vicuñas estuvieron cerca de la extinción. ¿Cuántos ejemplares quedaban entonces?
En épocas prehispánicas, los pueblos andinos utilizaban un método llamado “chaku” que consistía en arrear, capturar y esquilar a las vicuñas para luego liberarlas. Pero, luego de la conquista, los españoles las mataban y exportaban el cuero entero. Registros de la aduana del puerto de Buenos Aires dan cuenta de que en 1783 se exportaron casi 100 mil cueros de vicuña. Cifras similares se corresponden con años previos y posteriores. Esta matanza continuó en épocas de la República. En la década de 1950, se calcula que había apenas 2000 ejemplares en nuestro territorio. Y en todo el mundo, 10.000.
¿Qué acciones salvaron a la especie?
Principalmente, el Convenio para el manejo y la conservación de las vicuñas firmado a partir de 1969 por Argentina, Bolivia, Chile, Perú y Ecuador. En su artículo 1 el convenio establece que los beneficios del uso de la vicuña deben estar destinados para los pobladores locales, lo que evita que estos camélidos sean transportados fuera de la Puna y aporta argumentos legales sólidos para sostenerlas en su hábitat natural. Además, la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) prohibió en 1975 comercializar cualquier producto de vicuña, aunque una vez que se fueron recuperando poblaciones se admitió su uso sustentable a partir de la esquila de ejemplares vivos. Hoy, hay 400 mil vicuñas en todo el altiplano y, en Argentina, entre 80 y 100 mil.
Usted ha dicho en reiteradas ocasiones que la divulgación es clave para el trabajo conservacionista. ¿Podría explicar esta posición?
En el caso de las vicuñas, es fundamental el trabajo con las comunidades que interactúan con estos camélidos en sus territorios. Y la divulgación contribuye con la “alfabetización ambiental”, de modo que los ciudadanos sepan cómo se puede convivir y proteger a ésta y otras especies. Por ejemplo, con el apoyo del CONICET y de la Universidad Nacional de Jujuy, desarrollamos con dos colegas de VICAM de Jujuy (la doctora Yanina Arzamendia y el magister Jorge Baldo) un documento marco de política estratégica para la conservación y el uso de la vicuña en esa provincia. También publicamos un manual para las comunidades locales, alumnos y personas interesadas. Y hasta difundimos la temática en el canal infantil Pakapaka.
¿Las comunidades locales visualizan a las vicuñas como una amenaza?
En VICAM, hemos trabajado mucho en ese aspecto. Por un lado, los pobladores reconocían su valor como parte del patrimonio biocultural e identitario. Pero, por otro lado, al ser pastores, se quejaban de que las vicuñas pastoreaban en las mismas áreas que el ganado de ovejas y llamas, así como que rompían alambrados y transmitían enfermedades a sus animales domésticos (en realidad, publicamos en 2012 que el contagio parece ser en sentido inverso). ¿Qué hicimos? Pudimos mostrar que las vicuñas tienen muy bajo impacto en las pasturas, que es posible hacer un manejo integral, que se las puede utilizar sustentablemente y desarrollar una convivencia armónica con las llamas, las ovejas y otras actividades productivas. Las vicuñas son una contribución de la naturaleza a las personas de la Puna.
¿Volver a la técnica ancestral de “chakus”, que implica capturar a las vicuñas para la esquila y luego liberarlas, podría ser la manera de aprovechar el recurso en forma sustentable?
Es un camino. Hemos propiciado experiencias desde 2003 en Cieneguillas y Santa Catalina, Jujuy, basados en criterios de bienestar animal: en cada una de las etapas del manejo de captura, manipulación y esquila de vicuñas, se adoptaron medidas para prevenir, evitar o minimizar los riesgos de traumatismos, estrés y sufrimiento animal. De esta manera, queda la fibra para los pobladores; y los datos biológicos, para nosotros, los científicos. Por ejemplo, medimos parámetros sanitarios, fisiológicos y hematológicos y los hemos usado como indicadores para mejorar las técnicas de captura.
¿Qué resultados los sorprendieron?
Varios. Por ejemplo, al contrario de lo que parece, cuando son manipulados, los animales que dan patadas, que vocalizan o que pretenden escapar tienen valores más bajos de cortisol (indicador del estrés) que los que están “paralizados de miedo”. En otras palabras: quienes manifiestan su enojo de forma más visible, sufren menos la captura y la esquila. Ademas, hay muchos temas interesantes para trabajar en laboratorio, tenemos las muestras tomadas. Por ejemplo el estudio del estrés no invasivo, analizando las fecas de los animales, una técnica que se desarrolla con otros ungulados silvestres.