En San Cristóbal de La Laguna, en las Islas Canarias, algunos habitantes hablan al revés y hasta piden a la UNESCO que declaren ese hábito como “patrimonio cultural inmaterial”. Científicos argentinos y españoles estudiaron dos personas con esa habilidad y sus hallazgos podrían ayudar a comprender mejor ciertos trastornos neurológicos, como distintos tipos de afasia.
(Agencia CyTA-Leloir)-. En la ciudad española de San Cristóbal de La Laguna, la segunda más poblada de Tenerife, Islas Canarias, algunos de sus habitantes tienen la particularidad de hablar al revés. Específicamente: invierten el orden de las sílabas de cada palabra. En vez de “buenas noches”, dicen “nasbue chesno” o “laho, ¿moco tases?” en lugar de “hola, ¿cómo estás?”.
Un grupo de ciudadanos de La Laguna exige que la UNESCO reconozca su extravagancia lingüística como “patrimonio cultural inmaterial”. La inversión de palabras también forma parte de otros dialectos sociales, como el lunfardo argentino, y algunos lingüistas no ven ningún mérito en esa habilidad.
Pero el neurolingüista argentino Adolfo García se opone a esa postura. “Los ‘habladores inversos’, es decir, esas personas que tienen una habilidad extraordinaria para revertir rápidamente palabras, oraciones y textos, reordenando los sonidos del habla, pero conservando su identidad, constituyen un modelo clave para estudiar un aspecto crucial del lenguaje humano: la secuenciación de fonemas”, señaló García, codirector del Centro de Neurociencias Cognitivas (CNC) de la Universidad de San Andrés e investigador del CONICET
Un fonema es una unidad abstracta que reúne una familia de sonidos posibles en una lengua. Las vocales, como /a/ y /o/, y las consonantes, como /g/ y /t/, son fonemas del español. Si bien los fonemas no poseen significado en sí mismos, tienen la capacidad de indicar distintos significados al combinarse en secuencias particulares, como /gato/ o /gota/. “La secuenciación de fonemas es vital para la comunicación cotidiana, dado que esta habilidad no sólo permite diferenciar palabras, sino que también multiplica las posibilidades comunicativas de una lengua al posibilitar numerosos ordenamientos de un mismo conjunto de elementos”, explicó García, quien también es Atlantic Fellow del Global Brain Health Institute (GBHI) de la Universidad de California en San Francisco (UCSF), Estados Unidos.
Junto con varios colegas, incluida la psicobióloga María José Torres Prioris, primera autora del trabajo e investigadora de la Universidad de Málaga y del Instituto de Investigación Biomédica de Málaga (IBIMA) de España, García se propuso explorar el cerebro de personas que tienen esta notable habilidad para hablar al revés.
Tal como revela el artículo publicado en “Scientific Reports”, los investigadores realizaron estudios con dos adultos argentinos dotados de gran habilidad para hablar al revés, al modo de los habitantes de La Laguna. Y los compararon con otras personas que carecen de esa aptitud.
Los habladores inversos estudiados, cuyas identidades se preservan en el artículo científico, son un ingeniero de sistemas de 43 años y un fotógrafo de 50, quienes desarrollaron esa capacidad sin esfuerzo hacia los 14 y 8 años, respectivamente. El primero puede revertir por completo el orden de los fonemas (“surivanoroc” en lugar de “coronavirus”, por ejemplo), y también puede cambiar el orden de las palabras de una oración, ya sea al derecho o al revés.
Los científicos diseñaron diversas tareas comportamentales para evaluar la capacidad de producir palabras al derecho y al revés. Midieron la precisión y la velocidad con que los habladores inversos y los participantes del grupo control se desempeñaban al reproducir o reordenar secuencias de fonemas. Luego, obtuvieron registros de resonancia magnética estructural y funcional para examinar si había aspectos del cerebro de los participantes que tuvieran particularidades relevantes.
El estudio arrojó que los habladores inversos tenían una capacidad superior a los sujetos control en las tareas que requerían volver a secuenciar fonemas, pero no en las que implicaban repetir fonemas en el mismo orden. “Además, demostramos que esas ventajas no se explicaban por mejores habilidades de memoria de trabajo, lo cual sugiere que se trataría de una capacidad específicamente lingüística”, remarcó García.
El trabajo también mostró que los habladores inversos presentaban mayor volumen y conectividad no solo en regiones clásicamente asociadas al procesamiento de fonemas (a lo largo de la llamada vía dorsal del hemisferio izquierdo), sino que también en otras regiones cerebrales que participan de procesos semánticos, asociativo-visuales y de control cognitivo.
“Esto sugiere que la capacidad de secuenciar fonemas, cuando se lleva a altos niveles, pone en juego diversos mecanismos cognitivos que exceden los circuitos clásicos del lenguaje”, puntualizó Agustín Ibáñez, coautor del trabajo, director del CNC de la Universidad de San Andrés, Senior Atlantic Fellow del GBHI e investigador del CONICET y de la Universidad Adolfo Ibáñez, en Santiago de Chile.
Otro hallazgo interesante, dijo la investigadora Torres Prioris, es que las regiones cerebrales que presentaron esas particularidades no eran exactamente iguales en ambos habladores inversos, “lo que indica que se pueden lograr niveles similares de desempeño con recursos neuronales bastante diferentes entre sujetos”.
Por último, el estudio sugiere que el cerebro humano puede desarrollar vías cerebrales específicas en función de las demandas lingüísticas que nos plantea la vida diaria. “Esto hablaría de la adaptabilidad y plasticidad del cerebro humano”, dijo García.
Los resultados del trabajo también podrían ser relevantes para comprender mejor ciertos trastornos neurológicos, como distintos tipos de afasia, caracterizados por errores en la secuenciación de fonemas. “En este sentido, la identificación de circuitos neuronales asociados a dicha habilidad podría arrojar focos estratégicos en tratamientos de estimulación cerebral no invasiva para los pacientes”, explicó García.
Del avance también participaron Sol Fittipaldi, de la Universidad de San Andrés y del CONICET; Lucas Sedeño, del CONICET; Estela Cámara, del Hospital de Llobregat, en Barcelona, España: y Diana López-Barroso y Marcelo Berthier, de la Universidad de Málaga, en España.