Columna de Andrea Gamarnik, jefa del Laboratorio de Virología Molecular del Instituto Leloir e Investigadora Superior del CONICET.
La pandemia nos arrastró como una ola gigante hasta una orilla desconocida. Frente a la necesidad imperiosa de hacer algo, sin saber la dimensión de la tragedia que se aproximaba, nos subimos a un bote con un objetivo concreto: generar herramientas tecnológicas para ayudar al control de la pandemia.
En el laboratorio de virología molecular del instituto Leloir hacía 20 años que trabajábamos con el virus del dengue. De rutina, hacíamos con los virus lo que queríamos. Los hacíamos luminiscentes como las luciérnagas para seguirlos a oscuras o los atenuamos para hacerlos incapaces de causar daño a una célula. Los armábamos y desarmábamos en un tubo de ensayo, casi con la sutileza de un gol del Diego. A partir de componentes sencillos construimos genomas que al entrar a una célula gatillan innumerables reacciones en cadena dando lugar a millones de partículas virales. Un proceso fascinante de multiplicación viral. O sea que sabíamos. Sabíamos cómo sacar y poner proteínas virales. Sabíamos cómo manipular a los virus y sabíamos de códigos ocultos en señales estructurales de sus genomas. La tarea de ahora fue otra, fue simple, casi sin arquero, pero a una distancia larga y contra-reloj. La pregunta: ¿cómo detectar anticuerpos contra el nuevo coronavirus? El desafío surgió cuando aún no estaban disponibles los kits importados para proveer a los hospitales de nuestro país.
El 20 de marzo, armamos equipo. Nos subimos al bote, sabiendo que la ola era enorme…. Éramos diez. Nos distribuimos tareas, nos pusimos objetivos ambiciosos y nos encerramos. Literalmente nos encerramos en el laboratorio. Cada pequeño paso, cada avance, lo celebramos como una hazaña. A las noches compartíamos picadas con vino y nos contábamos cada detalle de lo que habíamos aprendido o logrado ese día. Reflexionábamos y recalculábamos. Nos dábamos aliento para seguir al día siguiente. Las manos se multiplicaron y recibimos ayuda de colegas de otros institutos y de hospitales. Los procesos que desarrollamos para la producción de la materia prima eran espantosamente ineficientes. Teníamos que duplicar el esfuerzo cuando ya estábamos al máximo. Tuvimos que pensar cómo mejorar los procesos porque no había chance de seguir en ese rumbo. Recibimos a Música por la Ciencia que nos empujó y lleno el alma. Logramos mejorar a lo mínimo indispensable para obtener un prototipo de kit serológico. El kit era increíblemente bueno. Lo probamos en miles y miles de muestras de sangre de personas infectadas y nos convencimos que era de altísima calidad. Pero para mantener esa calidad, el trabajo necesario para obtener los insumos virales seguía siendo enorme. Con total entrega logramos mejorar más de cincuenta veces los procesos de producción de esa materia prima, no había duda que habíamos llegado a la cima. El 5 de mayo fue aprobado por ANMAT, le pusimos el nombre COVIDAR, porque el dar y Argentina resonaban en la palabra. El primer kit nacional para la medida de anticuerpos contra el coronavirus. Fueron 45 días ininterrumpidos. Hoy COVIDAR cumple un año y 1.200.000 determinaciones donadas a hospitales de todo el país. Estudios en barrios, en geriátricos, en personal de salud, estudios sobre inmunidad de infecciones agudas y convalecientes, protocolos y guías para evaluar y cuantificar anticuerpos, capacidad neutralizante, estudio de vacunas, un año de dolor. Un año de pérdidas incalculables.
En medio de una ola feroz, se pasó a otra etapa, la producción de COVIDAR se escalará aún más en el Laboratorio Lemos, PYME nacional que participó del co-desarrollo. Se producirá el kit para uso interno y exportación a países vecinos por un convenio de cooperación de Lemos con el Instituto Leloir y el CONICET. Un producto de la ciencia con gran valor agregado.