En el Día Mundial del ARN, la investigadora del CONICET en la Fundación Instituto Leloir (FIL) explica la importancia de estudiar a esta molécula clave para la síntesis de proteínas y que ahora se sabe que también cumple funciones regulatorias importantes como el control de infecciones virales en muchos organismos.
(Agencia CyTA – Leloir. Por Luciana Díaz).- De la mano de la irrupción de la pandemia de COVID-19, el ácido ribonucleico o ARN dejó de ser un término científico del que sólo se escuchaba hablar en los laboratorios, para pasar a estar en boca de todos. Es que, de pronto, esta molécula clave para la síntesis de proteínas adquirió notoriedad pública al ser la base de algunas de las vacunas que mostraron ser más exitosas para frenar el avance del SARS-CoV-2.
Sin poder imaginarse lo que pasaría dos años después, en 2018 la Sociedad de ARN, una entidad internacional sin fines de lucro con más de 1800 miembros, instituyó al 1° de agosto como el Día Mundial del ARN para fomentar la investigación y la educación en el área. “Los conceptos de ADN, genes, secuenciación, estaban muy instalados en el público en general, mientras que las moléculas de ARN, que son las intermediarias entre los genes y las proteínas, venían un poquito opacadas”, reconoció la doctora en Química Graciela Boccaccio, jefa del Laboratorio de Biología Celular del ARN de la Fundación Instituto Leloir (FIL). “Definitivamente, la pandemia hizo que se acelerara el crecimiento cultural en este tema y la gente le empezara a prestar más atención”, aseguró a la Agencia CyTA-Leloir Boccaccio, también una de las coordinadoras del Club Argentino del ARN.
Para la especialista, esta fama repentina es más que merecida porque se trata de una molécula esencial. “En el origen de la vida, la química prebiótica se basaba en ARN. El ARN anticipó al ADN y a las proteínas, así que es casi poético si uno lo piensa un poquito: es la molécula más ancestral que tenemos los seres vivo actuales”, deslizó.
En su laboratorio, Boccaccio trabaja con su grupo en las llamadas “organelas sin membrana”, en donde el ARN es un componente clave. “Se trata de un tema emergente, que le da un giro a lo que se sabía sobre la arquitectura intracelular”, explicó.
“En el colegio uno aprende que dentro de las células hay organelas con membrana, como las mitocondrias y los lisosomas. Pero en los últimos años se le empezó a prestar atención a unos pequeños cuerpos celulares, que no tienen membrana y que cumplen funciones muy diversas e importantes para la vida celular”, precisó. Ya hay evidencia científica que indica que esas estructuras están involucradas en procesos como la sinapsis (con implicancias en memoria y aprendizaje) y el control de las infecciones virales.
Boccaccio y sus colegas buscan entender la dinámica y relevancia funcional de algunas de estas organelas sin membrana. Entre otras cosas, descubrieron los mecanismos que participan en la formación de los “gránulos de estrés”, que son muy importantes en la respuesta defensiva de la célula frente a situaciones adversas como la presencia de proteínas anómalas y que estarían relacionados a enfermedades neurodegenerativas.
Si bien el ADN contiene la información genética de un organismo, es el ARN el que permite que ésta sea interpretada por las células y puedan dar, así, lugar a las proteínas, imprescindibles para el funcionamiento de todos los tejidos y órganos del cuerpo.
“A partir del conocimiento sobre la biogénesis, regulación y las funciones bioquímicas del ARN pueden desprenderse múltiples aplicaciones”, enfatizó la investigadora del CONICET, y resaltó que eso se debe en gran parte a que es una molécula que domina muchos aspectos funcionales.
“No es solamente la intermediaria entre los genes y las proteínas; hay muchas moléculas de ARN que tienen actividad enzimática y también un enorme potencial regulatorio. La defensa de muchos organismos contra bacterias o virus es en base a ARN, por ejemplo. Entonces, desde el punto de vista biomédico, tiene un enorme potencial”, aseguró Boccaccio. Pero no sólo eso: en el Instituto Leloir, sin ir más lejos, varios laboratorios trabajan en los mecanismos celulares y moleculares controlados por moléculas de ARN que son relevantes para la productividad de los cultivos.
Desde su descubrimiento en 1961, el ARN cautivó a los científicos. Pero como se trata de una molécula de cadena simple, más lábil in vitro que el ADN, se necesitó el desarrollo de metodologías más sofisticadas para poder estudiarlo mejor. “Conceptualmente nadie dudaba de su importancia. Una vez que se descubrió, siempre estuvo la motivación de seguirle la pista. Quizás corrió un poco por detrás del ADN, pero ahora se lo está reivindicando”, concluyó Boccaccio.