Un grupo de investigadores argentinos elaboró un mapa de la región central del país para determinar la abundancia del ratón colilargo, uno de los principales agentes transmisores del virus que causa la enfermedad. Desmitifican que el riesgo solo aceche en la Patagonia y aspiran a que la información llegue a los centros de salud: “Sus síntomas se pueden confundir con los de otras patologías”, alertan.
(Agencia CyTA-Leloir).- El síndrome pulmonar por hantavirus (SPH) es una enfermedad infecciosa que se transmite a los seres humanos a través de la orina, saliva y heces de roedores silvestres, que son reservorios naturales de la infección. En la Argentina, uno de sus principales transmisores es el Oligoryzomys flavescens, conocido coloquialmente como ratón colilargo, que está ampliamente distribuido en distintas áreas de las provincias de Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con la Patagonia o el norte del país, estas zonas no suelen ser consideradas de riesgo para la enfermedad y muchas veces se demoran los diagnósticos, lo que atenta contra la sobrevida de los afectados.
Con esta premisa, un grupo de investigadores argentinos, liderados por la doctora en Ciencias Biológicas Isabel Gómez Villafañe, del Instituto de Ecología, Genética y Evolución de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, modeló la abundancia relativa del ratón y la prevalencia del hantavirus en esa región para determinar el riesgo de la exposición humana y, así, colaborar con el diseño de estrategias de salud pública que permitan prevenir el SPH. El estudio fue publicado en la revista Zoonoses and Public Health.
La región central de la Argentina es considerada una zona endémica de SPH, donde las provincias de Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires suman el 36,7% de todos los casos, con una tasa de letalidad del 24%. “Dentro de la región central, nuestro estudio comprobó que el noreste de la provincia de Buenos Aires es la zona con más roedores que transmiten el hantavirus y, por lo tanto, la que presenta mayor riesgo de SPH para los seres humanos”, aseguró Gómez Villafañe a la Agencia CyTA-Leloir.
Para el estudio, los científicos realizaron recorridas con vehículo por casi toda la provincia de Buenos Aires y recolectaron pelotitas formadas por restos de alimentos no digeridos que regurgitan las lechuzas después de comer (técnicamente conocidas como egagrópilas). En ese material se pueden separar e identificar restos óseos de roedores –cráneos y mandíbulas–, lo que permite determinar las especies que ingirió el ave.
“La lechuza come acorde a la disponibilidad del lugar, así que la proporción de especies de roedores que se encuentran en las egagrópilas es representativa de las que habitan en una determinada zona”, explicó la investigadora del CONICET, quien realizó el trabajo también con expertos del Instituto Nacional de Medicina Tropical (INMEeT), de Puerto Iguazú, y del Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental de la Universidad Nacional de San Martín.
Como segundo paso, los científicos tomaron variables ambientales que se obtienen de diferentes fuentes de información y analizaron aquellas que se asocian a una mayor o menor proporción de Oligoryzomys flavescens. “Una vez que se obtuvo esa asociación, se extrapoló la proporción de colilargo que debería haber en toda la provincia y elaboramos el mapa”, añadió Gómez Villafañe.
Los investigadores no se sorprendieron con los resultados porque la zona del noreste de la provincia de Buenos Aires es la que tiene mayores precipitaciones y presencia de cuerpos de agua, condiciones ambientales propicias para el ratón colilargo. Pero necesitaban comprobarlo para que las autoridades dispusieran de la mejor evidencia para tomar decisiones sanitarias.
“Nosotros transmitimos los resultados a los funcionarios y de ellos depende que la información llegue a los centros de salud. Es necesario capacitar a las distintas instituciones sanitarias, así están alertas y frente a pacientes que llegan con determinados síntomas pueden considerar al SPH”, resaltó Gómez Villafañe, quien añadió: “Es una enfermedad cuyos síntomas pueden confundirse con otras patologías, y si los médicos no la tienen en cuenta como posibilidad no la van a evaluar. Es fundamental alertar que los roedores que pueden transmitir el SPH no están solo en el sur del país, como es la creencia general de la población”.
El último gran brote de hantavirus en el país ocurrió en el verano de 2019 en Epuyén, en la provincia de Chubut. Si bien no se volvieron a encender las alarmas como aquella vez, se estima que se producen un promedio de 100 casos anuales. Aunque el SPH tiene una incidencia relativamente baja, su tasa de letalidad es alta (llega al 40% en algunas áreas). Y puede presentarse como un cuadro leve con un síndrome febril inespecífico o llegar hasta la manifestación más grave, con insuficiencia respiratoria severa.
“Para contagiarse no hace falta el contacto directo con los roedores o con sus heces y orina, sino que muchas veces la transmisión ocurre a través de la inhalación de aerosoles que contienen el virus, algo que puede pasar al entrar en lugares que permanecieron cerrados mucho tiempo, y donde vivieron ratones, al respirar el polvillo que se levanta al sacudir cosas o barrer”, aseguró Gómez Villafañe. Y aclaró que nunca se debe agarrar un roedor muerto con la mano sin protección. “Si no se cuenta con guantes, una bolsa alrededor de los dedos está bien. Y después de rociarlo con una mezcla de lavandina y agua se debe descartar en una bolsa doble. Como el hantavirus se inactiva con los rayos UV, si sospechamos que hubo ratones en placares con frazadas o mantas, conviene dejarlas ventilando al sol durante algunas horas”, aconsejó.