La reconocida genetista estadounidense Mary-Claire King, quien en los ‘80 desarrolló el “índice de abuelidad” que permitió establecer el parentesco entre nietos y abuelos en ausencia de sus padres, desaparecidos durante la última dictadura militar, resaltó la calidad del trabajo de las tres instituciones argentinas y ante a un reducido grupo de periodistas, entre los que se encontraba la Agencia CyTA-Leloir, destacó “su legado increíble para la ciencia forense mundial”. En su primera visita a la Argentina luego de 30 años, recibió el doctorado honoris causa de la UBA y se interiorizó especialmente sobre el trabajo actual del Banco Nacional de Datos Genéticos, que ella a ayudó a crear y fue el primero en el mundo en su tipo.
(Agencia CyTA-Leloir. Por Luciana Díaz).- “Una de las cosas que más me impactaron de mi viaje fue ver la calidad del trabajo del Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG). Sabía que era bueno, pero no que era tan bueno”. Emocionada después de haber recorrido el Parque de la Memoria de la Ciudad de Buenos Aires, la destacada genetista estadounidense Mary-Claire King, quien en los ‘80 desarrolló el “índice de abuelidad” que permitió establecer el parentesco entre nietos y abuelos en ausencia de sus padres, desaparecidos durante la última dictadura militar, resaltó ante a un reducido grupo de periodistas entre los que se encontraba la Agencia CyTA-Leloir, el trabajo que realiza en la actualidad el BNDG.
En su primer viaje al país después de 30 años, la especialista que ayudó a sentar las bases para la creación del BNDG, establecido por ley en 1987, y pionero en su tipo a nivel mundial, no dudó en valorar el aporte de los científicos argentinos a la genética forense. “La combinación del trabajo del BNDG, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y las Abuelas cambió la ciencia aplicada a los derechos humanos en el mundo. Ahora es completamente diferente. El legado de esas tres instituciones argentinas es increíble”, enfatizó. Y adelantó que junto a Mariana Herrera, directora del BNDG, quieren llevar adelante un proyecto para introducir al banco tecnología genómica de última generación.
“Estas nuevas tecnologías podrán restituir la identidad de los bisnietos de los desaparecidos, por ejemplo, porque al poder hacer lecturas de secuencias de ADN muy largas permite comparar a parientes lejanos: la probabilidad de que una secuencia extensa sea idéntica entre dos personas por azar es muy baja; en cambio, indica parentesco”, aseguró King, conciente del paso de los años y el cambio de objetivos en la necesidad de establecer las filiaciones en el futuro.
Ciencia con compromiso
En 1982, King investigaba en la Universidad de California, en Berkeley, Estados Unidos. Derivadas por el genetista argentino Víctor Penchaszadeh, entonces exiliado en Nueva York, y por Eric Stover, de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia de los EE.UU., las Abuelas de Plaza de Mayo llegaron a ella con una pregunta para la que en ese momento la ciencia todavía no tenía respuesta: ¿es posible establecer vínculos biológicos certeros entre un niño y sus abuelos en ausencia de sus padres?
Activa defensora por los derechos civiles y militante contra la guerra de Vietnam, King sentía que si ella hubiera nacido en la Argentina seguramente hubiera tenido una historia similar a la de los hijos de esas mujeres, así que no dudó en aceptar el reto y por medio de fórmulas matemáticas y estadísticas obtuvo, con sus colegas, lo que hoy se conoce como “índice de abuelidad”.
En esos primeros momentos, los genes que se podían analizar eran los de HLA, los mismos que se usan para determinar la compatibilidad entre un órgano y su posible receptor antes de un trasplante. Pero el método tenía limitaciones y King sabía que en estos casos un error sería inaceptable. En 1987 encontró la solución de la mano de la por entonces flamante técnica de PCR (permite amplificar fragmentos de ADN a partir de una muestra minúscula de esta molécula) y del conocimiento de que todos los seres humanos heredan de sus madres el ADN de sus mitocondrias. Y eso convirtió probablidades en certezas.
“Sabía que la ciencia podía servir al proyecto, pero lo que no había imaginado antes de mi primer viaje a la Argentina, en 1984, era el poder de las Abuelas y la calidad de la información que tenían. Pensé que sería una única visita, simbólica y por solidaridad. Pero obviamente fue mucho más que eso”, resaltó King antes de regresar a su país.
En la actualidad, la científica que durante su viaje recibió el doctorado honoris causa por parte de la Universidad de Buenos Aires y dio una conferencia que conmovió al auditorio repleto de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, es profesora de la Sociedad Americana del Cáncer en el Departamento de Medicina y Ciencias del Genoma de la Universidad de Washington. Y una eminente y multipremiada genetista: entre muchos otros títulos, recibió en 2014 el premio Lasker a la investigación médica (para muchos la antesala al Premio Nobel); y en 2016, de manos del entonces presidente de los EE.UU. Barack Obama, la Medalla Nacional de la Ciencia, el mayor reconocimiento de su país para los logros científico.
Es que además de su aporte a la identificación de los hijos de los desaparecidos en la Argentina y de miles de víctimas de guerras y catástrofes naturales en el mundo, la especialista de 77 años también revolucionó la biología evolutiva cuando al inicio de su brillante carrera demostró que seres humanos y chimpancés comparten el 99% de su ADN. Y más adelante, con la evidencia de cientos de casos en los que el cáncer de mama había hecho estragos entre madres, abuelas e hijas de una misma familia, demostró la existencia de una predisposición genética a desarrollar la enfermedad, algo impensado en aquellos años. Después de postular que las mutaciones responsables de esta susceptibilidad se encontraban en un gen al que bautizó BCR1, en 1990 publicó la posible ubicación de ese gen dentro del genoma humano.
Consultada por la Agencia CyTA-Leloir acerca de los cuestionamientos recientes sobre el trabajo de las Abuelas de Plaza de Mayo, King respondió: “Podemos obtener la verdad a partir de la ciencia y la evidencia es más fuerte que cualquier ataque”.