Tras analizar los residuos avícolas en distintas granjas del país, un estudio realizado por investigadores del CONICET y publicado en la revista Science of the Total Environment proporciona información valiosa sobre las consecuencias de distintas prácticas productivas. Pionero en Latinoamérica, el trabajo también presenta las ventajas de un tratamiento fácil de aplicar en escenarios reales para minimizar los riesgos.
(Agencia CyTA-Leloir).- Un equipo argentino de investigación evaluó por primera vez la relación entre el uso de antibióticos en la cría intensiva de aves de corral y el riesgo ambiental derivado de esa práctica, en suelos productivos de las provincias argentinas de Entre Ríos y Córdoba. Pionero en América Latina, el trabajo detectó, en escenarios reales, la presencia de 20 tipos diferentes de antimicrobianos, pero también demostró que por medio de tratamientos fáciles de implementar se puede mejorar el panorama.
Los antibióticos se utilizan para tratar y prevenir enfermedades de las aves y también como promotores de su crecimiento. “Como muchos países en desarrollo, Argentina tiene una alta dependencia del uso de antibióticos en la producción avícola intensiva. Comparada con otros países, enfrenta desafíos similares en cuanto a la falta de regulaciones estrictas y a datos públicos, lo que dificulta la gestión adecuada de los riesgos. Esto es preocupante, ya que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la resistencia a los antibióticos es una amenaza urgente para la salud global”, aseguró a la Agencia CyTA-Leloir el doctor en Ciencias Exactas Lucas Alonso, autor principal del artículo publicado en la revista Science of the Total Environment
Bajo la dirección del doctor en Química Daniel Wunderlin, investigador del CONICET en el Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos Córdoba (ICYTAC), Alonso y seis colegas más en Argentina analizaron las excretas avícolas o “camas de pollo”, un material que se suele reutilizar como fertilizante por su alto contenido de nutrientes y su capacidad para mejorar la estructura del terreno: se trata de la acumulación de desechos generados por pollos, gallinas, pavos, patos, entre otros, que suelen estar compuestos por cáscaras de arroz, aserrín, heces, plumas, alimento y agua.
Argentina es uno de los 10 principales países productores de aves de corral, lo que deriva en la producción de más de 5,3 millones de toneladas de esos restos al año. En ese sentido, desde la perspectiva de la economía circular su utilización como fertilizante es una práctica más que favorable. Sin embargo, el uso inadecuado y excesivo de antimicrobianos en los sistemas de cría intensiva encendió una luz amarilla y genera preocupación por su impacto ambiental.
“La presencia de antibióticos en estos residuos constituye una fuente de emisión al suelo y, por consiguiente, al ambiente. Esto puede tener múltiples consecuencias, por ejemplo, si llegan a cursos de agua, se acumula en cultivos, o si se comienzan a propagar bacterias resistentes a esos medicamentos”, describió Alonso. De hecho, un informe reciente de la OMS establece como especialmente alarmante la rápida propagación mundial de bacterias multirresistentes y “panresistentes” (a todos los antibióticos), que provocan infecciones que ya no pueden tratarse. “La resistencia a los antimicrobianos es una de las 10 principales amenazas de salud pública a las que se enfrenta la humanidad”, advirtió la OMS.
Por eso, cada vez hay más interés por incorporar en las investigaciones el concepto de “Una Salud” (One Health, en inglés), un enfoque integral planteado por los principales organismos sanitarios internacionales que establece que no se deben pensar de manera aislada la salud de las personas, los animales y los ecosistemas, sino que son eslabones sumamente interrelacionados. Y por eso lo que afecte a uno, también impactará en los demás.
En el campo
El estudio se llevó a cabo en 18 granjas de Entre Ríos, provincia núcleo de la producción avícola nacional, y en una de Córdoba. “El uso de agentes preventivos de infecciones y los promotores de crecimiento, suministrados como aditivos alimentarios, constituyeron la mayor carga de antibióticos en las camas de pollo. Esto se evidenció por la diversidad y la cantidad de sustancias halladas en las granjas que realizan ese tipo de usos”, resaltó Alonso, quien aclaró que Entre Ríos concentra poco más de la mitad de la producción de carne aviar, por lo que la cantidad de cama de pollo residual generada toma una gran dimensión. De hecho, dijo, estudios previos ya demostraron cómo la lluvia puede movilizar antibióticos al suelo desde una cama de pollo aplicada, y otros reportaron su presencia en ríos y arroyos de la zona, así como también en aguas freáticas.
El especialista mencionó que entre los compuestos más destacados hallados se encuentran los ionóforos (monensina, salinomicina, maduramicina), las fluoroquinolonas (en especial, enrofloxacina) y la tilosina.
“La enrofloxacina y la tilosina presentan alta persistencia en el suelo y pueden promover la aparición de microorganismos resistentes, con numerosos reportes en otros países del mundo. Incluso, la tilosina ha sido propuesta por científicos como un contaminante ‘pseudo-persistente’, lo que significa que su tasa de ingreso al ambiente es igual o superior a la capacidad de este para degradarla”, describió Alonso. Aunque hasta el momento no se conocen microorganismos que hayan desarrollado resistencia específica a la monensina, estudios recientes demostraron que puede ejercer un efecto “sinérgico”, acelerando el desarrollo de resistencias a otros antibióticos, añadió.
“En las granjas que no usan estos medicamentos como aditivos se detectaron en promedio tres antibióticos residuales, pero la variedad de compuestos hallados y sus cantidades fueron significativamente menores”, agregó Alonso. “Identificar los compuestos más relevantes asociados a prácticas productivas específicas –continuó–, proporciona información de interés sobre sus potenciales consecuencias ambientales. Y también muestra cómo manejos alternativos pueden minimizar estos riesgos, como reemplazar los antibióticos preventivos por vacunas o eliminar los promotores de crecimiento en favor de métodos de crianza lenta”.
Alonso mencionó que en el estudio recientemente publicado evaluaron, además, el resultado de aplicar un tratamiento simple en una cama de pollo proveniente de una granja con uso de antibióticos. Y que fue alentador.
Lo que hicieron fue mantener un apilado del material durante 12 días, con un “volteo” (se da vuelta la pila) a mitad del período, todo realizado a escala y en condiciones reales. “Se analizaron las etapas del tratamiento, y al final se observó una disminución del 67% de la carga total de los 13 antibióticos presentes al comienzo en la muestra. Esto no solo supone una menor liberación de estos compuestos al ambiente, sino que además reduce el potencial riesgo de afectar a los organismos del suelo”, aseguró el científico que en este momento se encuentra trabajando como investigador postdoctoral en el Instituto Catalán de Investigaciones del Agua (ICRA), en Girona, España.
Con todo, Alonso enfatizó que como aun con ese método los riesgos no disminuyen por completo es imprescindible considerar “soluciones más holísticas”, que contemplen cuestiones como la restricción del uso de los antibióticos por fuera de su indicación para combatir infecciones.
“Los antibióticos deben considerarse como un bien social; son herramientas sanitarias que debemos preservar para garantizar la salud de la población. También es fundamental avanzar en la adopción de otros sistemas agroalimentarios de mayor sustentabilidad que incorporen lineamientos de ‘Una Salud’, como la agroecología”, concluyó.