Tras recorrer miles de kilómetros en Brasil y países limítrofes, realizar análisis genéticos y estudios morfológicos, un equipo internacional de investigadores (liderado por un argentino) descubrió que una especie que se creía extinta en realidad podría ser un ejemplar peculiar de capuchino.
(14/10/2016 – Agencia CyTA-Instituto Leloir)-. El 19 de octubre de 1823, el naturalista austríaco Johann Natterer colectó en un lago del centro-oeste de Brasil un ave de 11 centímetros con capuchón y garganta oscuros. Y en 1871, su compatriota August von Pelzeln estudió ese único ejemplar, macho, y lo bautizó Sporophila melanops.
Sin embargo, el también llamado “espiguero encapuchado” o “papa-capim-do-bananal” nunca volvió a ser observado y los organismos de conservación consideran que se trata de una especie críticamente amenazada y posiblemente extinta en el mundo. Según BirdLife International, si hubiera alguna población remanente no superaría los 50 individuos.
Ahora, un grupo de científicos reexaminó la evidencia, recorrió la zona donde se lo avistó por última vez hace casi 200 años, realizó estudios genéticos y morfológicos, y concluyó que la especie “amenazada” o “extinta” en realidad podría tratarse de un ejemplar atípico o aberrante de capuchino: un grupo de aves de extensa distribución en el Cono Sur.
La revelación sobre la verdadera identidad del ave, que permanecía como uno de los mayores enigmas de la ornitología neotropical, permitirá a los conservacionistas “enfocar recursos en aquellas especies que sí están verdaderamente amenazadas”, sentenciaron los investigadores en la revista PLOS One.
El autor principal del estudio es el doctor Juan Ignacio Areta, investigador del Instituto de Bio y Geociencias del Noroeste Argentino (IBIGEO), perteneciente al CONICET y con sede en la ciudad de Rosario de Lerma, Salta.
Areta y colegas de Brasil, Reino Unido y Austria resolvieron el caso luego de una serie de pasos metódicos. “Buscamos a esta especie en la localidad donde fue colectado el único espécimen conocido con certeza y también en otras localidades, abarcando un radio de unos 1000 kilómetros en la zona de influencia del rio Araguaia (en la frontera de Goiás y Mato Grosso)”, afirmó. La exploración, que incluyó numerosas localidades de Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia, fue infructuosa.
Pero dos visitas independientes a Austria de Areta y su colega brasileño Vítor de Q. Piacentini, del Museo de Zoología de la Universidad de San Pablo, comenzó a desentrañar el misterio. Ambos fueron al Museo de Historia Natural de Viena, donde se conserva el ejemplar recogido en 1823. Y al reexaminar en persona el espécimen, “nos dimos cuenta de que tenía una boina negra y que su garganta era marrón oscuro, cuando históricamente había sido descripto como un ave con un capuchón oscuro uniforme”, indicó el investigador del CONICET.
“Estos detalles, además de la presencia de una pequeña manchita blanca sub-ocular y algunas características de su patrón alar y coloración en dorso y vientre, nos indicaron que se trataba, en realidad, de un espécimen peculiar de capuchino”, agregó.
Para comprobarlo, los científicos realizaron estudios del ADN mitocondrial. Y la información genética coincidió, en efecto, con la de los capuchinos. En cambio, no se verificó relación con otra especie con la cual algunos relacionaban al espiguero capuchino: el corbatita amarillo o Sporophila nigricollis.
De acuerdo a los investigadores, el macho de Sporophila melanops fue colectado con otras especies de capuchinos que son migratorios y que migran en bandadas conformadas por varias especies, de las cuales no se conoce ninguna que se haya extinguido en la región. “Por lo tanto, creemos que nunca crió en la zona donde fue colectada sino que se trataría de un visitante invernal en el Brasil central”, puntualizó Areta. De hecho, sospechan que podría tratarse de un individuo aberrante de algún capuchino con garganta oscura, como el capuchino garganta café (Sporophila ruficollis), que en Argentina se distribuye desde el norte del país hasta el este de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires.
Para Areta, este tipo de estudio “permite comprender mejor la diversidad de formas que pueblan el planeta tierra mediante la integración de valiosos datos de historia natural con especímenes de museo e información genética”.