Un ensayo piloto realizado en Monte Grande mostró que promover cambios del estilo de vida mantiene más a raya los niveles de glucosa en sangre.
(14/11/16 – Agencia CyTA-Instituto Leloir)-. Cuatro años antes del descubrimiento de la insulina, en 1918, el médico estadounidense Elliot Proctor Joslin publicó un libro para personas con diabetes en el que los instaba a realizar ejercicio y controlar la alimentación para vivir más años. “No existe otra enfermedad en la que la comprensión de los métodos de tratamiento sea tan provechosa para los pacientes”, escribió. Casi un siglo después, los postulados de Joslin siguen vigentes y la educación de los afectados se considera un pilar del éxito de los planes terapéuticos. “No basta con tener acceso a la insulina, las pastillas o las tiras para medir la glucemia. Si uno le da una Ferrari a alguien que no sabe manejar, la choca”, sostuvo a la Agencia CyTA-Leloir el doctor Gabriel Lijteroff, jefe de Diabetología del Hospital Santamarina de Monte Grande y director del comité científico de la Federación Argentina de Diabetes (FAD).
Después de 25 años como médico diabetólogo y 16 como fundador y director de un programa de alfabetización para adultos con diabetes, Lijteroff objetivó por primera vez el impacto de la educación de sus pacientes en un marcador clínico que registra el promedio de la glucosa en sangre durante los cuatro meses anteriores: la hemoglobina glicosilada o HbA1c. Al inicio del programa, indicó el profesional, los 13 participantes evaluados (de 60 a 80 años y de condición socioeconómica vulnerable) tenían valores de 11,2%. Al cabo de un año, esa cifra había descendido a 8,4%, lo que se acerca a la meta de menos de 7% para los pacientes con diabetes.
“La educación realmente incide en el buen control metabólico, a nivel poblacional”, concluyó Litjeroff, quien presentó el trabajo a premio hace dos semanas en el XVI congreso anual de la Asociación Latinoamericana de Diabetes- ALAD 2016, celebrado en Bogotá, Colombia.
De acuerdo al especialista, los planes educativos no sólo deben enfocarse a promover el ejercicio, las buenas prácticas alimentarias y, en los casos necesarios, la autoaplicación de insulina y los controles regulares de la glucemia, sino también a despejar prejuicios. “En una encuesta de la FAD, el 60% de 1444 personas encuestadas pensaba que los pacientes con diabetes, hicieran lo que hicieran, iban a tener complicaciones”, destacó.
Según la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo (ENFR – 2013), en la Argentina el 9,8% de los mayores de 18 años presenta diabetes, una enfermedad cuya incidencia es cada vez mayor y que además de poseer un importante componente genético, se encuentra íntimamente relacionada con la mala alimentación, la obesidad y la falta de actividad física.
Impulsar cambios en el estilo de vida no sólo representa una primera línea de tratamiento para los pacientes diagnosticados con diabetes, sino también una intervención necesaria para aquellos que tienen prediabetes o antecedentes hereditarios de la enfermedad. Lijteroff sostuvo que esa medida probó en estudios internacionales reducir un 60 por ciento la incidencia de diabetes tipo 2.