Para la periodista científica y bióloga Roxana Tabakman, autora del libro “Biovigilados”, estamos cambiando el mundo más de lo que advertimos. Los riesgos de la tecnología, los límites de la racionalidad y el fin de la privacidad.
(02/02/2018 – Agencia CyTA-Fundación Leloir. Por Matías Loewy)-.Periodista científica, bióloga y ex investigadora de la Fundación Instituto Leloir, Roxana Tabakman se animó a dar un salto hacia al futuro. O, al menos, hacia cierto futuro concebible que proyecta en las páginas de su primera ficción científica o distopia, “Biovigilados”, editada por Penguin Random House y con derechos comprados por una productora de Estados Unidos para transformarla en película. “Alguna vez leí que vivimos en una novela de ciencia ficción que estamos escribiendo entre todos. Sería más preciso decir que se están creando millones de relatos, con distintos finales, y en Biovigilados describo algunos caminos posibles”, dijo Tabakman desde San Pablo, donde reside desde hace más de una década. Extractos de la entrevista con la Agencia CyTA-Leloir:
La mayoría de las tecnologías que cuenta en su libro existen o están en fase de investigación. ¿Lo llamaría un relato de ciencia-ficción o, más bien, un relato sobre la ciencia o la vida de los próximos 5-10 años?
Tabakman: Por supuesto que los personajes y algunas instituciones no existen fuera del mundo inventado. Pero al investigar los desafíos científicos, las tecnologías, y las consecuencias individuales y sociales derivadas de su uso, pretendo que el lector se dé cuenta en qué medida todo su mundo está en transformación. Hay científicos que no se animan a predecir, porque asumen que nadie está en condiciones de saber en qué van a acabar los primeros experimentos científicos, los prototipos de las tecnologías o los cambios en la estructura de un virus. Esa impredecibilidad es justamente el material que elegí para mí relato. La ficción no es lo opuesto a la realidad.
La protagonista, Clara Fend, aparece como una científica audaz que no vacila en enfrentar al establishment científico. ¿En qué medida piensa que la “burocracia” de los organismos internacionales o los grandes aparatos de las instituciones son un freno para la creatividad de los investigadores?
Las reglas que enfrentan los científicos son una de las consecuencias del trabajo en equipo negociado, a veces a lo largo de generaciones, pero la verdadera innovación es lo opuesto del consenso. Un personaje de “Biovigilados” dice: “imagínate si Colón hubiera discutido hasta qué punto era admisible correr riesgos”. El individualismo exacerbado y la rebeldía de Clara son sin duda el origen de sus contribuciones. Una vez leí un grafiti en la costa de Brasil: “Los barcos están seguros en el puerto, pero no es para eso que se hacen los barcos”.
¿Cuál de las situaciones o aplicaciones tecnológicas que describe en su libro le resultan más inquietantes?
Del fuego en adelante, la culpa nunca es de la tecnología. El problema es que muchas veces no advertimos cómo cambiamos el mundo y como nos está cambiando a nosotros. Nos podemos cocinar a fuego lento, sin darnos cuenta. Las primeras señales de peligro siempre están a la vista.
Un personaje del libro, Barse, reflexiona que “una víctima tiene más influencia que todos los académicos juntos”. ¿El imperio de las redes sociales jerarquiza más las emociones y las experiencias individuales que los números fríos de la evidencia científica o los “dictámenes” de los expertos?
Sin duda, las redes sociales amplifican capacidades humanas. A algunos más que a otros, nos mueven las pasiones, las creencias, las evidencias anecdóticas. Lo más sorprendente es que nadie está exento, aún si nos declaramos racionales y tenemos claro que son mentiras. Los tiburones aún no se repusieron del daño a su reputación que provocó la película. No importa lo que digan los biólogos acerca de sus hábitos pacíficos, acercarse a un tiburón exige coraje.
¿De dónde se inspiró para el concepto de “vacuna transmisible” (por medio de virus vivos que se inoculan de persona a persona)? ¡Suena genial!
En Estados Unidos, se organizaban “fiestas de varicela” (cuando un chico se enfermaba) con el objeto de proteger “naturalmente” a los niños. Hoy es una idea muy actual y peligrosa de los movimientos anti vacuna. De todos modos, una vacuna transmisible que incluyera una forma de frenar el contagio (como la que diseña Clara) sería fantástica: representaría una medicina social contraria al camino actual de la medicina cada vez más cara y personalizada. Aunque no está nada claro el modelo de negocio que haría que alguien invierta en su desarrollo.
A uno le queda la impresión de que monitorear la dinámica de expansión de una epidemia no puede conseguirse a menos de resignarnos a que la vigilancia virtual invada todos los ámbitos de la vida. ¿Imagina un punto óptimo en el que un razonable control de una enfermedad infecciosa no vulnere la privacidad?
Mi impresión es que la privacidad ya se extinguió y no veo cómo se podría desandar el camino. Puede ser controvertido, pero tampoco me preocupa demasiado. En lo personal, me encantaría que los algoritmos usen mis datos no apenas para venderme productos, sino para la salud pública. Se podrá discutir la letra chica, el acceso a esos datos de forma no identificable, pero la investigación médica que usa Big Data hoy va en ese camino. Y la medicina del futuro, promete.