El periodista y escritor Marcelo Rodríguez, coautor de “¿Quién llegó a la Luna? La conquista (y el desarrollo tecnológico) como relato épico” (Libros del Rojas|UBA), revisita la conquista espacial de los años 60 y encuentra ecos con la búsqueda “geopolítica” de una vacuna para COVID-19.
(Agencia CyTA-Leloir)-. En un contexto en que se desarrolla a nivel geopolítico una carrera mundial para desarrollar la primera vacuna para el COVID-19 y en la que Rusia anunció recientemente la suya, bautizada Sputnik V, ahora está disponible el libro ¿Quién llegó a la Luna? La conquista (y el desarrollo tecnológico) como relato épico (Libros del Rojas|Universidad de Buenos Aires), una obra que brinda herramientas de reflexión sobre la ciencia como territorio de disputas de poder. El texto se puede descargar de forma gratuita en cualquier dispositivo desde el siguiente link: https://laespiraldearquimedesblog.wordpress.com/2020/07/04/quien-llego-a-la-luna-e-book-completo-descarga-gratuita/)
“La idea surgió cuando empezamos a ensayar hipótesis sobre por qué hoy, medio siglo después de la misión Apolo 11, el sueño de conquistar otros mundos pareciera que perdió esa trascendencia: ya no nos interesa tanto, o bien lo vemos acotado a narrativas cuasi marginales, nunca en primera plana de los diarios. ¿Qué sucedió?”, afirma Marcelo Rodríguez, periodista y escritor y autor de uno de los tres ensayos del libro.
Los otros textos fueron escritos por Eduardo Wolovelsky, biólogo, docente y escritor, y director del área de Comunicación y Reflexión Pública sobre la Ciencia en el Centro Cultural Ricardo Rojas de la UBA; y Matías Carnevale, periodista y escritor que ahonda en los significados de la conquista de la Luna a través de la literatura y el cine.
“El desarrollo tecnocientífico de vanguardia hoy se enfoca más en las neurociencias y la inteligencia artificial, pese a que se siguen enviando naves al espacio”, indica Rodríguez, quien está haciendo el doctorado en Epistemología e Historia de la Ciencia en la Universidad Nacional de Tres de Febrero, en una entrevista que mantuvo con la Agencia CyTA-Leloir.
El libro es resultado de una investigación sobre los relatos que guiaron la conquista espacial. ¿Cuál es la idea central de esta obra?
Hoy vivimos con total naturalidad el hecho de que “llegamos a la Luna”, y la idea central de este libro es quebrar esa insignificancia, pero también escapar al lugar común de la fascinación por el poder de la técnica, que es otra forma de esa naturalización.
El astronauta Neil Amstrong, al pisar la superficie lunar en 1969, dijo: “Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”. ¿Se puede cuestionar esa afirmación?
No vamos a negar que ese “pequeño paso” de Armstrong es trascendente en términos antropológicos. Ahora bien, si pensamos que ese hecho nos afecta o empodera a todos los seres humanos por igual, es legítimo que cada cual tenga la facultad de preguntarse: ¿y por qué a mí? Me parece que este tipo de cuestionamientos puede extenderse a todo el desarrollo tecnológico. La implementación de casi toda nueva tecnología en el mundo real supone beneficiados y perjudicados. En el caso de las vacunas o de ciertos avances médicos, parece claro que se trata de un beneficio para toda la humanidad, y que el problema es que esos beneficios no lleguen a todos por igual.
Esa exclusión de los beneficios de los avances también se da en otros campos.
Así es, por ejemplo, en el caso de las tecnologías que afectan al mundo del trabajo las evidencias parecen ir más bien en contra de que el beneficio sea igualitario. Es difícil que las mayorías puedan identificarse con los logros de esos modelos de desarrollo y verlos como propios. En este siglo XXI ya no podemos seguir desentendiéndonos de esa ambivalencia de los grandes logros tecnológicos, en su capacidad de darle forma a la propia realidad social. Mucho menos desde esta parte del mundo, donde no tenemos tantos motivos para sentirnos los protagonistas.
¿Siente que la conquista del espacio desplazó experiencias ligadas a lo místico y lo religioso al ámbito de la ciencia?
Sí, en el relato de las experiencias de los primeros astronautas se me hizo inevitable pensar en la experiencia mística de trascendencia, donde el individuo rompe sus límites y entra, por decirlo así, en comunión con el infinito o con la deidad. Estas siempre habían sido experiencias enteramente subjetivas, relacionadas con lo místico, lo religioso y también con la locura: los “lunáticos”. En la conquista espacial, esta posibilidad de despegarse del mundo y obtener experiencias sensoriales nunca vividas se da de manera literal y objetiva por los medios racionales de la técnica.
¿La carrera espacial en los años ’60 fue la cara “buena” de la escalada armamentística nuclear?
Exacto. Los soviéticos, que llegaron por primera vez a la Luna con un artefacto no tripulado, en 1959, presentaban esos logros como el salto evolutivo de una sociedad que ya había superado las desigualdades sociales del capitalismo y ahora se lanzaba al dominio del cosmos como etapa siguiente en la evolución humana. Si hoy este recuerdo nos produce una sonrisa triste o maliciosa no es porque los rusos hayan fracasado en la carrera espacial, sino por el colapso político y económico que vino después, es decir: algo mucho más terrenal. Hoy nos impresiona el tremendo contenido simbólico, casi mítico, de esa carrera espacial.
¿Encuentra ecos de esa carrera en la búsqueda la vacuna contra COVID-19?
En principio las vacunas contra el coronavirus vendrían a resolver un problema acuciante que tiene a toda la humanidad en vilo, mientras que la carrera espacial nos moviliza casi exclusivamente en lo simbólico, incluso en la fantasía de quienes la piensan como vía de escape a la destrucción de nuestro planeta. La búsqueda de la vacuna contra el coronavirus estuvo marcada por algunas iniciativas interesantes de la comunidad científica y algunos gobiernos a nivel de la OMS. Aunque sabemos de las tensiones geopolíticas y de la concentración de la industria farmacéutica, movida por su rentabilidad, al menos a nivel de la comunidad científica el relato era de cooperación, parecía que quien quisiera entrar en tren de competencia quedaría muy en offside. Con el lanzamiento de la vacuna rusa esta semana pareció resurgir el relato de competencia, con los medios de comunicación echando bastante leña al fuego, también. Por otra parte, creo que la importancia de tener un sistema científico funcionando está fuera de toda duda. Lo importante ahora es que haya más de una vacuna que funcione, lo cual va a mejorar la disponibilidad y el acceso en todo el mundo.