Al menos en la Ciudad de Buenos Aires y en invierno, fluctuaciones en esa variable meteorológica se relacionaron con la cantidad de personas que presentaron síntomas de COVID-19 y con los casos positivos reportados 5 y 9 días más tarde, respectivamente, sugieren científicos de Argentina y de Estados Unidos.
(Agencia CyTA-Leloir. Por Bruno Geller)-. En la Ciudad de Buenos Aires (CABA), en invierno, cambios en la humedad relativa predecirían variaciones en el número de personas con síntomas de COVID-19 cinco días más tarde, así como también en el número de casos positivos que se reporten nueve días más tarde. Así lo sugiere un estudio científico en el que se cruzaron datos epidemiológicos del 2020 con la evolución de las variables meteorológicas a lo largo del año.
El aire seco favorece la transmisión. Así lo revela un trabajo de investigadores de la Fundación Instituto Leloir (FIL), del CONICET, de la UBA, del Virginia Tech y la Universidad de Colorado, en Estados Unidos.
“La relación es inversa, es decir que, a menor humedad, mayor es el número de casos. Esta asociación se observa solamente en los meses de invierno, lo que, según especulamos, tiene mucho que ver con la forma en que esta estación determina el número de contactos sociales que tenemos puertas adentro”, afirmó el director del estudio, Emilio Kropff, físico, experto en ciencia de datos, jefe del Laboratorio de Fisiología y Algoritmos del Cerebro en la FIL e investigador del CONICET.
Así, por ejemplo, los eventos de muy baja humedad relativa (menores al 40% de promedio diario) se asocian a un incremento abrupto de casos positivos de más del 20%, señaló Kropff.
Los resultados del estudio están en línea con la evidencia cada vez mayor del rol que juegan los aerosoles en la transmisión del nuevo coronavirus “y podrían proporcionar una herramienta básica para que las instituciones de salud de CABA tengan la posibilidad de predecir con alrededor de una semana de anticipación incrementos en el número de pacientes a partir de eventos de baja humedad relativa durante el invierno de 2021”, indicó Andrea Pineda Rojas, también autora del estudio y experta en dispersión de contaminantes en el aire e investigadora del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA) que depende del CONICET y de la UBA.
Menos humedad, más transmisión
Durante casi todo 2020, CABA sufrió una única ola de contagios de COVID-19 inusualmente extendida en el tiempo. Su comienzo puede considerarse que fue alrededor de mayo (si bien había un número marginal de casos antes) y su pico ocurrió a fines de agosto.
Esto diferencia a CABA de otras grandes ciudades, como Nueva York o Londres, que sufrieron olas de contagio muy abruptas. “En estos casos, es imposible separar la dinámica natural de la pandemia de las medidas que implementaron los gobiernos para prevenir su avance. En CABA, en cambio, las principales medidas de prevención fueron tomadas antes del inicio de la ola (la cuarentena, el 20 de marzo, y la obligatoriedad de usar tapabocas en lugares públicos, el 15 de abril). Esto la vuelve un caso muy interesante para estudiar la dinámica ‘natural’ de la pandemia”, puntualizó Kropff.
En particular, cuando se mira la evolución del número de casos diarios en CABA, se identifican dos dinámicas esperadas: una lenta, relacionada con la ola que comenzó en mayo y alcanzó su pico en agosto; y otra rápida, con una periodicidad de siete días, que se vincula con las diferencias entre los días laborables y los fines de semana.
Pero, además de estas dos dinámicas “clásicas”, los científicos identificaron una intrigante dinámica intermedia, con un periodo inestable que oscilaba entre las 2 y 4 semanas. “Para caracterizarla, utilizamos herramientas de la ciencia de datos, persiguiendo la hipótesis de que escondía la influencia de factores meteorológicos”, explicó Kropff.
Los científicos estudiaron ocho variables meteorológicas y encontraron que una sola de ellas era la responsable de las variaciones que les interesaban: la humedad. Al analizar las fluctuaciones de esta variable y la evolución de los contagios durante el invierno pasado en CABA, constataron que la humedad relativa predice variaciones en el número de personas con síntomas de COVID-19 cinco días más tarde, así como también en el número de casos positivos reportados nueve días más tarde. “Además, en invierno, la humedad interior (que no suele medirse) podría ser más baja que la exterior por dos factores: la calefacción y la falta de ventilación”, agregó Kropff.
Los resultados del trabajo apuntan a la importancia de profundizar el estudio de los mecanismos por los cuales la humedad modula el contagio.
Estudios hechos con otras enfermedades respiratorias indican que son tres los mecanismos posibles detrás de este fenómeno, afirmó Kropff. “Primero, la física del flujo de aire que exhalamos al hablar, cantar, gritar, hacer ejercicio o incluso solo respirar. Al modificar el tamaño y la trayectoria de las gotas exhaladas (aerosoles), la humedad podría tener una influencia determinante sobre el contagio”, explicó.
“El fluido exhalado que contiene aerosoles está saturado de humedad mientras que el aire del ambiente en general no lo está. Al mezclarse ambos, cada gota entrega un poco de agua al ambiente por evaporación, haciéndose más chica y más liviana. Si el aire está seco, la evaporación es mayor, y en consecuencia los aerosoles que contienen al virus pesan menos y permanecen más tiempo flotando”, amplió Kropff.
“Tenemos dos mecanismos más vinculados con el impacto del nivel de humedad en el contagio: El aire seco favorece la sobrevida del virus adentro de la gota, y por otro lado dificulta la tarea de diversas barreras inmunes del sistema respiratorio”, agregó Kropff.
El trabajo fue publicado en “medRxiv”, un sitio de artículos científicos que no pasaron todavía por una revisión de pares. Fue enviado a una revista científica y los investigadores esperan su pronta revisión, aceptación y publicación.
Del estudio también participaron Sandra Cordo, viróloga del Instituto de Química Biológica (IQUIBICEN) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (FCEN-UBA) y del CONICET, e investigadora del Departamento de Química Biológica de la FCEN-UBA; Ramiro Saurral, meteorólogo del CIMA y del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, y colaboradores internacionales: José Luis Jiménez, experto en aerosoles de la Universidad de Colorado, en Boulder, Estados Unidos; y Linsey Marr, referente mundial en transmisión aérea de enfermedades respiratorias en Virginia Tech, en Blacksburg, Virginia, en Estados Unidos.