Según investigadoras del CONICET en Mar del Plata, ciertos extractos enzimáticos derivados de los desechos del procesamiento de langostinos pueden usarse para evitar la acumulación de microorganismos, invertebrados o algas sobre estructuras mojadas, un serio problema económico y ambiental.

(Agencia CyTA-Leloir).- Extractos enzimáticos derivados de la industria del langostino pueden servir para prevenir la acumulación de organismos acuáticos en buques, cañerías y otras estructuras sumergidas o expuestas al agua, un fenómeno conocido como “bioincrustación” que tiene serias consecuencias económicas y ambientales. Así lo sugieren investigadoras del CONICET en Mar del Plata, quienes en la revista Environmental Science and Pollution Research proponen esa solución como una alternativa eficiente y más sustentable que las pinturas antiincrustantes actuales, que afectan los ecosistemas de alrededor.

“Nuestro trabajo aborda dos problemáticas económico-ambientales: por un lado, la búsqueda de soluciones amigables para el control de las incrustaciones biológicas en el ambiente marino y, por el otro, la utilización y valorización de desechos de la pesca”, resumió a la Agencia CyTA-Leloir la líder del estudio, la doctora en Ciencias Biológicas María Victoria Laitano, investigadora del Departamento de Ciencias Marinas de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP) y del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras que depende de la UNMdP y el CONICET.

Las bioincrustaciones son un problema creciente, ya que corroen y reducen la durabilidad de estructuras de las embarcaciones, complican el flujo del agua para la refrigeración en procesos productivos al tapar las cañerías, e impiden el intercambio de agua necesaria para la acuicultura. “Otro tema grave es el de las invasiones por especies que se incrustan en el casco de un barco y se trasladan a lugares donde no habitan y, al instalarse, perjudican el ecosistema local”, graficó Laitano.

Parte del equipo que realizó el estudio (de izq. a der.): Yamila Rodríguez, María Victoria Laitano y la directora del grupo de investigación, Analía Fernández Giménez.

En 2011, la Organización Marítima Internacional (OMI) emitió las primeras directrices sobre incrustaciones biológicas para su control y gestión en los buques, “a los efectos de reducir al mínimo la transferencia de especies acuáticas invasivas”. En 2023, tras una exhaustiva revisión, el organismo amplió sus efectos. “Una buena gestión de las incrustaciones biológicas puede contribuir a proteger la biodiversidad marina, evitando la transferencia de especies acuáticas invasivas”, señala en su página web.

¿De la basura al tacho de pintura?

Los desechos que resultaron efectivos para evitar la formación de bioincrustaciones en el trabajo realizado por el grupo argentino fueron principalmente los provenientes del procesamiento del langostino. “Este no es un dato menor”, enfatizó Laitano. “Si en lugar de ser descartados se utilizaran para producir principios activos para pinturas antiincrustantes se reduciría el impacto ambiental de la actividad, especialmente en el sur del país”.

Por el momento, el grupo de Mar del Plata demostró el efecto contra las adherencias biológicas a nivel laboratorio: realizaron ensayos con organismos marinos que forman parte de la comunidad incrustante y vieron que, en presencia de los residuos de langostino a los que les hicieron un procesamiento previo para obtener extractos enzimáticos, los organismos no se pegaban a un sustrato. “Esto nos indica que en presencia del residuo procesado no se formaría la bioincrustación”, aseguró Laitano.

Si bien todavía no está publicado, Laitano y equipo pudieron corroborar esa hipótesis incluyendo los residuos en pinturas experimentales, a las que probaron en el mar con muy buenos resultados, “aunque es necesario seguir investigando para ajustar ciertos parámetros”, aseguró la científica. En esa parte del proyecto colaboró el bioquímico Guillermo Blustein, del Centro de Investigación y Desarrollo en Tecnología de Pinturas y Recubrimientos (CIDEPANT), que depende de la Comisión de Investigaciones Científicas (CIC) de la Provincia de Buenos Aires, del CONICET y de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).

“Ya se había demostrado que las enzimas, principalmente las que rompen proteínas, tienen poder antiincrustante. Como los desechos de la pesca que contienen vísceras presentan un importante contenido de enzimas, nuestra hipótesis original fue que el efecto se conseguía gracias a ellas. Eso lo corroboramos con nuestro trabajo de laboratorio, pero en el trabajo de campo descubrimos que, además, hay otro componente de los residuos que está generando la acción”, señaló Laitano.

Por ahora no saben de cuál se trata, pero ya están tratando de averiguar cuál es.