Irse no era el plan A, pero ante la falta de previsibilidad, la paralización del financiamiento para investigar y un país que les indica que deben “salir al mercado”, algunos sienten que no tienen otra opción. Los científicos Alejandro Díaz-Caro, Pablo Calzadilla, Pablo Manavella y Vanesa Rocío Puente cuentan sus experiencias.

(Agencia CyTA-Leloir).- Recortes presupuestarios, despidos, demoras en nombramientos, congelamiento de salarios, reducción de becas otorgadas, líneas de trabajo paralizadas y un Presidente que invita a los científicos a “salir al mercado como cualquier hijo de vecino”, están impulsando una nueva “fuga de cerebros” en Argentina. 

“Todo es cuesta arriba y después de 10 años esta fue la gota que rebasó el vaso. Siempre la peleé buscando financiamiento externo, de países como Chile, Paraguay, Uruguay, incluso de la Unión Europea. Pero acá llegué a un límite y ya no hay cómo remarla, prefiero irme. Y no soy el único, somos varios los que estamos en la misma”, aseguró a la Agencia CyTA-Leloir Alejandro Díaz-Caro, investigador adjunto del CONICET en el Instituto de Ciencias de la Computación (ICC) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. El científico había vuelto al país en 2013 con el Programa Raíces, y ahora se marcha para trabajar en un instituto de informática en Francia, donde comenzará el 1° de octubre. 

Igual que él, el doctor en Biología de la UBA Pablo Calzadilla, especializado en plantas, se está por mudar al exterior. Tras realizar un posdoctorado en el Centro de Energía de la Comisión de Energía Atómica y Energías Alternativas francesa (CEA), el año pasado volvió a la Argentina como investigador asistente del CONICET en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) para “poder devolverle de alguna manera a la Argentina toda mi formación de grado y posgrado, así como traer los conocimientos que había adquirido en el exterior, no solamente a nivel de la ciencia, sino también en la posibilidad de generar recursos humanos desde el área de la educación”, dijo. Y añadió: “Como otros colegas, mi deseo y sueño siempre fue regresar y hacer mi carrera profesional acá”.

Sin embargo, para Calzadilla quedarse significa “pensar en tener que hacer otra cosa que rinda más. Los salarios no son buenos y encima no podés desarrollarte profesionalmente”, describió. Y sumó: “Pierde sentido tratar de pelear con los molinos de viento. En definitiva, lo que hago como científico no es por amor al arte; lo hago porque me formé, quiero crecer en mi profesión y poder aportar a mi país desde el punto de vista de la ciencia, la tecnología y la educación. Hoy por hoy siento que eso no se valora”. 

A fin de año Calzadilla se incorporará como investigador de la CEA de Francia, que cuenta con un área relacionada a energías renovables y mejoramiento de cultivos agronómicos.

Tras su posdoctorado, Pablo Calzadilla volvió al país en 2023 como investigador del CONICET en la Universidad Nacional de La Plata, pero la situación lo empujó a volver a irse. A fin de año se incorpora a la Comisión de Energía Atómica y Energías Alternativas de Francia. (Gentileza: P. Calzadilla).

Por su parte, Pablo Manavella, investigador principal de biología molecular de plantas en el Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL), en Santa Fe, dejó su puesto es esa institución que pertenece al CONICET y a la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y ya se encuentra trabajando en el Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea “La Mayora”, en Málaga, España. 

“Me ofrecieron una posición, y al ver la falta de financiación y la inestabilidad a largo plazo en Argentina me vine, ya que es bastante difícil planear tanto la vida personal como la vida laboral, incluso más allá del Gobierno de turno”, contó. Aunque admitió que irse del país es algo profesionalmente favorable para él, le resulta difícil el desarraigo familiar y “es raro” estar lejos de la comunidad de científicos argentinos “donde tengo incontables amigos y colegas”.

Para no desvincularse totalmente del CONICET, Díaz-Caro, Calzadilla y Manavella pidieron licencia sin goce de sueldo. Como admitió Manavella: “Siempre está abierta la posibilidad de volver”.

Vanesa Rocío Puente es bióloga molecular y su última posición en el CONICET fue becaria postdoctoral en el Instituto de Ciencia y Tecnología César Milstein. Allí estudiaba el Trypanosoma cruzi, el agente causante de la enfermedad de Chagas. “Se trata de una de las enfermedades catalogadas como olvidadas y de las cuales el tratamiento que se emplea en la actualidad es muy antiguo y tiene muchos efectos adversos. Nosotros intentábamos desarrollar alternativas terapéuticas contra la enfermedad”, contó. 

Sin embargo, ante los resultados de las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) de 2023, cuando “ya se perfilaba una situación política desfavorable para quienes hacemos ciencia” y “ante discursos en los cuales se aseguraba que no nos iban a dar apoyo, las campañas de desprestigio hacia el CONICET y la amenaza clara de que nos iban a retirar los fondos para investigar”, decidió buscar opciones en el exterior. Ahora, Puente está trabajando en Český Budovice, República Checa, en el Centro de Biología dependiente de la Academia Nacional de Ciencias de ese país.

Alejandro Díaz-Caro (5° de der. a izq. en la fila posterior) y el grupo de investigadores de Lógica y Reescritura para Lenguajes de Programación del ICC, junto a doctorandos y estudiantes de grado. El 1° de octubre comienza a trabajar en Francia. (Gentileza: A. Díaz-Caro)

El plan B

Un reciente editorial de la revista Science incluyó a la Argentina entre los países que expulsan científicos por “guerra, represión política, crisis climáticas y la falta de oportunidades para ejercer la ciencia”. La lista la integran también Siria, Turquía, Etiopía, Irán, Afganistán y Ucrania.

No es difícil entender el porqué de esta incorporación, si se toma en cuenta la situación actual del sector científico. Sin ir más lejos, la Función Ciencia y Tecnología (CyT) del Presupuesto Nacional, que es el monto que el Estado destina al sistema nacional de ciencia y tecnología, descendió un 32,8 % en un año, según datos del último informe del Grupo Economía Política Ciencia, del Centro Iberoamericano de Investigación (EPC-CIICTI). Además, de los 74.891 empleados que tenía en diciembre del año pasado se pasó a 72.443 en julio de 2024. Casi la mitad de los 2448 puestos perdidos —1.339— pertenecían al CONICET.

Por otra parte, de acuerdo al documento presentado por la Red Argentina de Autoridades de Institutos de Ciencia y Tecnología (RAICyT) el 30 de agosto, en un acto frente al Polo Científico de la Ciudad de Buenos Aires, “la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación, entidad que financia la mayor parte de los proyectos de investigación del país, se encuentra paralizada e incumpliendo compromisos asumidos y firmados con centenares de grupos de investigación y proyectos en marcha”. 

Y advirtió: “La Secretaría de Innovación, Ciencia y Tecnología (ex Ministerio de Ciencia y Tecnología) ha ejecutado al día de hoy menos del 10% de su presupuesto anual, lo que resulta agravado por el hecho de ser un presupuesto prorrogado de 2023, totalmente devaluado. Además, se han eliminado programas emblemáticos como ‘Construir Ciencia’ y ‘Equipar Ciencia’, sin que se generaran programas alternativos. El CONICET, calificado como la institución científica de mayor jerarquía en América Latina, no ha incorporado nuevos/as investigadores/as”.

Pablo Manavella dejó su puesto en el Instituto de Agrobiotecnología del Litoral, en Santa Fe (CONICET-UNL) y está trabajando en el el Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea, en Málaga, España. (Gentileza: P. Manavella).

Díaz-Caro continuará sus estudios en el Instituto Nacional de Investigación en Informática y Automática de Francia (INRIA), cerca de Versalles. “Sé que en Francia voy a tener todo el apoyo económico que necesito para poder desarrollar mi trabajo, pero si volví a la Argentina hace diez años era porque quería apostar al país, formar recursos humanos, devolver a la universidad pública lo que me dio. Ahora se siente feo decir que bajo los brazos, pero si me quedo acá, sin dinero no puedo investigar. Destruir todo tiene consecuencias muy graves, y volver a reconstruirlo llevará décadas”.

Puente, por su parte, aseguró que las condiciones laborales en República Checa son muy estables, “pero no estoy en mi país”, lamentó. “Tengo un sabor amargo -continuó- porque tuve que tomar una decisión muy rápido y no estaba considerando tener que irme por una amenaza concreta sobre mi carrera”. 

Finalmente, Calzadilla resumió: “Volví al país con ganas de hacer un montón de cosas, incluso de traer gente. Pero de repente me di cuenta de que ni siquiera iba a poder comprar tierra para mis plantas. Argentina me estaba indicando que tenía que dedicarme a otra cosa para vivir, porque ser investigador científico acá no era el camino. Parece anacrónico, pero, una vez más, lo que dijo Bernardo Houssay termina teniendo una connotación muy importante en esta era: la ciencia no es cara, cara es la ignorancia”.

 

La bióloga molecular Vanesa Rocío Puente estudiaba aquí al agente causante de la enfermedad de Chagas. Se mudó a República Checa y ahora trabaja en un centro que depende de la Academia Nacional de Ciencias de ese país. (Gentileza: V. Puente).