Los estudiantes que ingresan a la universidad no manejan el vocabulario del discurso académico, problema que les impide comprender textos y desarrollar el pensamiento, según constataron investigadoras de la UBA.
(10/02/06 – CyTA – Instituto Leloir. Por Florencia Mangiapane) – Un equipo de lingüistas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, encabezado por la doctora en Letras Mabel Giammatteo, detectó un pobre dominio de los términos específicos del discurso académico en alumnos de Capital y Gran Buenos Aires que cursan los últimos años del secundario y los primeros tramos de la universidad.
Las investigadoras tomaron pruebas de competencia léxica a 3842 alumnos de instituciones públicas y privadas del tercer ciclo de EGB, Polimodal, las carreras de Ciencias Económicas y Letras. Comprobaron que la mayor parte de los estudiantes no dominaba los términos fundamentales del método científico, como hipótesis y teoría, ni las palabras básicas de las disciplinas que estudiaban.
“Nuestros proyectos se han centrado en la importancia del léxico como elemento fundante para el aprendizaje. De hecho, los alumnos con mejor desempeño léxico revelaban adecuada comprensión lectora y mayor sentido crítico”, sostienen las doctoras Mabel Giammatteo e Hilda Albano y la licenciada María Basualdo, en un trabajo publicado en la revista Filología, donde resumen las investigaciones desarrolladas desde 1998.
En los últimos años del secundario, el equipo de lingüistas evaluó si los alumnos reconocían palabras referidas a operaciones cognitivas básicas, como definir, caracterizar o argumentar. En el nivel superior, además de verificar el uso de términos del lenguaje científico general, las investigadoras observaron el grado en que los alumnos incorporaban palabras propias de las disciplinas específicas que estudiaban.
“Observamos dificultades comunes a los distintos ciclos, aunque en cada uno se manifestaban en distinto grado. Los resultados coinciden con las últimas evaluaciones oficiales sobre el rendimiento escolar y algunos exámenes de ingreso a distintas universidades de la Argentina”, señalan las lingüistas, quienes también elaboraron una propuesta general para desarrollar el vocabulario en las distintas etapas de la escolaridad.
Una cosa es una cosa…
Uno de los problemas que encontraron las especialistas fue la imprecisión semántica. Por ejemplo, los alumnos del Polimodal tendían a cruzar definiciones de términos de un ámbito semántico común, como caracterizar y evaluar. Otras dificultades fueron las asociaciones desviadas del sentido adecuado del término, el predominio del vocabulario cotidiano y coloquial y la desatención por el contexto.
Por ejemplo, en un ejercicio para el Polimodal, se pedía proponer un sinónimo para palabras que aparecían en un contexto dado. En el caso de evaluación, casi el 50% de los alumnos propuso prueba, aunque era evidente que el término apuntaba al significado más general de estimación.
“Al hacer una lectura lineal, el alumno interpreta la palabra aisladamente y recurre al significado que ha internalizado como más habitual, en lugar de extraerlo del sentido total del texto”, explican las autoras.
Algo similar sucedió con los universitarios, que no tuvieron en cuenta el marco de la disciplina a la hora de interpretar determinadas palabras. Cuando se pidió a alumnos de Ciencias Económicas de la UBA que completaran el enunciado “El proceso opuesto a la inflación es la………”, un gran número propuso estabilidad o hiperinflación, en lugar de deflación.
Por su parte, los estudiantes de Económicas de la Universidad de Lomas de Zamora –una de las instituciones que financiaron el proyecto- tuvieron dificultades para interpretar términos que adquieren sentidos específicos en la disciplina. Por ejemplo, la palabra depresión mostró un índice menor a la media de aciertos en sinónimos: aunque aparecía en el contexto de la crisis de 1929, fue interpretada predominantemente como “tristeza”.
Además de incorporar elementos subjetivos, los alumnos mostraron escaso o nulo control de sus propios procesos de conocimiento, problema del que tampoco escaparon los estudiantes de Magisterio.
Hablo, luego pienso
Las autoras de la investigación llegaron a la conclusión de que la enseñanza del léxico, para ser efectiva, debe ser un proceso consciente que involucre activamente al estudiante.
El léxico es la parte de la lengua más vinculada con el conocimiento del mundo. A pesar de la importancia que tiene, se presta poca atención a su desarrollo en los primeros niveles de la enseñanza, deficiencia que luego se hace evidente en la universidad, donde su manejo es clave para seguir desarrollando el pensamiento.
Llegados a este nivel, los alumnos no sólo tienen que incorporar nuevos términos especializados, sino también adquirir nuevos significados para términos ya conocidos.
“La actividad reflexiva o el sentido crítico difícilmente surgirán por sí solos o como simple consecuencia de procesos superiores o complejos, sino que se asientan en niveles aparentemente más elementales o básicos, como el léxico. Por eso, su desarrollo debe ser incentivado y vinculado con el resto de las habilidades lingüísticas, comunicativas y de pensamiento”, sentencian las especialistas.
En el último tiempo creció la preocupación mundial por los problemas léxicos de los estudiantes. Desconocer términos como teoría, hipótesis, refutación o argumentación tiene repercusiones para los alumnos, porque no poder usarlos de manera adecuada les impide acceder a grandes campos del saber.
Una prometedora experiencia piloto
Giammatteo y su equipo proponen que la escuela se ocupe sistemáticamente, a lo largo de todos los ciclos, de brindar estrategias para que los alumnos integren la información que aportan los textos con el conocimiento que traen del mundo, así como instruirlos para que los procesos de comprensión textual se vuelvan conscientes.
“Los términos no pueden ser incorporados mediante listas. Si bien no hay que descartar los métodos mnemónicos o la consulta de fuentes, como el diccionario, resulta indispensable establecer redes conceptuales que faciliten su fijación. Además, desde temprano, los estudiantes deben ser entrenados en una lectura interactiva, que les permita operar con el texto, reconociendo pistas contextuales”, explican las autoras.
En esta línea, entre 2004 y 2005, el equipo desarrolló un proyecto de seguimiento y apoyo a un grupo de alumnos de 9° año de EGB del conurbano bonaerense. La experiencia piloto –que contó con financiamiento de la UBA y del Banco Río– llevó un año de diagnóstico y otro de capacitación de los alumnos y dio promisorios resultados.
Los chicos fueron entrenados en estrategias léxicas por la docente del curso, que utilizó un cuadernillo con ejercicios diseñado por el propio equipo de lingüistas. Al cabo de un año de trabajo, se logró que adolescentes dispersos y sin hábitos de estudio manejaran las distintas relaciones de sentido que existen entre las palabras y pudieran elaborar con éxito cuadros sinópticos y mapas conceptuales de textos académicos.
“Los resultados obtenidos nos alientan a pensar que una capacitación específica aplicada de modo sistemático y gradual puede mejorar paulatinamente el manejo lingüístico de los estudiantes y fortalecer su desempeño curricular general”, concluye Giammatteo.