“Se las conoce como enfermedades olvidadas o descuidadas, pero en realidad son personas y pueblos olvidados. Es un drama humano que vivimos a diario cuando nos referimos a enfermedades que se pueden prevenir y tratar con educación y medicamentos no onerosos”, afirma un científico argentino radicado en Paris, el doctor Pablo Goldschmidt, creador de una estrategia para reducir la prevalencia de tracoma, una inflamación ocular -causada por la bacteria Chlamydia trachomatis- que puede terminar en ceguera y que en la actualidad la padecen 80 millones de personas.
(06/07/11 – Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Bruno Geller)-. Varias publicaciones internacionales han demostrado que la estrategia ideada por el argentino, el doctor Pablo Goldschmidt y colaboradores, ha logrado reducir la prevalencia de tracoma, una inflamación ocular – iniciada por la infección crónica o repetida por la bacteria Chlamydia trachomatis- que puede terminar en ceguera.
“A principios de 2000, para tratar el tracoma, se enviaban antibióticos (azitromicina) en comprimidos o en jarabe. Ciertos paquetes eran desviados al llegar a los aeropuertos o a las cabezas de distritos (en algunos países de África) para tratar la gonorrea y otras enfermedades de transmisión sexual, así como también infecciones bronco-pulmonares. Fue así que las personas afectadas por el tracoma que viven en la miseria extrema en áreas rurales remotas no recibían el tratamiento”, explicó a la Agencia CyTA el doctor Goldschmidt quien trabaja en el Centre Hopitalier National d’Ophtalmologie des Quinze-Vingts, de Paris, Francia, país en el que vive hace 30 años.
Para limitar las pérdidas de estos preciosos tratamientos y que pudieran llegar a destino, Goldschmidt pensó que una alternativa sería el desarrollo de una preparación directamente administrada en el ojo. Así, bajo forma de colirio, el antibiótico llegaría a los que lo necesitan y su uso seria limitado al tratamiento del tracoma. “De esa forma los tratamientos no desaparecerían sin conocerse su destino”, afirma el especialista. Fue así que utilizando un aceite de origen vegetal compatible con la superficie ocular y no irritante para los ojos se pudo vehiculizar el antibiótico azitromicina, compuesto muy activo que elimina la bacteria del tracoma. “Habiendo disuelto el antibiótico en una base oleosa (y no en agua) se pudo lograr que el colirio mantuviera su actividad antibacteriana, o vida útil, durante más de dos años, soportando las temperaturas de los países tropicales. Este punto es vital para regiones de África como las zonas sub-Saharianas, donde la prevalencia del tracoma es la mas alta del mundo, y donde millones de personas no disponen de electricidad ni de heladeras para mantener medicamentos en frío”, indicó Goldschmidt. Destacó que antes de aprobarse su uso en humanos se realizaron todos los estudios de validación preclínica controlados.
“Los estudios clínicos fueron realizados con ensayos en el terreno y respetando estrictamente todas y cada una de las medidas de seguridad, las buenas practicas de ejecución de estudios en humanos y todas las exigencias éticas. Finalmente el tratamiento fue validado y los resultados presentados a la Organización Mundial de la Salud (OMS). Pudo además constatarse que un tratamiento oral que costaba ocho dólares pasaba a costar menos de un dólar”, señala el científico.
Posteriormente Goldschmidt dirigió el programa de distribución de tratamientos anti tracoma en condiciones de terreno, y que tuvo por objetivo evaluar los efectos del tratamiento con gotas sobre la prevalencia de tracoma en todo un distrito sanitario (Kolofata) en Camerún, donde la prevalencia de tracoma activo era superior al 25 por ciento. La iniciativa contó con el apoyo de Oftalmólogos sin Fronteras, el Centro Nacional de Oftalmología des Quinze-Vingts y la OMS. “Las formalidades fueron presentadas y validadas ante el Ministerio de Salud de ese país. El primer tratamiento con el colirio (2 gotas por día durante 3 días) se aplicó en el 2008. El tratamiento antibiótico estuvo asociado a campañas de educación para mejorar la higiene de los pobladores, la limpieza de la cara de los niños, las condiciones de acceso al agua y la construcción de letrinas”, explicó el especialista. Según pudo verificarse en publicaciones internacionales como PLoS Neglected Tropical Diseases, un año después de aplicarse dicho programa la prevalencia de tracoma se redujo en un 80 por ciento.
El colirio elimina la bacteria responsable de los folículos que aparecen en la conjuntiva –granitos que se forman bajo el párpado- y al cabo de pocas semanas desaparecen. “Los folículos que se observan generalmente en niños antes de los 10 años de edad tienen el aspecto de granitos amarillentos de 0,5 milímetro de diámetro que se detectan en el interior del párpado y que raspan la cornea como si fuera papel de lija. Con el tiempo, la superficie ocular irritada y crónicamente inflamada se daña produciéndose una opacificación de la parte transparente del ojo, lo que se traduce en ceguera. En zonas endémicas los tratamientos contra el tracoma deben administrarse sobre todo antes de los diez años porque después los adolescentes y los adultos suelen tener lesiones provocadas por la agresión permanente de la bacteria y las reacciones que induce. En nuestras campañas hemos tratado a toda la población, incluidos los adultos, pero lamentablemente a partir de los 12 o 14 años las cicatrices y las lesiones de la superficie del ojo no retrocedían solo con antibióticos”, indica Godschmidt. Y agrega: “Para reducir el circuito de contaminación en zonas con alta prevalencia de tracoma activo estimamos que debe tratarse a toda la población, incluidos los adultos, y sobre todo a las madres, para limitar la infección de niños pequeños.”
Camino con obstáculos
“Un laboratorio patentó la preparación de la solución oleosa del antibiótico y pudimos negociar que hasta ahora no cobren el colirio para el tracoma, es decir, establecimos que en poblaciones de pobreza extrema los tratamientos se harían con donaciones”, afirma Goldschmidt. Y continua: “Este es otro caso típico que ilustra que los científicos no estamos formados ni asesorados para proteger nuestro trabajo de investigación y somos incapaces de valorizar nuestra capacidad de innovación. Ni en la Argentina ni en la mayoría de los países de Europa, los inventores tienen acceso directo a especialistas ni menos aún a fondos que permitan financiar el costo de patentes de inventos. Por ejemplo, el costo para patentar un invento en Francia supera los 10 mil dólares, y si un investigador decide que su invención sea protegida en los Estados Unidos debe disponer de cerca de 125 mil dólares. Para los científicos es difícil obtener montos de esa dimensión y por ello muchos proyectos no son valorizados en instituciones publicas, sobre todo en países en vías de industrialización, en los que las la creatividad no es siempre reconocida.”
Además de trabajar en diferentes países de África, Goldschmidt viajó a zonas fronterizas de Afganistán con Pakistán, una zona de conflictos, cerca de Peshawar, capital de la provincia de la Frontera del Noroeste en Pakistán. “Con un equipo de agentes comunitarios locales que formamos tratamos a los chiquitos en escuelas y en orfanatos. Todo esto iba acompañado de medidas de educación para mejorar la higiene. Es vital de subrayar que para eliminar la ceguera infecciosa no bastaba con administrar antibióticos. Si no se mejoran las condiciones de higiene y si las caritas están sucias, la probabilidad de volver a infectarse es muy alta”, explica el doctor argentino. Y continua: “Lavarse la cara es un hábito vital para disminuir la ceguera, ya que ciertas moscas se alimentan del agua, de la sal y del azúcar que se acumula en las lágrimas y en las secreciones nasales. Es así que atraídas a la superficie del ojo, pueden vehiculizar la bacteria del tracoma. Se ha comprobado que con lavar la cara de los chiquitos, la prevalencia de esa enfermedad baja considerablemente. Este elemento requiere tiempo, paciencia y medios para pagar a los agentes de cada pueblo, y eso es mas difícil de obtener que la donación de antibióticos. La educación para la higiene y el uso del agua son iniciativas que requieren que los habitantes de cada poblado se comprometan a enseñar a sus congéneres ciertos hábitos higiénicos básicos, sobre todo el lavado de la cara de los bebés desde el nacimiento para protegerlos de las moscas”
Según Goldschmidt, “la higiene no es un don natural de la humanidad, la higiene es un producto cultural, y los humanos que se lavan cotidianamente la cara y la de sus hijos lo hace porque así se lo han enseñado. Hay lugares donde a los niños no se les lava la cara desde que nacen. Esta constatación no implica un juicio moral o ético por ser más o menos limpios o sucios, sino que conlleva el sentimiento que ciertos valores que son propios al progreso social no han sido transmitidos desde las sociedades -que con sus historias propias corroboraron el valor de esos actos-, hacia otras que no lo han adquirido. Esa ausencia de transmisión es lo que expone a millones de personas al riesgo de ceguera, y que en general es evitable. Por otra parte, además de la educación para mejorar la higiene corporal, el acceso al agua, sobre todo para las mujeres que tienen a cargo ir a los pozos, es un factor que limitará la eficacia de todo tratamiento médico o quirúrgico en zonas con tracoma.”
No figura en los manuales
Para que el tratamiento del tracoma con el colirio validado por el doctor Goldschmidt sea efectivo es necesario que la población adquiera hábitos mínimos de higiene y cuente con acceso al agua. Sin embargo, durante las misiones humanitarias que ha encuadrado Goldschmidt, las realidades a enfrentar “no figuran en las instrucciones de las guías de formación para el tracoma de la OMS y que fueron destinadas a mejorar las condiciones de higiene”. “En la realidad de la miseria extrema del tracoma, las guías de formación no me servían ni a mí, ni a los agentes comunitarios ni a los pobladores enfermos.” Es así que surgieron las limitaciones de los países centrales en lo que se refiere a cómo sensibilizar a una madre para que lave a sus hijos y como transmitir la necesidad que lave e hierva su ropa contaminada con Chlamydias y los paños con los que frota los ojitos de los chicos”, destaca el especialista.
Según relata, “la proporción de mujeres con tracoma es alta, significativamente más que la de los hombres. En los pueblos de África que asistimos en Guinea y en Camerún, en la frontera de Chad y en Nigeria, siempre se veía a las mujeres buscar agua al pozo. El hecho es que adolescentes casadas entre los 14 o 15 años trabajan la tierra y suelen estar embarazadas. Es así que evidenciamos que el trabajo, la mala alimentación, la pobreza extrema y los partos sucesivos, predisponen a la fatiga física. En esas regiones sub Saharianas, con bebés atados a la espalda o en brazos, jóvenes mujeres cansadas van con un balde en busca de agua. En muchos casos, desde que salen de la cabaña hasta que regresan con 10 a 20 litros de agua, necesitaban dos horas. En ciertas regiones las mujeres no sólo caminan bajo más de 45 grados de temperatura, sino que tienen que esperar en fila. Es frecuente ver que el único pozo capaz de suministrar agua es usado por 1500 personas o más”, explica Goldschmidt. Y continua: “Cuando les toca el turno pueden sacar el agua de pozos con baldes hechos de gomas de camiones o coches cocidos en forma de bolsa. Muchos son pozos con una disponibilidad de agua muy reducida, y algunos funcionan con tuberías conectadas a pedales, sobre todo los pozos públicos en los que se observan finos hilos de agua que surgen de los tubos, por lo que llenar los recipientes requiere de mucho tiempo y de un gran esfuerzo físico. Es por ello comprensible que después de tanto esfuerzo, el agua sea utilizada principalmente para cocinar. La ausencia de higiene corporal refiere a una suma de falta de hábitos culturales y de educación higiénica, sin olvidar por lo tanto que el agua para poder lavarse no está disponible fácilmente.”
Al recorrer cientos de pueblos, Goldschmidt comenzó a pensar en cómo se pueden transmitir simples mensajes que permitan mejorar el acceso al agua. “Una de las estrategias que será evaluada en el 2012, puesta en marcha en enero del 2011, fue sentarse con un traductor para hablar a los hombres que salían de rezar de las mezquitas en ciertos pueblos de la región del Sahel. El objetivo era informar que es posible ayudar con antibióticos para curar el tracoma si un compromiso social se establecía. Fue sorprendente notar que casi todos los jefes de los pueblos con alta endemicidad de tracoma tenían bueyes que vendían en los mercados nacionales o en el exterior. Por otra parte pudimos validar los costos de los pozos de agua, y son el equivalente de 15 cabras para un pozo de agua para regar y para los animales y entre 2 y 5 bueyes por un pozo de agua potable sólido. Pude así verificar que no todo era falta de medios económicos y que ciertas poblaciones podían ser sensibilizadas y organizarse y reunir suficientes vacas o cabras y tener pozos de agua potable, evitando que las mujeres tengan que dirigirse a lugares remotos en pésimas condiciones de salud.”
En ese contexto, el científico argentino habló con las autoridades religiosas de los pueblos y les propuso que las comunidades discutan la posibilidad de utilizar algunos pocos bovinos para que todos dispongan de agua potable para uso público. “Si ellos esperan que sean organismos no gubernamentales o funcionarios de gobiernos que paguen los pozos, el objetivo de mejorar las condiciones de higiene no podrá alcanzarse en los próximos años”, destaca Goldschmidt. Y continua: “Considerando que el tracoma es una alerta a la miseria extrema, traté que juntos pensemos ciertas soluciones para reducir la ceguera. Nuestro trabajo como agentes de salud no servia si continuaban enviando a las mujeres a buscar agua en lugares remotos. Había que elaborar juntos la idea de que disponer de pozos en los pueblos sería la ayuda más grande que podrían atribuirse a sí mismos. Sin embargo, al principio de este trabajo, fue desconcertante oír en muchas oportunidades frases del tipo ‘Si estas mujeres no tienen fuerza para ir a buscar agua, enviaremos otras’. Hacer frente a culturas diferentes, me convence que ir con consignas prefabricadas por los peritos internacionales no alcanza para que la gente viva mejor. En cada reunión en los pueblos, la visita de un voluntario terminaba en negociaciones con cada jefe del pueblo y los correligionarios para que juntos decidieran cuántos animales iban a poner a disposición de su gente. En ciertos pueblos, el patrimonio de los jefes era superior a 100 bovinos por grupo de familia extendida (marido y hasta 4 esposas) y la dureza de las repuestas hacían dudar del sentido de ofrecer ayuda a regiones en las que el cuerpo de la mujer, el embarazo y la fatiga no tenían valor. Este tipo de conclusiones no se obtienen con ensayos clínicos ni con sofisticados modelos estadísticos predictivos, y no se aprenden con manuales, ni en reuniones organizadas por las respetables instancias internacionales, sino que surgen de un intercambio basado en la escucha y el respeto, entre un agente de salud y lo que se escucha en el terreno. Nada de eso figura aun en los instructivos de formación para la salud.”
En la actualidad se estima que más de 80 millones de personas padecen de tracoma en el mundo. “Varios millones han perdido la visión, sobre todo en África, Asia y en algunos focos puntuales de América Latina y algunas comunidades aborígenes de un país desarrollado como Australia”, puntualiza Goldschmidt. Y concluye: “Se suele hablar de enfermedades olvidadas o descuidadas (“Neglected Tropical Diseases”) en las que se incluye el tracoma, la lepra, el dengue, numerosas infestaciones parasitarias y las mordeduras por serpientes venenosas. No son las enfermedades sino las personas las que son olvidadas. En el caso del tracoma, la ceguera se puede prevenir”.
Créditos: OMS /Marko Kokic